"Soy un licenciado en apasionamiento"

R. PÉREZ BARREDO
-

No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Elías Rubio es uno de esos hombres y esta es (parte de) su historia

Elías Rubio, en su precioso jardín de Peñahorada, podría decir, como Pessoa, ‘Al sol siéntate y abdica / para ser rey de ti mismo’. - Foto: Valdivielso

En su Jardín del Edén de Peñahorada, Elías Rubio es un hombre feliz. Su siempre curiosa y ávida mirada se torna complaciente y dichosa cuando se posa con íntimo orgullo en cada planta, en cada flor, en cada árbol que cuida y mima con la pasión que siempre le pone a todo lo que hace este hombre imprescindible, este arqueólogo de la memoria, ser humano humilde y silencioso que siempre ha huido de los focos pero al que esta tierra burgalesa debe tanto. Le adeuda, por ejemplo, que haya luchado, casi quijotescamente, a brazo partido, contra el olvido de un mundo rural casi extinguido, reivindicándolo con toda la dignidad, con todo el amor y la pureza. El sol de mayo sólo tiene ojos para el jardín de Elías Rubio, como si únicamente refulgiera en este bello y armónico rincón en el que solazan las mariposas y canta el mirlo, como si la primavera se hubiera quedado a vivir en él y todo lo demás, en derredor, fuera sombra y noche. Ni los vehículos que pasan por la carretera dejan una estela de ruido: en este recoleto 'botánico', como lo denomina él, todo es paz, sueño y belleza.

Hijo de un librepensador que tuvo que dejar Castilla para emigrar a Cataluña, Elías Rubio nació en tierras de Lara, en Villaespasa, en el año 1944, aunque pasó su infancia en Burgos capital, de donde son sus primeros recuerdos. Creció en la zona sur, en el entorno de Alfareros, que era campo y más campo. Una infancia montaraz la suya, feliz aunque con privaciones. "Era la posguerra, y las clases humildes eran más humildes que las de ahora". No se muestra nostálgico evocando aquellos años, que zanja con pocas pero precisas palabras -virtud acaso aprehendida de su estrecha relación con las gentes de los pueblos, esa exacta oralidad-: "La recuerdo con cariño". Después de la escuela hizo Maestría Industrial en el Padre Aramburu. "Y ese fue todo mi estudio. Yo lo que soy es licenciado en apasionamiento. Hice una tesis doctoral de pasión y ahí se me quedó, para siempre. En cualquier cosa que hago transmito esa pasión, no lo puedo remediar".

Leyó mucho desde bien pequeño, marcado por las novelas de Víctor Hugo que tanto gustaban a su progenitor. "Esa parte romántica que tengo yo procede seguramente de eso". Pero si la literatura acarició su alma otro arte la iluminó aún más: la linterna mágica del cine. "Yo a los doce años era caramelero en el Coliseo Castilla y en el Rex. Y veía las película seis o siete veces, lo que duraran en cartelera. El cine ha jugado un papel importante en mi personalidad y en mi sed de aventura y en mi curiosidad. A mí todo me llama la atención. El cine fue un refugio grande. Si yo tenía una peseta me lo gastaba en el cine, aunque en el Liceo Castilla te hicieran rezar el rosario antes de ver la película. En el del Círculo Católico no había que rezar. Ahí lo que hacíamos antes de ver la película era intercambiar novelas y cómics. Mi favorito siempre fue El Cachorro, con aquellos dibujos maravillosos de Iranzo".

Soy rural y romántico. Y a mucha honra"

Siguiendo las andanzas de su hermano Aurelio se hizo espeleólogo, otra pasión, otra etapa en la vida de Elías Rubio. De su estrecha relación con el mundo subterráneo y las cuevas le surgió otra inquietud: los eremitorios. Y a investigarlos se puso, recorriendo toda la provincia de norte a sur y de este a oeste. "Conocí todos los pueblos; mejor dicho, aprendí a conocerlos y a amarlos. El libro Los pueblos del silencio surgió porque en mis recorridos iba viendo y dándome cuenta de que esa sociedad rural que yo había conocido con tanta vida estaba desapareciendo". Aunque trabajó unos años en Eibar, donde dejó un montón de amigos, Elías Rubio echó raíces en Burgos. Y para Burgos: toda su obra, sus quince libros, son una declaración de amor por esta tierra. De todas sus andanzas, que han sido muchas, conservará para siempre Elías el privilegio de haber conocido a esas gentes 'esforzadas y heroicas', al decir de Delibes. "Eso ha sido importantísimo para mí. Haber conocido a tanta gente especial, con tanto saber popular, tradicional... Esa cultura que estaba escondida pero que nadie se había ocupado de recogerla... La bonhomía de la gente, gente extraordinaria. Eso me ha dado muchísimas satisfacciones. He dejado un reguero de personas amigas por toda la provincia. Mis informantes, y además amigos".

Tan dentro de su alma y su memoria está la relación que ha mantenido con esas gentes, que son de nuevo objeto del trabajo en el que se halla inmerso: está preparando un libro que incluirá semblanzas de quienes más le ayudaron en sus ires y venires. Otro homenaje más de Elías Rubio, que es la memoria encendida de una tierra de olvido. Dice que Retratos de la memoria, que será su título, acaso sea la última publicación que dé a la estampa. Dios no lo quiera. Y posiblemente ni él mismo lo cree: su cabeza no puede estarse quieta y mientras siga viva la llama de la curiosidad, ahí estará él. "Me he dejado muchas cosas en el tintero, ¿eh?", apunta como contradiciéndose, como si a estuviese mirando más allá, a un nuevo horizonte.

