Una de las asignaturas cuyo temario más varía es la de Historia, aunque cambie de nombre según las sucesivas leyes educativas. Pero la Historia lo seguirá siendo, de facto y porque todo es historia; lo que ahora son noticias, actualidad, mañana marcará un antes y un después de este día a día de hoy. Eso no lo pensaban quienes sufrieron otras guerras, porque bastante tenían con sobrevivir. Y ahora no lo piensan los ucranianos, ellos sólo quieren que este horror termine y poder recuperar sus vidas. 

La invasión rusa a Ucrania tendrá su hueco en los tratados de Historia contemporánea y sus consecuencias se analizarán hasta la saciedad, porque las guerras cambian y se modernizan. Lo que no varían son los estragos humanitarios que provocan y que, afortunadamente, traen consigo un amplio despliegue de solidaridad. Muchas son las personas que están buscando formas para ayudar de manera activa. Más allá de donaciones y donativos, que todos son necesarios, están aquellos que abren su casa a desconocidos, con los que ni siquiera comparten un idioma con el que comunicarse. Les mueve la compasión, las ganas de ayudar, sin esperar un reconocimiento por parte de nadie. Ellos, acogidos y acogedores, son los que conforman la letra pequeña de la Historia, que debería ser igual o más importante que los discursos de los mandatarios.

Estando con ellos, acogidas y acogedoras, se percibe un lenguaje internacional de solidaridad que rompe todo obstáculo. Ayer una de ellas me decía, después de expresarle mi deseo de que sus acogidas pudiesen mantener una charla en castellano dentro de dos meses, que lo que ella quería es que en ese tiempo no les hiciese falta el nuevo idioma porque hubiesen regresado a su país. Eso son buenos deseos, a los que me sumo.