80 años del ataque que cambió el mundo

M.R.Y. (SPC)
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El bombardeo japonés sobre Pearl Harbor fue el empujón necesario para que Estados Unidos entrase en la Segunda Guerra Mundial

La ofensiva nipona comenzó a primera hora de la mañana de un domingo, para tratar de pillar desprevenidas a las tropas norteamericanas. Su brutalidad fue tal que se cobró más de 2.400 víctimas mortales y dejó más de 1.200 heridos.

A pesar de que la Segunda Guerra Mundial está fechada entre 1939 y 1945, la auténtica contienda a nivel global comenzó un poco más tarde. Concretamente, el 7 de diciembre de 1941, cuando Japón atacó la base estadounidense de Pearl Harbor, situada en Hawái, por motivos geoestratégicos que acabó derivando en la entrada de la potencia norteamericana en el conflicto bélico, lo que fue clave para la victoria final de los aliados contra la Alemania de Adolf Hitler.

Lo que se antojaba como una apacible mañana de invierno se convirtió en un auténtico infierno y en una «fecha para la infamia», como manifestó el entonces inquilino de la Casa Blanca, Franklin Delano Roosevelt, para justificar su declaración de guerra contra el país nipón un día después.

Tokio se había embarcado en una agresiva campaña de expansión militar en Asia desde una década antes, con su invasión de Manchuria -al norte de China- y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial le dio una oportunidad para continuar con sus avances. En 1940 firmó una alianza tripartita con Alemania e Italia que aseguraba ayuda mutua y total durante un período de 10 años y la aprovechó para extender su imperio entre los territorios del Pacífico. Sin embargo, su ambición alcanzó tal punto que se planteó como objetivo paralizar la flota estadounidense en la zona: un error que le costó demasiado caro.

Estrategia

El Ejército nipón comenzó a trazar sus planes para atacar Pearl Harbor ya en enero de 1941 y lo concretó después de que Roosevelt impusiera un embargo sobre las exportaciones japonesas, que acabó por romper las ya de por sí tensas relaciones bilaterales.

Seis portaaviones partieron hacia Hawái el 26 de noviembre, con un total de 408 aviones de combate, uniéndose a cinco submarinos enanos que había zarpado un día antes. Tardaron algo más de una semana en actuar.

Los estrategas tenían claro que el ataque tenía que ser un domingo  porque, a su juicio, las tropas estarían más relajadas y, por tanto, menos preparados para reaccionar. A las 07,55 horas, sin haber amanecido, se produjo la primera ofensiva. La segunda llegó 45 minutos después. En menos de dos horas murieron 2.402 personas, entre ellas 2.335 militares estadounidenses. El ataque, además, dejó 1.247 heridos. El objetivo de Tokio de destruir la flota estadounidense en la región asiática fue prácticamente conseguido: 20 buques de guerra norteamericanos y unos 300 aviones resultaron dañados o destruidos.

Pero su otro fin, el de asegurar su expansión haciéndose con territorios del Reino Unido, Francia -ambas inmersas en la Segunda Guerra Mundial- y EEUU se quedó en un intento que, además, tuvo una repercusión fatal: Washington dio el paso definitivo para acabar con las pretensiones niponas y le asestó un castigo inédito.

¿Una excusa perfecta?

La reacción no se hizo esperar. El día siguiente al ataque a Pearl Harbor, Roosevelet se dirigió a una sesión conjunta del Congreso buscando una declaración de guerra contra Japón. Y en un país profundamente dividido, esta ofensiva sirvió de nexo de unión: solo una legisladora votó en contra. En las calles se clamaba venganza y Roosevelt la materializó metiendo a EEUU en la contienda -que, curiosamente, no vio terminar con el triunfo aliado porque falleció apenas unos meses antes de su fin-.

A pesar de que el Gobierno lo negó, existen informaciones que apuntan que la Casa Blanca conocía las intenciones de Japón y que, incluso, permitió que la ofensiva se llevase a cabo  para tener la excusa perfecta para entrar en la guerra. Ajeno hasta entonces a la amenaza que suponía la Alemania nazi, ya no solo sobre Europa, sino sobre buena parte del planeta, el gigante dormido despertó. Y lo hizo entrando de lleno en el conflicto.

La devastación en el Pacífico llevó a que Washington iniciase su campaña sobre el Viejo Continente mientras se preparaba para el gran golpe: con la contienda prácticamente sentenciada, culminó su gran plan, conocido como Proyecto Manhattan, con el que desarrolló la bomba atómica que lanzó, en agosto de 1945, sobre Hiroshima y Nagasaki, los únicos ataques nucleares sobre poblaciones efectuados hasta la fecha y que significó la vendetta al ataque de Pearl Harbor. Esas ofensivas -que se cobraron más de 100.000 vidas y dejaron consecuencias fatales para la salud de sus habitantes- supusieron la rendición de Japón la victoria de los aliados en una contienda en la que Estados Unidos fue un invitado tardío, pero determinante para el triunfo final.