Hace más de cuarenta años que Elías encontró en Peñahorada su lugar en el mundo. Cuando compró la preciosa casa en la que vive había en torno a 80 vecinos autóctonos. Hoy quedan tres. "De toda la gente mayor que conocí aquí aprendí mucho. De la huerta, por ejemplo, todo. Sabiduría popular auténtica. Hice un librito sobre Peñahorada sólo para darle un ejemplar a cada vecino". En esas cuatro largas décadas no sólo se han ido vaciando Peñahorada y otros pueblos: también enmudeció el ferrocarril Santander-Mediterráneo en el que tantos viajes hizo Elías Rubio para sus trabajos de campo. "Recuerdo, y bien, que estuve sentado en una ladera para verlo pasar por última vez. Siempre que pasaba por el pueblo pitaba, recuerdo a mis hijas diciendo adiós al maquinista. Era muy bonito. Fue una pena. El S-M significó mucho para mí. Tengo añoranza de ese tren".

Me siento orgulloso de haber sido quien recogiera la tradición oral de nuestros pueblos"

Es pura pasión burgalesa Elías Rubio. "Es la provincia más bonita que conozco, pero creo que si hubiera nacido en Soria, por ejemplo, creo que hubiera hecho las mismas cosas que he hecho aquí. Pero tenemos el privilegio de vivir en la provincia más maravillosa y variada de España. Cuando empecé a recorrerla siempre lo hacía como quien va a una aventura. Y cada aventura la he vivido con pasión y naturalidad. Y con humildad, que creo que es un bien que hay que cultivar mucho, a todos los niveles. Cuevas, eremitorios, paisajes, gentes, tradiciones, leyendas, fuentes, creencias, supersticiones, pueblos habitados y deshabitados... De todo ha escrito Elías Rubio en periódicos y en libros, todo lo ha investigado con vocación de eternizar y honrar la tierra de sus mayores para que nada se pierda, para que el olvido no crezca como una tupida yedra que todo lo oculta. Los tomos Burgos en el recuerdo I y II son de lectura imprescindible para que saber de dónde venimos, quiénes somos... Hizo una incursión en la ficción con el libro El año de la gripe y otros relatos burgaleses, en los que exhibió su talento narrativo a partir de historias que había recogido de la tradición oral, que constituye un pilar esencial en su obra y en su vida. "Si nadie se hubiera encargado de recoger todo eso... hubiese sido como si esa gente no hubiese existido. Claro que existió, y tenía sus creencias, su cultura, sus mitos... Y me siento orgulloso y muy satisfecho de haber sido yo quien recogiera esa tradición oral".

De todas sus andanzas, de todas sus investigaciones y publicaciones se siente feliz. Es incapaz de elegir un tema favorito este inconformista por naturaleza. Recuerda con idéntico entusiasmo el recorrido que hizo siguiendo la misma ruta que Juana la Loca con el cadáver de su marido, Felipe El Hermoso, por tierras de Castilla (el libro lleva por título Itinerario de una locura de amor) que su experiencia con los pasiegos de Burgos (Pasiegos de Burgos. Los últimos trashumantes, se acaba de reeditar con una versión a color). Sobre estos últimos siente aflicción Elías. "No se ha conservado la cultura popular de los pasiegos. No queda casi nada. Mi libro es de 1995, aunque se publicó diez años después. Cuando lo hice todavía vivía gente allí que demostraba cómo era la forma de vida tradicional de los pasiegos, con sus mudas... Si entonces quedaban unos trescientos vecinos en todos los valles, ahora apenas quedarán viviendo en torno a veinte entre los Cuatro Ríos. Soy de la idea de que cuando hay una cultura tan extraordinaria, tan singular y especial como la de los pasiegos, habría que protegerla. Como sea, aunque fuera subvencionando la leche, por ejemplo. Es un bien cultural que había que haber preservado, pero nadie le ha dado importancia, como cuando desapareció la Casa de la Vega... Yo lo denuncié, pero desapareció para construir qué... Han desparecido muchos testimonios de esta tierra. Y eso me da mucha tristeza, aunque ya estoy acostumbrado. Quizás lo vea con unos ojos que no son reales, o los demás son más prosaicos y ven más posibilidades de avanzar en este falso progreso. Yo lo veo de una manera romántica. Por eso me duele tanto lo de los pasiegos".

Elegiría la misma vida que he vivido"

Es tan discreto y tan humilde que le cuesta admitir que él, y no otro, ha sido el fedatario y la memoria de una mundo ya desaparecido. Pero reconoce que ha hecho algo importante. Y necesario. Tiene el reconocimiento de la gente, de la legión de burgaleses que han seguido siempre sus trabajos y que aún lo hacen en ese blog, ese 'cajón de sastre' que se llama Memorias de Burgos y que no deja de alimentar, como si estuviera escribiendo un libro que no tiene fin. "Son muchos momentos vividos", musita mirando hacia atrás, recordando, volviendo a pasar por el corazón. "Soy rural, romántico y apasionado. Y a mucha honra. Y siento orgullo de haber tenido el apoyo y el cariño de mi familia, de mi mujer y de mis hijas. Ha sido vital. Me gusta mi vida. Y elegiría la misma vida que he vivido si volviera a nacer. Me siento un privilegiado". Reflexiona a menudo sobre el paso del tiempo, su fugacidad, la vejez. "¿Quién no piensa en ello cuando ya se tiene cierta edad? Decir lo contrario sería mentir". Se queda en su Jardín del Edén acariciando con la mirada el avellano, el cerezo, el peral, cada planta y cada flor con pasión de enamorado. Un perfume de azahar inunda la mañana. El cielo ha ido cubriéndose de nubes salvo allí: la memoria de Elías siempre está encendida.