Magia medieval en tierra de frontera

J.Á.G.
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Recorrer las calles y plazas de Santa Gadea del Cid es atravesar una suerte de túnel del tiempo al final del cual el visitante espera encontrarse con el conde Sancho García, señor de Castilla y Álava.

Magia medieval en tierra de frontera - Foto: Patricia González

Santa Gadea del Cid no tiene lagunas donde se reunían las brujas para hacer aquelarres ni tampoco registra especiales acontecimientos milagreros más allá de la aparición y la intercesión de la Virgen del Espino en la curación de apestados en el medievo, pero la villa es, sin duda, un pueblo mágico, porque su magia irradia de su encanto medieval, su singularidad y belleza. Patricia Montejo, además de guiar la visita y sellar los pasaportes, ha trabajado duro para que el municipio esté en esta red nacional, a la que también se han adherido Peñaranda de Duero y Espinosa de los Monteros. Se pretende promocionar turísticamente y poner en valor histórico-artístico de Santa Gadea del Cid, así como su bello entorno natural conformado por los montes Obarenes. No lo tienen nada difícil.

Recorrer sus calles y plazas es atravesar una suerte de túnel del tiempo al final del cual el visitante espera encontrarse con el conde Sancho García, señor de Castilla y Álava, a caballo y con sus huestes haciendo, como en el año 2012 su entrada en la villa. El que no parece que estuvo fue Rodrigo Díaz de Vivar ni tampoco tomó el famoso juramento a Alfonso VI. El apellido cidiano le viene ya en el siglo XIX . La historia es bien sencilla se quiso rendir homenaje al héroe castellano y, de paso, evitar a efectos fiscales y postales la confusión con otra Santa Gadea, la de Alfoz, un municipio burgalés situada en los límites con Palencia y Cantabria.

Que el Cid poco o nada tenga que ver con la villa no le quita, desde luego, un ápice de atractivo a Santa Gadea. En su origen ni siquiera se llamó así. En los documentos aparece como Término y tampoco estaba situada donde se levanta ahora, estaba en la otra margen del río Piedrasluengas. El caserío, según cuentan las crónicas, mudó en el siglo XIII desde el altozano donde se eleva la ermita de Nuestra Señora de la Eras a causa de las guerras fronterizas. Situado en los confines de esa Castilla medieval, el alfoz norteño era tierra en litigio con el reino de Navarra. De ahí su origen netamente defensivo, que se mantiene aún hoy con el castillo y en la trama urbana. Esa antigua muralla, en la que cabían entonces ya 300 casas, protegía a sus moradores no solo de mesnadas enemigas sino también de contrabandistas y salteadores porque la villa, cruce de caminos y con derechos de pontazgo, tuvo un potente mercado. Cada año, en verano, se recrea en el zoco en esa bella plaza porticada. Lleva el nombre de la Iglesia porque en uno de sus lados se levanta otra de las joyas de la villa, el templo de San Pedro.

Magia medieval en tierra de fronteraMagia medieval en tierra de frontera - Foto: Patricia González

Pero para acceder al centro urbano hay que atravesar dos de las tres puertas que aún se conservan. El arco de Abajo o de Las Eras, da acceso desde la carretera de Bilbao y era paso obligado para los comerciantes. Además del arco presenta una sola aspillera y en el frontal aparece cincelada en piedra, a modo de blasón, una extraña y 'mágica' figura humana de tallado plano para la que nadie tiene explicación. Más airosa y noble, sin duda, es la puerta de Encima, situada en la parte superior del pueblo, que tiene un arco apuntado de casi tres metros, dos pequeños vanos en arquillo gótico, restos de almenas y saeteras así como de las ranuras para el rastrillo que blindaba la entrada. Fue, por cierto, cárcel municipal y aún conserva, aunque borrosos los escudos señoriales de los Padilla y Manrique, dos familias con mucho poderío.

Por cualquiera de las dos cancelas se puede acceder al caserío de Santa Gadea, cuya traza urbana conserva aún ese encanto medieval que da su estrechez y brevedad e incluso su evocador nombre. La protección urbanística y el empeño rehabilitador vecinal -que se esmera en la decoración y embellecimiento- ha posibilitado conservar esa arquitectura típicamente castellana, en la que piedra, ladrillo árabe, mampostería y madera se combinan a la perfección en esa plaza porticada. Noblezas, alcurnias e hidalguías cinceladas en piedra no pasan desapercibidas porque son abundantes los blasones y escudos de antigua y moderna factura. Recorrer las calles Mayor, Cantarranas, Clérigos, Carnicerías, de la Fuente, del Pozo, de las Eras es una delicia. También llaman la atención los dos cruceros conservados de los tres que llegaron a existir. El más destacado por su labra es el del Cristo de Hoyo. Santa Gadea acogió también una destacada judería, situada en la calle de la Fuente.

