Óscar Gálvez

Óscar Gálvez

Periodista. Director editorial Castilla y León Promecal


Cosidó ya debería haber dimitido

25/11/2018

No está el Partido Popular en su mejor momento, por mucho que sus dirigentes se empleen con encomiable denuedo en tratar de demostrar lo contrario mediante el uso de mensajes triunfalistas. Y tiene que dolerles, porque teniendo enfrente a un Gobierno débil como el de Pedro Sánchez era de suponer que los populares sacarían ventaja de ello. Sin embargo, no está resultando tarea fácil la recuperación del voto perdido por mucha ilusión que se trate de transmitir. Porque pese a ser necesaria, es insuficiente. Para nada vale la adrenalina del mitin de cada domingo si el lunes un escándalo vuelve a dejar fría a la parroquia a la que intentan convencer de que este PP es otro. Pues será otro, pero con los problemas del viejo. 

Causas para esa dificultad en el avance hay muchas. La primera identificada como tal es desde hace tiempo la existencia de Ciudadanos, que ejerce una competencia de la que hasta hace cuatro años el PP no tenía que preocuparse. No había rival del centro hacia la derecha y ahora ya no solo los naranjas le disputan el voto de millones de ciudadanos sino también Vox aparece como una amenaza, por menor que sea. Sin embargo, el problema no es ya solo que el abanico de opciones de centro derecha sea mayor que nunca sino la sensación de no saber cuándo el nuevo PP va a dejar de pagar la factura del viejo PP. Pablo Casado, y con él toda su nueva guardia, se ve demasiado obligado a mirar hacia atrás, casi con la misma intensidad que hacia delante. Y eso en política es catastrófico. 

El episodio del 'wasap' que desde el móvil del senador Ignacio Cosidó llegó a todo su grupo parlamentario alardeando de lo último que un partido debería presumir ha sido la rémora que al PP le aguardaba esta semana. El problema es que por muy del viejo PP que Cosidó pudiera ser --que tampoco lo es tanto, aunque fuese director general de la Policía con Rajoy-- el líder del nuevo PP no ha logrado todavía del senador lo único que le puede permitir, por fin, mirar hacia delante: su dimisión. Desgraciadamente, el acta de senador de Cosidó es personal pese a que ni siquiera fue votado por los electores en la papeleta de color sepia, paradójicamente la única en la que se mide de verdad el valor de un político como candidato. Y aún es mayor desgracia que las Cortes de Castilla y León, a las que debe el escaño, no puedan revocar su nombramiento pese a lo evidente de que nuestra institución merece mejor representación en el Senado. Ante esa imposibilidad legal, si de verdad siente respeto hacia los castellanos y leoneses y al Parlamento autonómico, debería dimitir. Si aprecia a Pablo Casado y a su partido, también. Pero, sobre todo, debería hacerlo por salvaguardar su propia dignidad.