"El inquisidor Alonso Salazar Frías se merece un relato épico"

R. PÉREZ BARREDO
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La ensayista Adela Muñoz Páez repasa la historia de las cazas de brujas y desmonta con ello varios tópicos a la vez que eleva a la categoría de héroe al burgalés Alonso Salazar y Frías, que salvó la vida a miles de acusados por brujería

‘Vuelo de brujas’. Óleo sobre lienzo. Hacia 1798. Francisco de Goya y Lucientes. Museo del Prado.

La leyenda de la Santa Inquisición tal vez no sea tan negra como se ha pintado siempre. No, al menos, en lo referente a la brujería. Así lo demuestra en un fascinante ensayo titulado 'Brujas' (Editorial Debate) la catedrática de la Universidad de Sevilla Adela Muñoz Páez, que desmitifica la persecución, la caza de brujas en España que sí se desencadenó -y con furia- en países del centro de Europa como Alemania durante la Edad Moderna. "España fue un paraíso de racionalidad, donde se ejecutó a menos personas con enorme diferencia. A excepción de Cataluña, en España se ejecutaron a entre 25 y 30 personas, mientras que en Alemania se ejecutaron en torno a 25.000 personas acusadas de brujería. Y la Inquisición no sólo no fue perseguidora de las brujas, sino que fue, en España, la institución que, con su autoridad, con su poder, consiguió frenarla, lo cual fue complicado por la mentalidad mágica de la época, en la que había muchísima gente que estaba convencida de que sus males eran debidos al demonio, que usaba como intermediarias a las brujas. La Inquisición fue la institución que en España hizo que esa persecución terminara prácticamente antes de haber empezado", explica Adela Muñoz.

Dentro de ese rol del Santo Oficio respecto de la hechicería destacó, como nadie, un burgalés: el inquisidor Alonso de Salazar y Frías, cuyo protagonismo en el libro es absoluto. "Merece un relato épico a la altura del que escribió Arthur Miller sobre las brujas de Salem o Aldoux Huxley sobre los demonios de Loudum", señala la autora. Nacido en Burgos en el año 1564, Salazar estudió Derecho Canónico en las universidades de Salamanca y Sigüenza antes de hacerse sacerdote. Trabajó en las diócesis de Jaén y Toledo de la mano de Bernardo de Sandoval y Rojas, obispo de ambas y hermano del que fuera el más influyente valido del rey Felipe III, el duque de Lerma. Según su biógrafo, Gustav Henningsen, el jurista y diplomático burgalés fue "uno de los clérigos más brillantes de la Corte".

Convertido en inquisidor de Logroño, formó triunvirato con los exaltados Alonso Becerrra y Juan del Valle Alvarado, quienes a la llegada del burgalés al tribunal riojano tenían abierto un proceso contra la brujería de todo punto delirante: había acumulado miles de informes que, según ellos, confirmaban la estrecha relación con la brujería de otros tantos seres humanos en distintos puntos de la geografía navarra y vasca. "Luchó contra la cerrazón de los otros inquisidores y de parte de la sociedad", señala Adela Muñoz.

Poco pudo hacer el burgalés en un Auto de Fe celebrado en Logroño en 1610 contra 31 personas, de las que once fueron quemadas en la hoguera ante 30.000 personas. Alonso Salazar y Frías había cuestionado algunas de las sentencias, consiguiendo evitar el ajusticiamiento de dos procesados. "Este auto no solo no erradicó la epidemia de brujería, sino que la empeoró. Estos hechos, unidos al desacuerdo de Salazar con las penas impuestas, hicieron que los tres inquisidores enviaran una solicitud a la Suprema el 14 de febrero de 1611, en la que pidieron que se mandase a la zona una persona preparada para que investigara lo que allÍ sucedía. Para sorpresa de Valle y Be cerra, el consejo respondió casi a vuelta de correo: ordenó que se aplicase un edicto de gracia en la zona y que fuera Salazar quien lo administrara", escribe Muñoz Páez en el libro.

Viaje a las montañas. El burgalés, acompañado por un franciscano y un párroco de la zona, recorrió durante ocho meses el norte de Navarra, Guipúzcoa y Vizcaya, y regresó a Logroño por Vitoria. "A partir de sus indagaciones, elevó una memoria a la Suprema que constaba de dos volúme nes de folio que recogían las declaraciones de 1.802 personas, de las cuales 1.384 correspondían a niñas menores de doce años y a chicos menores de catorce. En su meticuloso cuaderno de campo fue rellenando once mil doscientas páginas manuscritas con información exhaustiva de las personas entrevistadas".

Salazar, escribe la autora, se encontró "con una comunidad enfrentada y enlo quecida de terror, en la que los vecinos de un pueblo eran ape dreados por los del pueblo de al lado, y los padres de los niños que habían sido llevados al aquelarre, según las propias confesio nes de los niños, que nada más dormirse soñaban con ello, que rían matar por su mano a las maestras principales de la secta (...) En ese clima de violencia y pánico generalizado, Salazar, al visitar a los vecinos en su ambiente y oírlos expresarse en su propia lengua, vino a traer consuelo a los atribulados por la creencia en el diablo, y paz a los que habían declarado falsa mente por miedo al tormento. (...) Salazar anotó 1.672 perjurios y falsos testimonios levanta dos a inocentes y recusó el valor de la 'pública voz y fama' porque se apoyaba en principios completamente viciosos".

Con toda aquella información y la exhaustiva documentación presentada por Alonso Salazar y Frías, "la suprema tuvo soporte para prohibir que se persiguiera a las brujas. El héroe de mi libro es Salazar y Frías. Por su coherencia personal, por su trabajo expecional. Tuvo sus dudas hasta que hizo su trabajo de investigación, algo comparable a lo que se podría hacer hoy en día, intentando poner blanco sobre negro si aquellas cosas sucedían o no. Y no habían sucedido. Es un personaje de un protagonismo esencial. Él consiguió que la caza de brujas se detuviera en seco. Fue un adelantado a su tiempo. Y un hombre valiente", subraya la ensayista. Y no lo tuvo nada fácil , ya que despertó la hostilidad, el recelo de sus compañeros de tribunal, con enfrentamientos que casi llegaron a las manos. Llegaron a acusarlo de todo. Pero aunque presionado y hostigado por los otros dos jueces, el burgalés se mostró metódico y se centró en los argumentos jurídicos y la veracidad de las pruebas frente a la apuesta nada científica de sus colegas, creídos del rumor y las denuncias que habían llevado a todas aquellas almas a tan terribe causa. Pasó por un calvario Salazar y Frías. "Mis colegas dicen que ciego del demonio defiendo yo a mis brujos", escribió en una ocasión.

En opinión de Adela Muñoz Páez, este jurista burgalés merece más honores de los que tiene en la historia porque su desempeño tuvo unas consecuencias enormes. "Un firme creyente en Dios y en el servicio que la Santa Inquisición prestaba a la fe y a sus fieles, se enfrentó a la locura que en Europa estaba por entonces arra sando la vida de miles de personas y los principios de justicia más elementales, y lo hizo impulsado por sus convicciones y por su sentido de la justicia. Contó con su inteligencia y su trabajo como únicas herramientas y consiguió finalmente transformar la implacable perseguidora de herejes en la principal defensora de las brujas. Su gesta bien merece un relato épico".