En la Plaza Mayor se encuentra la Casa Consistorial, un edificio de magnífica cantería que data de 1840 y que cuenta con un magnífico archivo. Según cuenta Inocencio Cadiñanos, historiador y erudito, fue incendiado en por el guerrillero carlista Balmaseda. Pero, sin duda, el espacio más singular en ese callejero es la plaza de la Iglesia, renacentista y uno de los mejores ejemplos de esa arquitectura popular castellana, parangonable con otras muchas de la provincia. Hoy, como ayer, sigue siendo el centro neurálgico de la villa y es el noble marco para los mercados, la tradicional cena medieval en la que participan todos los vecinos, que además ese día se engalanan para la ocasión balcones y ventanas con coloristas pendones, reposteros… La cita tiene también en la plaza del Teatro - que cuenta con un aterrazado y verde foro- un encuentro con las artes escénicas y la recreación histórica de la mano de la Asociación Fuerza y Honor. El pasado año tocó precisamente el turno a la jura de Santa Gadea. Este verano no pudo ser a causa de la pandemia, pero confía que el próximo año se retome esta jornada y esa semana cultural que organiza la Asociación Las Candelas.

Magia medieval en tierra de fronteraMagia medieval en tierra de frontera - Foto: Patricia González

La visita a la fortificada y gótica iglesia de San Pedro -fue consagrada por el obispo Mauricio- es, sin duda, obligada. Construida sobre la base de una iglesia románica, de ella solo se mantienen tres capiteles en el interior. No tiene pérdida, por encima de los tejados sobresale su pesada y almenada torre-campanario, sin duda, pareja a ese carácter defensivo de la villa. Se accede por un husillo añadido. El reloj que luce no es el original, fue traído del cercano monasterio del Espino. La puerta principal da a la plaza, pero en el lado opuesto tiene otra, renacentista e inacabada, por cierto. En el interior, sus tres naves acogen una rica imaginería, pero sobresale el retablo plateresco del altar mayor, renacentista y obra de Juan Picardo, es una auténtica joya y uno de los mejores de la provincia, palabra de destacados expertos. La pila bautismal es una pieza gótica de copa lisa, con pie cilíndrico y base circular moldurada. En una de las capillas, con puerta de rejería, se puede visitar una notable exposición de tallas, ropas litúrgicas y libros de culto de la propia iglesia y también del convento de Santa Gadea.

Por la calle del Castillo se accede a la antigua fortificación que se sitúa al sur del pueblo. De ella tan sólo se conserva la torre del homenaje y algunos restos de los muros defensivos. Las crónicas cuentan que desde principios del siglo XI existía en este enclave un edificio defensivo, que pasó sucesivamente de manos navarras a castellanas. Pero fue Pedro López Manríquez, adelantado mayor de Castilla, quien reedificó a finales del siglo XV la estructura. Un lienzo con dos grandes torreones huecos, sin apenas vanos, un pequeño aljibe abovedado y, sobre todo, esa vertical torre del homenaje -a la que se puede acceder por una estrecha escalera que acaba en un arco de medio punto- son los principales elementos que aún se mantienen en pie y que, por cierto, requieren, sin duda, obras de consolidación. La Junta precisamente aprobó la semana pasada una partida de 126.500 euros para la consolidación del tramo norte de la muralla del castillo.

De vuelta a la villa, nada mejor que, por la calle de la Fuente (Mantelerías), dirigirse a la ermita de Patrocinio, levantada para conmemorar las apariciones de la Virgen del Espino y en cuya restauración, como apunta Patricia Montejo, participaron los vecinos. Por la puerta bajera y el paso de piedras sobre el riachuelo, que discurre paralelo a la carretera de Bilbao, se accede al paraje de Las Heras, donde se levanta la ermita del mismo nombre. Se trata de un pequeño templo románico, que otrora fue iglesia parroquial. Levantada en la segunda mitad del siglo XII, sus dimensiones modestas no ocultan la belleza. Santa Gadea contó con un hospital para pobres y transeúntes, que fue restaurado en 2010 respetando la estructura original. En el entorno se conserva solo el tapial de convento franciscano de la Concepción y San Bartolomé. Santa Gadea espera y confía en que su magia atraiga ahora y en el futuro a visitantes ávidos de disfrutar de ese turismo interior, aquí mismo, en el norte de Burgos.

 

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 2 de enero de 2021.