La fuga de Luis Roldán, exdirector de la Guardia Civil fallecido esta semana, hizo correr ríos de tinta entre los convulsos años 1994 y 1995. La caída de este personaje, cuya carrera había sido meteórica -con éxitos al frente del Instituto Armado, como la desarticulación de la cúpula de ETA o la detención del sanguinario dirigente Henri Parot-, fue asimismo rápida: la prensa de la época destapó que el patrimonio personal del susodicho se había disparado tan ilícita como exponencialmente, lo que provocó su cese y una investigación que concluyó que, en efecto, había cobrado comisiones y desviado fondos reservados hasta atesorar un pastizal, varios cientos de millones de pesetas (que nunca aparecieron).
Así de revuelto andaba el solar patrio, con el PP de Aznar y su 'pinza' con Anguita atizando de lo lindo al PSOE de Felipe González, cuando Roldán se esfumó un 26 de abril de 1994. Dos meses más tarde, un burgalés, Ángel Olivares, llegó a la dirección general de la Policía Nacional.
El también exalcalde de Burgos recuerda que desde el primer día de su llegada «sólo había dos prioridades fundamentales: la lucha contra el terrorismo y la captura de Luis Roldán» (...).
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