La nostalgia hecha película

S.F.L.
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Los tres sucesores de Alfonso Rivera, propietario del cine moderno de Briviesca, recuerdan con DB dos décadas después de su cierre la relevancia que tuvo en la vida de muchos vecinos y turistas

El cine moderno se inauguró en Briviesca en el año 1943. - Foto: FAMILIA RIVERA.

«Cuando se hacía oscuro, la atmósfera en el local era densa, quizás porque las más de 700 localidades se llenaban con facilidad de un público variopinto con las emociones a flor de piel, mientras que la pantalla se hacía dueña». Así describe Ramón Rivera los primeros flashes de lo que para un niño tan pequeño era el cine moderno de Briviesca, del que su padre, Alfonso Rivera, fue propietario.

El local se inauguró en noviembre de 1943 y, a pesar de que en un principio estaba gestionado por una sociedad de empresarios entre los que se incluían el patriarca y a su hermano Honorato, con el tiempo fue el señor Alfonso el que se quedó con el negocio y también con su pasión cinéfila, que le acompañó de por vida.

Nada tenía que envidiar a las salas de la Gran Vía de ciudades como Madrid o Barcelona. En la capital burebana también se proyectaban largometrajes de todo tipo, «desde malas o malísimas, hasta los grandes clásicos que recordamos hoy en día», bromea el hijo pequeño. «Había sesión todos los días de la semana, por jornada una película distinta, y los domingos una infantil y después otra con dos sesiones para adultos», rememora.

Alfonso Rivera, propietario, fue un gran apasionado del cine.Alfonso Rivera, propietario, fue un gran apasionado del cine. - Foto: FAMILIA RIVERA.

También había ocasiones, como en Cinema Paradiso, en que la película se quemaba si se rompía algún empalme hecho con acetona, aunque en los tiempos en que los sucesores conocieron el mundo del cine, el material del celuloide ya no era inflamable, por lo que no se producían incendios. Pero los tres hermanos -Alfonso, Jesús Manuel y Ramón- sí recuerdan escuchar a su padre contar que en esos casos la gente empezaba a silbar y a gritar al operador de toda la vida «Rafa, corte, enfoca, no se oye».

En aquella época, la luz que emitían las linternas de los proyectores se producía mediante un arco voltaico entre dos barras de carbón, que había que mantener a una distancia constante para que la luz de la pantalla fuera estable. «Cuando yo era muy pequeño me llamaban mucho la atención las válvulas que producían la corriente de las linternas, eran grandísimas y me parecía como una nave espacial. El proyector también tenía una pieza llamada cruz de Malta, que tenía la función de ir pasando los fotogramas uno a uno por delante del objetivo; cuando estaba en funcionamiento, parecía que estaba parada, y en una ocasión, mi hermano Jesús metió el dedo y se rompió una uña», expone Ramón.

Alfonso, el hijo mayor, hace memoria del precio de las entradas, que en los años 70 costaban  7 pesetas. «Las películas se anunciaban con afiches, que eran los pósters, y fotogramas, las fotos con detalles de las escenas. También existían dos pizarras (una redonda que se colocaba en la entrada del cine y otra plana que se colgaba en los soportales de la Plaza, frente al bar de la Peña) que a diario se rotulaban con los títulos de los filmes», menciona.

Dentro del cine se hallaba el ambigú, en el que los usuarios compraban palomitas, chocolatinas, bebidas y golosinas para hacer su velada todavía más agradable. «La gente salía en los descansos de las películas a fumar al vestíbulo y hemos sido muchos los que hemos pasado por dentro de la barra para echar una mano en la venta de chuches y refrescos», rememora emocionado Jesús Manuel.

Pero el cine moderno, máximo exponente de la cultura en Briviesca, también acogía de vez en cuando funciones de teatro «con mayúsculas». Las compañías que se dirigían de Madrid al País Vasco paraban en Briviesca y representaban sus obras. «En el local de mi padre actuaron personajes como Antonio Machín, Lolita Sevilla, Pedro Osinaga y Ana María Vidal, entre otros. Las sesiones de teatro se llenaban al completo y a ellas acudía gente de toda la Bureba fascinadas por ver a los artistas de moda tan de cerca», relatan.

El principio del fin. Poco a poco, el cine dejó de ser el opio del pueblo por excelencia. Primero llegó la televisión y después el vídeo, que fue lo que más daño hizo al negocio. Realmente lo hirió de muerte, «tanto que no compensaba el gasto en calefacción y personal con las pocas ganancias que se generaban», explican los hermanos Rivera. Por ello, a su padre no le tembló el pulso para cerrar el negocio en enero de 1984, reconvertir parte del edificio en viviendas y volver a inaugurar en diciembre de 1985 una nueva sala con menor capacidad, en torno a 284 butacas.

En ese periodo Ramón cumplió los 17 y empezó a colaborar como operador, preparando las películas, recogiendo los sacos de 25 o 30 kilos que llegaban en tren, empalmaba los rollos con acetona o con cinta adhesiva y finalmente proyectándolos. «Las películas se rebobinaban a mano mediante una manivela y de tanto giro me creció bastante la bola del brazo», comenta entre risas. Alfonso padre mejoró el equipamiento, cambió las linternas con electrodos de carbono por lámparas de xenón y también los viejos amplificadores de sonido que funcionaban con válvulas por unos nuevos con células fotoeléctricas.  

No obstante, y a pesar de que no era un negocio rentable -el dueño también gestionaba la autoescuela de Briviesca que a día de hoy continúa en funcionamiento- el cinéfilo nunca quiso abandonarlo y siguió dando sesiones, a veces con dos o tres espectadores. «Lo llevaba en la sangre, si alguna vez íbamos a la playa teníamos que estar de vuelta antes de las 8 que empezara. Y vacaciones contadas con los dedos de la mano», narran los hermanos. En diciembre de 2002 decidió bajar el telón en un hasta luego que aún sigue presente. Multitud de recuerdos vivos para una familia y para todas las generaciones de briviescanos y turistas que pasaron por la sala, que sueñan con volver a disfrutar de una buena 'peli' sin necesidad de tener que trasladarse a otra localidad. Larga vida a la cultura de la capital burebana.