Las herederas de Clara

ALMUDENA SANZ
-

Lara Valles, Érika Magide y Alejandra Merino, alumnas de Ciencias Políticas y Gestión Pública de la Universidad de Burgos, defienden a Campoamor como un referente y alertan de que la lucha por los derechos de la mujer continúa, aunque sea por otros

Érika Magide (i.), Lara Valles (c.) y Alejandra Merino, en la biblioteca de la Facultad de Derecho. - Foto: Luis López Araico

La cita es en el campus. Jueves 30 de septiembre, diez de la mañana. Al día siguiente se cumplen 90 años de la aprobación del sufragio femenino. El nombre de Clara Campoamor salta a los telediarios, a los programas de radio y a las páginas de los periódicos y su rostro se perfila en las redes sociales. También se escucha en el Hospital del Rey. Al sol, en la terraza de la cafetería, con un bullicio que va y viene como el ruido que generó la diputada con su empeño por que las mujeres pudieran votar en igualdad de condiciones que un hombre. «Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros». Aquel octubre de 1931 consiguió un hito histórico. Tuvo que pelear antes, durante y después. ¿Cómo ven las jóvenes de hoy aquella conquista? ¿Qué conocen de Clara Campoamor? ¿Qué luchas han tomado el testigo? 

Lara Valles, Érika Magide y Alejandra Merino, alumnas de Ciencias Políticas y Gestión Pública de la Universidad de Burgos, conocen, por supuesto, a la diputada madrileña y la tienen como referente, descartan una vuelta atrás en los derechos ya alcanzados y, aunque lo lamentan, sí creen que la mujer tiene metas por las que luchar en pleno siglo XXI. Coinciden en que la principal es erradicar la violencia machista. 

«Clara Campoamor se ha convertido en un icono y es súper importante tener referentes; en la consecución de los derechos, que se luchan, no vienen dados, había un montón de frentes abiertos y un montón de mujeres luchando. Clara dio voz a todas», se arranca Lara Valles, palentina de Villaherreros, del 99, a punto de terminar la carrera, con la mirada puesta en la gestión cultural, quien, al referirse a la diputada por su nombre de pila, apunta divertida que habla de ella como si fuera su amiga. «Ella defendió los derechos de las mujeres como nadie y no nos podemos olvidar de ella», remacha. 

Del hilo del olvido tira Alejandra Merino, palentina de Guardo, 20 años, y lamenta que Campoamor sea «la gran olvidada». 

«Hay que destacar la valentía de que en aquella época te mueva algo por dentro, que tú creas que mereces unos derechos, y luchar en un mundo en el que dominaban los hombres», se cuela Érika Magide, vallisoletana de 2001, alumna de 3º. 

«Y en un partido en el que dominaban los hombres», enfatiza Lara y destaca Alejandra su arrojo para hacer frente a los hombres. «Hacerlo cuando nadie lo hacía», remarca Lara. «Y cuando además nadie cree en ti, nadie cree en la mujer, y, al final, ella abrió paso y gracias a ella pudieron votar las mujeres, aunque después todo se diluyera por la Guerra Civil. Pero dejó su marca y puso una base para lo que luego a partir de la Transición ha empezado a ser efectivo», se explaya Érika, la única de las tres que aún apuesta por el camino de la política activa.

«A día de hoy, nos quedan por conquistar un montón de derechos y es importante tener un referente. Si ella pudo, en unas condiciones peores que las actuales, nosotras también. Luchar por nuestros derechos es una obligación», resuelve Lara con el asentimiento de sus dos compañeras. 

Conquistas del siglo XXI. Campoamor dio un paso de gigante. Pero aún queda trecho hasta el ideal de la igualdad. ¿Cuáles son las luchas a emprender en el siglo XXI? 

Alejandra primero pone el foco en la educación: «Es necesario que se enseñe desde la base que todos somos iguales y no puede haber diferencias entre hombres y mujeres. Hay que formar una base que crea en el feminismo». 

Conviene con ella Érika y agrega que una de las grandes batallas es la erradicación de la violencia de género. Y, pese a las espeluznantes cifras, cree que ahora es un buen momento para conseguirlo. «Es cuando más concienciados estamos con ello como sociedad, pero hay que seguir luchando porque aún muchos niegan la existencia de esa violencia de género, incluso partidos políticos», arguye y siguen el hilo Lara, quien llama la atención sobre la importancia del lenguaje que se utiliza, y Alejandra, que pone sobre la mesa las otras violencias que sufre la mujer. 

«Que te quiten oportunidades por ser mujer es una violencia más.Si yo no puedo acceder al mismo puesto de trabajo de un hombre o no cobro lo mismo es violencia», determina Lara y cierra el círculo volviendo a la importancia de la educación. 

«El gran problema es que muchas de estas formas de violencia están normalizadas. Hay que educar a los niños y a los adultos, porque necesitamos soluciones inmediatas», coge el testigo Alejandra antes de que Érika blanda otro factor fundamental: las leyes. 

Una legislación que se aprueba en el Congreso, con partidos tibios a la hora de condenar la violencia de género. ¿Se puede producir una regresión en los derechos como, por ejemplo, ha ocurrido con la entrada de los talibanes en Afganistán, un país más moderno que España en los setenta? 

Las tres son, o quieren ser, optimistas. No contemplan ese terrible retroceso. 

