Mucho más que castillos en el aire

R. PÉREZ BARREDO
-

El dibujante e historiador Miguel Sobrino publica 'Castillos y murallas', una obra monumental en la que tienen gran protagonismo numerosas fortalezas burgalesas

San Salvador de Oña

Miguel Sobrino tiene un don para el dibujo es algo tan incuestionable que, de no ser porque quizás haya algún lector que lo desconozca, estaría de más aseverar aquí. Pero es que, además, este artista tiene una vis investigadora que hacen de él una autoridad en materia de historia artística. Acaba de publicar en La Esfera de los Libros una obra monumental Castillos y murallas.Las biografías desconocidas de las fortalezas de España, que cierra la trilogía iniciada con Catedrales.Las biografías desconocidas de los grandes templos de España y continuada con Monasterios. Las biografías desconocidas de los cenobios de España. En su última obra, Sobrino, que en los años 90 dirigió en Burgos, junto a Julio Peña, el Taller Siloé, ofrece más de 400 ilustraciones realizadas magistralmente y un índice geográfico con el que el autor hace un recorrido por estas construcciones que han ostentado un papel crucial en el mundo de la cultura.

«El posible valor de este libro está en evitar los puntos de vista más recurrentes -el castillo como parte de la historia de la técnica militar y de los lances bélicos; como elemento paisajístico o, peor, 'identitario'; como escenario de cuentos y leyendas- para centrarnos en otros que deben ser reivindicados. Intentaremos comprenderlos como obras pertenecientes al mundo de la arquitectura, al que sin duda han aportado multitud de hallazgos y particularidades; también nos detendremos en los múltiples caminos por los que las fortalezas han inspirado al pensamiento y a otras artes. Por eso habrá de centrarse nuestra atención en aquellos castillos que conserven su interior o que, al menos, mantengan los testimonios suficientes para desentrañarlo. Porque de eso se trata: de ahondar, intentando comprenderlos como organismos arquitectónicos completos, en su completa y coherente anatomía», explica su autor, que hoy es profesor de cantería en la Escuela de Arquitectura de Madrid.

Burgos, claro, tiene un peso importante en la obra, como lo acreditan las ilustraciones de este reportaje, por su ingente cantidad de ejemplos, pero también porque la obra no se queda en los archiconocidos, sino porque recorre y disecciona «con extraordinaria sensibilidad y precisión la historia de su desarrollo e influencia en lo social, económico y cultural, y su rol como grandes centros de poder». Así, por el libro desfilan fortalezas como el Castillo de la capital, pero también otras construcciones que se ubican en ésta; y lugares a la vez emblemáticos y menos conocidos de la provincia: de la ciudad de Frías a Peñaranda de Duero pasando por Sotopalacios, Espinosa de los Monteros, Lomana, Quintana Martín Galíndez,Aranda de Duero, Belorado, Bisjueces, Briviesca, Cabia, Caleruega, Castrojeriz, Clunia, Covarrubias, Gumiel del Mercado, Íscar, Lerma, Medina de Pomar, Oña, Pesquera de Ebro, Poza de la Sal, Puentedey, Quintana de Valdivielso, Rebolledo de la Torre, Rioseco, Saldañuela, San Pedro de Arlanza, Santa Gadea del Cid, Torme, Valdenoceda, Valpuesta, Villalaín o Villegas.

De la fortaleza capitalina, que data del siglo XIII, escribe Miguel Sobrino: «Debía ser extraordinario el palacio levantado por Alfonso X en el alcázar de Burgos, un edificio que sufrió muchísimo en las guerras napoleónicas y cuyos vestigios fueron después demolidos. Las pocas imágenes que existen de sus ruinas muestran un volumen abovedado que recuerda al palacio construido por el mismo rey en el Real Alcázar de Sevilla (...) Es probable que a sus formas generales góticas se sumasen detalles decorativos de corte andalusí». 

Sobe el Alcázar de Medina de Pomar, al que dedica numerosas referencias y espléndidos dibujos, dice el autor: «Formado por dos  gigantescas torres unidas por un cuerpo central más bajo, su silueta sigue alzándose desde la distancia para quienes se acercan a Medina de Pomar incluso hoy, cuando los bloques de pisos o el silo de cereal intentan infructuosamente restarle protagonismo: el nombre por el que se conoce es, de hecho, 'las Torres, tan altas y descollantes que RafaelAlberti se permitió la licencia poética de pensar, camino del Cantábrico, que desde su almenas podría verse el mar. Si continúa así en nuestros días, debe imaginarse la impresión que habría de causar esta fortaleza para quienes la vieran a finales de la Edad Media, por mucho que estuviesen acostumbrados a las casas-torre que ya entonces empezaban a prodigarse por las provincias norteñas.Y es que Fernández de Velasco quiso seguramente dirigirse a sus nuevos súbditos hablando el lenguaje o dialecto propio de la zona, para que entendiesen sin titubeos su mensaje: dominando con su masa el derredor, el alcázar medinés manifestaba en voz bien alta quién mandaba a partir de ese momento».

Del castillo de Frías, que se asoma al Valle de Tobalina sobre un farallón rocoso, dice Sobrino: «fortaleza enriscada, sobre la peña que domina, en un atrevido voladizo, el caserío de la villa (...) Toda la parte alta de la población está asentada sobre roca, de modo que la torre almenada del castillo aprovecha el relieve natural tanto como la fila de casas colgantes que lo prolonga, que dentro de nuestro país sólo ceden en fama ceden en fama a los rascacielos medievales de Cuenca. (...) Hoy podemos hablar del aspecto dominador de esa atalaya tomándolo como una metáfora, quizás sin saber hasta qué punto ese torreón era la representación en piedra de la cabeza del señor, vigilando como un animal omnisciente y monstruoso las calles y viviendas de sus súbditos».

También Covarrubias ostenta protagonismo: «Hay un grupo de torres  aisladas que podríamos adscribir al periodo artístico mozárabe. Algunas son atalayas, similares a las que en el otro lado de la frontera levantaban los andalusíes, pero otras podrían interpretarse como el origen de las casas-torre que habrían de caracterizar el paisaje montañés a partir, sobre todo, del siglo XIII.Como cabeza y origen de este último tipo debe comprenderse la llamada torre de Doña Urraca (...) Es una de las construcciones más adustas que puedan imaginarse: con perfil troncopiramidal y sin apenas vanos (los que hoy tiene estarán rasgados posteriormente a partir de las estrechas aspilleras originales), sólo la puerta situada a media altura parece admitir un mínimo margen de adorno, con su arco mozárabe de herradura; los matacanes que la coronan son ya del siglo XIV. Además del arco de entrada, hay un detalle que no suele destacarse y que es de gran importancia: el aparejo de los muros es de soga y tizón, con tizones emparejados a la manera de lo que se usaba en las construcciones califales del momento».

Aunque son muchos más los dibujos y los análisis de las fortalezas y murallas burgalesa que recoge el libro, citaremos por último SanSalvador de Oña. «Es un ejemplo de monasterio-cofre, pero no por su inmensa cerca, sino por las torres que lo protegen, levantadas a finales del siglo XIV tras el pillaje al que fue sometido durante la guerra civil castellana. Concluidas esas obras de fortificación se aumetó aún más la riqueza del conjunto, reedificándose la iglesia y el claustro y levantando lujosos doseles para el panteón regio y condal que allí se aloja».