David del Cura

Entre pitos y flautas

David del Cura


Elogio del aburrimiento

17/10/2022

En estos tiempos de hiperestimulación infantil hay una frase demoledora: me aburro. Esta afirmación en la aguda voz de las criaturas y mirando hacia arriba con gesto de reproche supone una enmienda a la totalidad de los planes educativos y formativos, constata el fracaso parental, genera miradas de reprobación y certifica que no estás en el olimpo de los 'buenos padres o madres'. Este miedo al aburrimiento se ha extendido a todos los ámbitos de la vida y no hay descanso, suspiro, reposo. La concatenación de actividades es la rutina de pequeños y mayores. En el debate público se suceden las polémicas, el intercambio de declaraciones, la aparición y defunción televisiva de personajes, el periodismo se enreda en los tuíteres y los hilos ahorcan el ejercicio sereno de la profesión. Programamos nuestras jornadas con series que deglutir a toda velocidad, libros amontonados esperando lectura, el yoga aéreo y disculparte con los amigos porque este viernes tampoco vas a poder. Hasta el ocio lo rellenamos con citas que nos obligan a ir a la carrera, los runners embutidos en fosforito merecen columna aparte.

La actividad permanente nos atenaza, esclaviza y nos genera una falsa apariencia de productividad. Si alguien bosteza en una de esas importantísimas reuniones las miradas se clavan como puñales… poco después todos los presentes reproducen ese ejercicio tan primitivo como necesario de abrir la boca hasta desencajar la quijada y dejar que el cerebro se llene de oxígeno y nada.

Es ese instante en el que el vacío se adueña de nuestra consciencia y de la inconsciencia, el silencio, el enfriamiento. Hay quien lo compara con otros placeres pero quizá nos pasemos con la analogía. A todos nos alivia un punto y aparte porque necesitamos respirar, pensar, tomar alimento, en fin, reposar que cantaba Krahe. Los científicos no se ponen de acuerdo sobre el desencadenante de ese leve ejercicio espasmódico, extendido por el reino de los mamíferos, que nos recompone en situaciones de cansancio, espera o aburrimiento. Los últimos en el análisis apuntan que funciona como detonante de un estado de alerta. Todos reconocemos su capacidad regeneradora y su alto grado de contagiosidad. Entonces…¿Por qué no se extiende el necesario aburrimiento creativo con sus bostezos a toda nuestra esfera pública y privada? Y ya puestos a la pregunta retórica…¿por qué nos hurtamos los debates para quedarnos en las frases más o menos redondas?, ¿por qué preferimos la sencilla y peligrosa polarización que no necesita pensamiento?, ¿por qué limitamos los caracteres de la discusión, incluso su carácter? Un ser humano aburrido es alguien que tiene tiempo, que piensa qué hacer y cómo hacerlo. 

El aburrimiento es hoy el mayor ejercicio y la manifestación más honesta de la libertad. De la de verdad. Por eso el que está aburrido, que siempre es una situación transitoria, es un sospechoso, un verso suelto o todo un poema. Las manifestaciones gestuales de ese aburrimiento están proscritas y comparadas con el alivio animal de otras realidades fisiológicas. Nos tapamos para bostezar para evitar la vergüenza pero ni ese gesto consigue evitar la capacidad expansiva de esa inhalación amplia con cierre rápido. Quizá tengan razón los que valoran su capacidad para generar estados de alerta o vigilancia y, dada su contagiosidad, quizá tengan sus razones los que no quieren grupos amplios con altos grados de atención y avizores. Quizá las sociedades civiles más maduras y más capacitadas para la reflexión y la acción son las que disponen de tiempo sin ruidos. Por eso en este curso electoral no nos van a faltar las polémicas de un rato y las broncas porque el silencio lleva al aburrimiento que es la antesala del pensamiento.