«Estos temas están muy presentes en la sociedad. Aunque algunos partidos alcanzaran más poder o incluso llegaran al Gobierno, la movilización social es un medio de presión del pueblo para evitar que los gobiernos tomen determinadas decisiones», afirma Érika e insta a suavizar un discurso que sí, dice, está muy radicalizado. 

Sobre esa radicalización avisa Lara: «Cuando eres incapaz de adaptarte a un cambio rompes y vas al lado radical. Esto es muy peligroso porque si el contrario se radicaliza, tú también. En Políticas aprendemos que los derechos se consiguen a través del consenso. No podemos tolerar la intolerancia», analiza y pone como ejemplo la Constitución de 1978. 

Techos de cristal. Un documento en cuya mesa de redacción no se sentó ninguna mujer ni se reconoció a quienes pusieron las bases, como la propia Campoamor. El mapa ha cambiado. En aquel 1931 solo dos mujeres tenían su escaño, la propia Campoamor y Victoria Kent, ahora son 154. Hay tres vicepresidentas, pero España aún no ha conocido una presidenta. 

«Se ha diluido bastante el techo de cristal en política, aun así tampoco quiero que a las mujeres se nos considere un cupo. No somos un simple número. Queremos ser valoradas por nuestra capacidad, porque somos muy capaces, igual que cualquier hombre», lanza Érika y saca su optimismo para indicar que la Moncloa está cada vez más cerca. «Queda mucho por hacer, pero está relativamente bien, mejor que en otros ámbitos», sostiene y da paso a que se cuele la oportunidad o no de la discriminación positiva. 

Lara confiesa tener sentimientos encontrados. Y se explica. «Cuando yo era niña no había posibilidad de ser bombera, tampoco política, y la discriminación positiva facilita esos referentes», ilustra y al mismo tiempo, en sintonía con Érika, apostilla que «no se puede tener a la mujer por tener, hay que basarse en la capacidad, y realmente somos muy capaces». 

Alejandra teme que esa discriminación positiva ponga bajo sospecha cualquier conquista de la mujer. Lara asiente: «Siempre se nos va a deslegitimar. Mientras no entendamos que somos igual de capaces que un hombre siempre dirán que esos logros lo son por ser mujer, porque se ha acostado con tal...». 

¿Quién debe entenderlo? «Todos. Las mujeres también somos machistas. Tenemos comportamientos machistas porque se nos ha educado en una sociedad patriarcal», espeta rotunda y como botón de muestra alude a juzgar a una compañera por cómo viste o por hablar abiertamente de su actividad sexual. Érika coge el hilo: «Hay un sistema patriarcal detrás que está legitimando todo esto y es difícil salirse de él. Hay mucho que cambiar en nuestra propia educación, aunque seamos jóvenes, nos hemos criado en esta sociedad», asume y mienta Lara esos micromachismos tan difíciles de borrar. 

«El feminismo y Clara Campoamor nos han enseñado a cuestionarnos las cosas y a que no todos los derechos están conquistados, no podemos pensar que todo está conseguido, porque no lo está», subraya Lara, mientras Érika anota que es una tarea de la mujer, que debe cambiar la mentalidad que tiene sobre ella misma, y del hombre, que debe ser partícipe de esta lucha feminista. 
Ese adjetivo salpica toda la conversación. ¿Qué es el feminismo para unas veinteañeras? 

«Debería ser un sinónimo de igualdad y no tendría que estar tan politizado como está actualmente», responde Alejandra y completa Érika. «Se demoniza mucho. Se dice que queremos la superioridad respecto al hombre e incluso que lo odiamos. No es así. Feminismo es sinónimo de igualdad», perfila y dibuja un movimiento social y transversal y, a diferencia de su compañera, sí cree que debe politizarse: «Es la única manera de hacer leyes». 

Como una red de seguridad para todas las mujeres lo valora Lara: «Ahora estamos empezando a generar ese sentimiento de apoyo mutuo, de que puedes contar con alguien». 

Espejos. ¿Ese contar con alguien necesita referentes? ¿Hay claras campoamor en las que mirarse en la actualidad?

Mientras Érika aventura difícil tener un referente concreto en una sociedad como la actual, tan conectada y con un movimiento feminista con tantas ramas, Lara defiende que esos ejemplos están más cerca de lo que se piensa. «No necesito ver a ninguna ministra, yo veo a mi madre todos los días, a mis compañeras de la universidad... Esos son mis referentes», aporta sin dejar de admitir que, por supuesto, hay otros espejos. 

Érika habla de Bebi Fernández. «Yo conocí el feminismo en parte gracias a ella. A mí me ha abierto los ojos», dice y coincide con Alejandra, quien ilumina en ella su impulso a hacer pequeñas cosas en el día a día: «Al final, las pequeñas cosas hacen grandes cosas. Los pequeños gestos acaban sumando». 

En la misma línea se expresa Lara, sabedora de que la sociedad avanza, aunque sin pisar el acelerador. «Los derechos no se consiguen de un día para otro. Nosotras no llegaremos a ver una sociedad completamente igualitaria. La lucha por los derechos es una carrera de fondo y siempre habrá obstáculos», concluye y acentúa Érika: «Es un camino tedioso, pero no te puedes dar por vencida». 

No lo hizo Clara Campoamor y estas tres estudiantes de Políticas ven en ella la constatación de que el mundo siempre puede ser mejor. Pero hay que pelear por ello.