Escasa densidad de población, dispersión, envejecimiento, cierre de centros escolares y consultorios médicos… desaparición de oficinas bancarias. ¿A qué les suena todo esto? Es fácil adivinarlo, ¿verdad? A la España vaciada, un término acuñado para referirnos al declive del medio rural por la falta de expectativas económicas y sociales. Pero a los indicadores citados se suma otro no menos importante: el cierre de bares. Tal es la gravedad de la situación que el grupo Gabinete Caligari se pensaría ahora mucho aquello de 'Al calor del amor en un bar' y que tanto se escuchaba en la radio por el año 1986. Basta para ello con revisar el estudio publicado este mes por la Asociación Estatal de Directores y Gerentes en Servicios Sociales de España. El informe, elaborado junto a la Confederación Empresarial de Hostelería de España, muestra no solo el peso económico de la hostelería en términos de PIB y empleo en nuestro país, sino fundamentalmente la peculiaridad española en comparación con muchos países de nuestro entorno. Y ciertamente dan en el clavo, porque aquí los bares y restaurantes forman parte inexcusable de nuestra forma de socializar y de nuestra cultura. Este tipo de establecimientos son espacios de convivencia, de disfrute, y que además aportan integración y cohesión social. El documento explica cómo los locales hosteleros de proximidad, especialmente en barrios y pequeños pueblos, son puntos claros de encuentro para potenciar la calidad relacional con diferentes funciones sociales que favorecen la comunicación directa, evitan el aislamiento y la soledad, aportan seguridad al entorno, proporcionan servicios personales y propician la cohesión social y la integración, entre otros beneficios.

En Castilla y León hay 780 pueblos de menos de 100 habitantes que no cuentan con bar o centro similar, es decir algo más de 70.400 habitantes de la Comunidad viven en municipios sin esta opción. Datos que se suman a otros muchos que dibujan en conjunto un desalentador y preocupante panorama.