Martín García Barbadillo

Plaza Mayor

Martín García Barbadillo


De fiesta con el duque

08/08/2022

Como no soy especialmente seguidor del ciclismo, mi estilo artístico menos favorito es el barroco y, además, normalmente me aburren las representaciones históricas, el sábado pasado no se me ocurrió nada mejor que acercarme a Lerma. ¡Dos veces! De allí salió la última etapa de la Vuelta a Burgos por la mañana y por la tarde se celebró la Fiesta Barroca, que es una representación histórica (y barroca, claro). Y, qué quiere que le diga, ni tan mal.

La verdad es que no me moví de la plaza, pero no hubo ninguna necesidad. Por la mañana, todo era un trajín de coches con bicicletas encima, innumerables guardias civiles, motos, gente yendo y viendo, un speaker con carrete argentino y, por supuesto, ciclistas, pero era casi de lo que menos había. Yo no los conozco, pero era posible husmear (que siempre gusta), estar al lado y casi charlar con las estrellas, algo impensable en otros deportes y seguro que emocionante para los fans. Salieron de allí mismo rumbo a las montañas. Los vi llegar en la sobremesa, tiradísimo en el sofá, a ratos despierto, a ratos babeando; como se ve el ciclismo.

Por la tarde, más. Por la calle Mayor sube el desfile barroco, que emula las fiestas que organizaba el Duque de Lerma en el siglo XVII (verdaderas juergotas): se divisa humo (del de pega, tranquilos), hay música, figuras, demonios, dragones, el duque y el acompañamiento. Flota una luz naranja flipante de final de la tarde que trepa por la cuesta con ellos; se consigue el ambiente en ese escenario de alucinar que transporta a 1600 y pico de un empujón. Por la calle de la Audiencia llega el carruaje real, la comitiva de los importantes se adentra en el palacio y contemplan el espectáculo desde el balcón. Malabares, equilibrios… Todo correcto, todo vistoso, rapidito y corto, como tiene que ser.

Cuando el rey, el duque y su acompañamiento se meten de nuevo en el palacio, una vez acabado el show, uno no puede evitar pensar cómo eran estas juergas 400 años atrás y si lo bueno pasaría dentro (seguro). El Duque de Lerma las montaba gordas para impresionar a reyes, embajadores y mandatarios (y hacer sus negocietes). En esto poco ha cambiado la cosa en cuatro siglos, si acaso los escenarios, que ahora no tienen ni de lejos la belleza de la Plaza Mayor de Lerma. Si no fue, se lo perdió.