Una puerta al diálogo entre el arte y la villa condal

S.F.L.
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El artista Carlos Armiño, con la colaboración del fotógrafo Luis Mena y el escritor Eduardo Rojo, ha publicado un catálogo con 40 de sus esculturas colocadas estratégicamente -de forma temporal o continua- en rincones pintorescos de Oña

La mayor parte de las 40 obras elegidas para el catálogo están fabricadas en madera y tienen forma de marco. - Foto: S.F.L. LUIS MENA

Todo empezó en el claustro gótico-flamígero del Monasterio San Salvador de Oña. El primer contacto entre las esculturas elaboradas en la fábrica de sueños del artista Carlos Armiño y la villa condal data de la década de los ochenta. No recuerda el año concreto ni el número de piezas que componían la muestra. Pero de su creativa mente no se desprende la importante laboral cultural que promovía la Asociación El Colmillo. El vínculo con la localidad se forjó cuando tan solo era un niño que residía en Cereceda y recibía la visita de los jesuitas del convento para enseñar el catecismo. Se estrechó con las excursiones a las inmensas huertas repletas de frutales y a los jardines benedictinos para contemplar a las truchas del canal. Las fantasías brotaban en la cabeza del pequeño motivadas por el entorno que le rodeaba.

A partir de entonces, el conjunto de la villa le ha inspirado a la hora de desarrollar sus creaciones. Esas inmensas zona verdes en las que correteaba también le han seducido como lugar para que sus obras interactúen con el ser humano y el paisaje natural. Así nació el Jardín Secreto, una confluencia de pasado y presente que invita a reflexionar sobre la utilidad del patrimonio. Una puerta de entrada a este cobijo espiritual que tanto valora el escultor. Ese hilo que le une al municipio ha desencadenado en la publicación de un catálogo con 40 de sus trabajos sustituyendo los fondos neutros por los más vivos de la localidad. 

A través de las esculturas elegidas, la mayoría fabricadas en madera y hormigón, uno es testigo de como la propia obra contempla cada uno de los escenarios. La gran mayoría fueron colocadas en un punto expresamente como modelos de una sesión fotográfica del burgalés Luis Mena. Una muestra concebida para observar, no in situ, si no a través de los ojos del profesional. Para desarrollar la idea «intenté encontrar un equilibrio escultura-paisaje en el que ambos convivieran de una manera natural y que lejos de disputarse protagonismo se aportaran sentido mutuamente, algo ya intrínseco en la obra de Armiño pero que había que plasmar en imágenes», aclara el fotógrafo.

El escultor Carlos Armiño tiene su taller en Cereceda.El escultor Carlos Armiño tiene su taller en Cereceda. - Foto: S.F.L. LUIS MENA

Seleccionar las piezas acordes que respetaran y convivieran en el espacio no resultó tarea fácil. Más bien fue uno de los mayores desafíos a los que se enfrentaron ambos artistas. «Queríamos que la obra en sí no se llevara todo el protagonismo y no quitara valor al paisaje o monumento, por lo que hubo que hacer unos cuantos viajes a mi estudio para dejar y coger piezas que encajaran», manifiesta el escultor. Finalmente lo consiguieron. Abrieron una puerta a un diálogo entre obra y entorno muy enriquecedor para el resultado final.

A su vez, el periodista y escritor oniense Eduardo Rojo ha dado voz a la historia de ese niño que se crió en el pueblo hasta los 11 años, vivió en Santander para regresar de nuevo, a su extensa trayectoria y a conocido sus afanes e inquietudes. Durante décadas fue un espectador más de sus esculturas. Pero haber estado en su taller charlando con él sin prisas le ha permitido «apreciar una dimensión más humana de la creación artística y entender mejor la integración del arte contemporáneo en el mundo rural. El hecho de colaborar en este proyecto ha sido enriquecedor para mí», declara. El trabajo transporta a dar un paseo por la iglesia de San Salvador, el lavadero, la calle Barruso, los estanques del monasterio, la ermita de San Vitores, el río Oca o la antigua estación transformada en albergue protagonizado por personajes que no se movían, si no que había que moverlos, convirtiéndose en una buena excusa para tomar un contacto singular con la villa condal.
 

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