Tras el puzle de la historia

R.P.B.
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Por el servicio de restauración del Museo de Burgos, en manos de la arqueóloga y restauradora Adelaida Rodríguez desde hace tres décadas, pasan todos los hallazgos procedentes de los yacimientos arqueológicos de la provincia

El proceso de restauración de cualquier pieza lleva mucho tiempo.Adelaida Rodríguez cuida con mimo cada detalle de cada proceso. - Foto: Luis López Araico

Los dos sarcófagos recién exhumados de la ermita de Montes Claros de Ubierna se han convertido en un reclamo más del vestíbulo más hermoso que existe en esta ciudad: el patio renacentista de la Casa de Miranda, la antesala del fantástico Museo de Burgos. No están allí para ser contemplados, aunque se pueda: andan oreándose porque han pasado siglos bajo tierra, y es imprescindible que sequen en su totalidad -la capa de légamo que provoca la humedad y los restos orgánicos- para tratar de obtener toda la información posible de tan fenomenal hallazgo. Nadie sabe tanto de esta paciente y minuciosa labor como la restauradora del Museo de Burgos, Adelaida Rodríguez, que además es arqueóloga. Por sus hábiles y sabias manos, por su ojo clínico, han pasado miles de piezas en las últimas décadas, algunas de las cuales se exhiben en las vitrinas de las salas del centro museístico gracias a su precisa y maravillosa labor, que es casi artesanal.

«Hemos tenido suerte por la época del año en la que han llegado, porque van a secar muy despacito; si lo hiciera rápido, podrían sufrir fracturas y caerse alguna parte. Uno de los trabajos del restaurador es marcar unas pautas de conservación y de preservación. Ese es un trabajo que no se ve, pero que es clave. Cuando vayamos viendo que están cada vez más secos empezaremos a tomar medidas». Mientras ese proceso de secado natural evoluciona, Adelaida tiene un mundo entre manos: la historia más antigua de esta tierra, nada menos. Cada hallazgo procedente de un yacimiento arqueológico llega al departamento en el que ella es una y trino (está sola al frente de esta sección, y es la única restauradora de la Junta de Castilla y León que hay en Burgos).

Aunque podría asegurarse por su brillante bagaje que ningún resto constituye misterio alguno para esta profesional de la restauración, admite Adelaida que el principal desafío con el que suele encontrarse es el hierro. «Estabilizar el hierros; es un metal muy inestable, con mucha tendencia a mineralizarse; forma capas de corrosión...Es difícil», explica mientras se mueve por las laberínticas estancias que llevan del patio a los que son sus dominios desde los años 90. Aunque parezca increíble, no dispone de un espacio acorde a las exigencias de su labor, sino que su sección está compartimentada, lo que complica aún más la tarea. Su reino por una mesa en condiciones, por ejemplo, sobre el que depositar el inextricable puzle en el que se halla inmersa desde hace tiempo: piezas procedentes del fabuloso yacimiento romano de Buniel; en concreto, repartidas aquí y allá (por falta de una mesa en condiciones), está Adelaida tratando de recomponer una pieza espectacular.

En esa villa romana hubo un incendio, pero en una de las casas que se vieron afectadas había un sótano con muchos elementos, una suerte de despensa. Todas las piezas quedaron tapadas tras el hundimiento, ocultas. Por eso han llegado hasta nuestros días: fue imposible el expolio o una reutilización posterior de los enseres. Hay una buena parte expuesta en una de las salas del museo y otra que se está restaurando poco a poco, ya que se trata de un conjunto complicado. De esa parte destaca lo que se extiende sobre las dos citadas mesas: son partes de un arca de madera chapada con metal. «La gran suerte que tiene este museo es que la restauradora es también arqueóloga», explica Luis Araus, conservador del centro. Todas esas piezas -varias decenas- forman parte de ese arca. «Se está tratando de recomponer dentro de lo posible: están las asas, un mascarón con una medusa, la cerradura, la llave... Pero es un trabajo largo, lentísimo y muy detallado».

Como ese arca se han encontrado muy pocas en la península: una en Zaragoza y otra en Mérida. Más conocidos, señala Araus, son los ejemplos que de piezas como esa existen en lugares míticos como Herculano o Pompeya.«Se trata de una pieza muy rara».Las piezas del yacimiento de Buniel llegaron al museo en 2012. Hay varias expuestas desde hace tiempo, pero otras, como éstas, aún se están investigando. Es como realizar con minuciosidad el puzle de la historia. Adelaida sabe que será muy difícil, pero no va a cejar en su empeño de tratar de pegar todas las piezas posibles de ese rompecabezas.

Pero no sólo está con lo de Buniel, claro, porque llegan piezas continuamente al museo -es lo que tienen las campañas de excavación de yacimientos arqueológicos en una provincia rica en estos-; están los citados sarcófagos de Ubierna, más un anillo y otras piezas que se encontraron cuando estaban excavando allí; y también los restos encontrados por Fabiola Monzón en el último desprendimiento de la ladera del Castillo. Aunque aún se encuentran en proceso de limpieza, además de algunas monedas hay una pequeña maravilla; se trata de un adorno del arreo de un caballo que data del siglo XIV. Asomada a un binocular, Adelaida Rodríguez define la pieza: «Aleación de cobre sobredorada, esmalte posiblemente azul y blanco, con una inscripción». Precisión de cirujana o de forense del corpus del pasado.

Se quita importancia con toda humildad Adelaida. Le apasiona su trabajo. Dice que le cuesta emocionarse cuando consigue restaurar una pieza, por más difícil que haya sido conseguirlo. «Soy arqueóloga. Las piezas tienen un valor, una función, son un dato histórico. Me puede parecer más bonito o entretenido algo que vaya a aportar y con lo que me lo vaya a pasar bien». No destaca ninguno de sus trabajos por encima de otro, y eso que han pasado miles de piezas por las manos de esta restauradora, que también forma parte de la Ponencia Técnica de Patrimonio. Así, a menudo también viaja a yacimientos y realiza labores de asesoramiento.No todo es trabajo 'de laboratorio'. Más elaborar informes, claro. El taller de restauración del museo también tiene espacios para el tratamiento acuoso o húmedo, con los productos necesarios para realizar los tratamientos necesarios, y de almacén, que atesora joyas que algún día podrán ser exhibidas.Impresiona, por ejemplo, parte de una madeja de lino procedente del yacimiento de Buniel. Es una rareza, porque no es fácil que un material así se haya conservado hasta nuestros días. «Estamos haciendo la conservación preventiva, porque es algo excepcional, ya que es material orgánico del siglo IV. Y además de la madeja, salieron los útiles para trabajarla».

La ambición del Museo de Burgos es poder contar con unas instalaciones más apropiadas, con unas dimensiones y un espacio más dignos, además de más personal y una mejor tecnología. «El trabajo de un restaurador es preservar, tener ciertas habilidades y trabajar con cuidado, intentando saber lo que tienes entre manos. Somos artesanos con preparación científica, con conocimientos de física y de química. El restaurador no es un artista; es un técnico con una base de conocimientos científicos para poder intervenir sobre un bien cultural y además con la responsabilidad de que tiene que pasar a otras generaciones», concluye Adelaida Rodríguez.