El misterio habita en las alturas

A.S.R.
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El proyecto expositivo 'La torre encantada', diseñado por Adolfo Alonso Ares, permite descubrir esta ala del Palacio de la Isla. Las salidas a la azotea, solo en visitas guiadas en fechas especiales

La terraza almenada brinda panorámicas insólitas, pero la seguridad impide que se abra de forma habitual. - Foto: Alberto Rodrigo

Se levanta al cielo enhiesta, inalcanzable, altiva, pero, al mismo tiempo, acogedora, con una elegancia de ladrillo solo rota por la perfecta alineación geométrica de sus ventanas, que, incluso cerradas, invitan a descubrir qué esconden dentro, un poder de seducción que se intensifica si la mirada se topa con la azotea almenada. ¿Qué batallas se han librado en los recovecos que dibuja ese remate propio de un castillo de cuento? La torre del Palacio de la Isla que se entrevé entre las frondosas copas de los árboles de sus jardines propicia que la imaginación vuele. Da pie a mil y una historias. Una de ellas es la que ha diseñado el poeta y artista leonés Adolfo Alonso Ares. Su proyecto expositivo La torre encantada, una suerte de bestiario mágico apegado a las leyendas de las tierras de Castilla, permite descubrir esta ala de la antigua residencia de los Muguiro en la segunda planta e incluso ascender por la escalera de caracol que guía hasta el cielo. Alcanzarlo se complica más. La trampilla que lleva a tocarlo solo se abre en las visitas guiadas que se realizan en fechas especiales. 

Animados por los misterios que se presumen entre los muros de esa torre camaleónica, los pies se adentran en palacio con el fin de desvelarlos. Pocos enigmas quedan en la planta baja, habilitada como sala de exposiciones desde el traslado del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Ahora enmarca la Galería de los Escritores de Castilla y León, con retratos del palentino Félix de la Vega. 

Dejada atrás, los pasos se dirigen hacia la majestuosa escalera de madera con imponente barandilla. El leve crujido de sus peldaños se pone al servicio del arcano a destapar. En el primer piso, al fondo, se atisba la capilla, abierta también a mentes curiosas e inquietas con la propuesta El almanaque del presente, de Rafael Lamata.

Pero la protagonista es la torre. Y la voz del propio Alonso Ares insta a seguir subiendo. Una banderola cuelga a modo de presentación. «La torre del Palacio de la Isla es la torre encantada que se mece en el mito de las torres, desde la de Babel. Las torres son simbolismo, mito y aventura que están relacionados con los bestiarios medievales, con la búsqueda de lo imposible y con la búsqueda de lo desconocido», apunta después de recordar que este elemento arquitectónico es un símbolo desde la antigüedad y que él recurre a Gilbert Durand y su libro Estructuras antropológicas del imaginario, que desarrolla la idea de que los 'signos', independientemente de su poder, significan y evocan mundos imaginarios. 

Tras este preámbulo, sin puertas que pongan límites al campo (la visita es libre), el creador leonés comparte su propio universo, con animales fantásticos que evoca en pinturas colgadas en la pared, aves imposibles que vuelan en la estancia, pasean por el alféizar de las ventanas o revolotean en jaulas. 

«Este bestiario es solo una oquedad que se deshace en la densa espesura de un palacio, en las selvas de cuarzo en un río que se seca en noviembre. Pero siempre me ha gustado vivir alrededor de las hogueras. Leí las hojas, sueltas, desleídas, del gran libro del mundo (...)», escribe en el folleto que recoge negro sobre blanco lo mismo que su voz repite en bucle y suena en la estancia al paso del visitante. 

Magia, fantasía, leyendas, literatura. Todas son una. Alonso Ares las conjura en una de las vitrinas. Recoge tierras de lugares marcados, de una u otra manera, por las letras y las encierra en frascos. De Valpuesta, cuna del castellano; de Silos, con su ciprés como musa; de Vivar del Cid, como muestra de los caminos recorridos por el héroe burgalés... 

Envuelto por tanto simbolismo, irrumpe el gran momento. La torre encantada prosigue en la habitación donde arranca la escalera de caracol que asciende a las alturas. Nadie ni nada bloquea el paso. Otra vez resulta inevitable seguir esa serpiente que se enrosca sobre ella misma. 28 peldaños para llegar al primer descansillo. 

Las pinturas nacidas de la imaginación de Alonso Ares avivan ese espacio, pero interpretan un papel secundario. Las ventanas acaparan las miradas. La exuberante naturaleza, las vistas inéditas, los pizpiretos elementos arquitectónicos del propio palacio, la atmósfera de cuento que dibujan sus tejados de pizarra... 

Todo empuja a quien se ha adentrado en ese territorio a querer más. También la escalera de caracol, que es la original, la que se construyó a finales del siglo XIX, mueve a continuar con la ascensión, a descubrir qué otros secretos se esconden más arriba... Si hace caso a ese pálpito, su gozo no se topará con un pozo, pero sí con una puerta cerrada, que solo se abre en ocasiones especiales, como medida de seguridad, dadas las estrecheces de la azotea donde muere. 

Pero cuando esa llave gira, la imaginación se siente muy poderosa. Se presta como escenario de historias de amor prohibido, de refugio de fugitivos, de último reducto de un futuro distópico... La realidad tampoco pinta mal. Una ciudad distinta se dibuja desde ese punto, con panorámicas que impresionan, y que hace que hasta los árboles, curiosos, tornen en gigantes y se asomen por sus almenas para no perdérselas. La silueta inédita de Las Salesas, el diálogo perpetuo que se traen su torre y las agujas de la Catedral, el imponente edificio del seminario mayor, la espadaña de San Pedro de la Fuente con el nido de cigüeñas en lontananza, el contraste entre los edificios contemporáneos y los históricos... Vale la pena estar atento a la agenda. Los lugares (casi) inaccesibles siempre son mágicos.