Música terapéutica desde un 'platillo volante'

S.F.L.
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El oniense Guillermo Pérez pretende utilizar el sonido de su hang para promover la expresión de personas con discapacidad

Guillermo Pérez ensaya con el instrumento 4 o 5 veces por semana. - Foto: S.F.L.

Tiene forma de platillo volante y de su milímetro de acero emana música celestial. El hang resulta un gran desconocido para la mayor parte de la sociedad, que cuando lo conoce por primera vez no puede ni imaginarse que los sonidos que emite son capaces de teletransportar a uno al ‘Paraíso’. Siguiendo el hilo de las notas de este instrumento de percusión melódico, como presa del embrujo del flautista de Hamelín, Guillermo Pérez, aficionado a la música desde los 9 años ‘por culpa de su hermana’, comprobó al tocar el de una amiga una tarde cualquiera que a pesar de que era la primera vez que lo veía y lo palpaba, entre ellos había una conexión especial.

Desde entonces, érase una vez un hombre pegado a un caparazón, cual Donatello, Leonardo, Michelangelo o Raphaelo de las Tortugas Ninja. Siempre con el caparazón a cuestas -excepto cuando acude a trabajar, porque «nunca se sabe cuando va a surgir una nueva melodía». La simpleza de su diseño permite que el músico toque donde le apetezca, aunque si tiene que elegir un lugar especial ese es sin duda los jardines benedictinos del Monasterio San Salvador de Oña, su villa natal.

La música que desprende la percusión del hang es indescriptiblemente cautivadora y deliciosa. Su impacto en el cuerpo de quien lo escucha puede ser como ‘una droga de las buenas’. «He comprobado como para muchas de las personas que me han visto tocar el sonido de este instrumento resulta una terapia para sus males porque las hace llegar a perder la conciencia de su cuerpo», explica. «La experiencia de escucharlo y de tocarlo es muy fuerte», añade. Estas sensaciones las exploró más intensamente cuando realizó un taller musical en un centro de Bilbao de niños con parálisis cerebral. «La conexión a través de una sonrisa o una mirada es más profunda y pura que cualquier otra establecida a través de la palabra, y por eso quiero formarme en musicoterapia», expone. La intención es comenzar en el próximo curso y por qué no, llegar a dedicarse profesionalmente a ello.

Actualmente, desempeña trabajos relacionados con la ingeniería mecánica  industrial aunque reconoce que su gran pasión se centra en la música. Autodidacta y compositor de sus propios ritmos, Guillermo también ‘maneja a su antojo’ la guitarra española, la eléctrica, la flauta y se defiende con los yembés africanos, pero  reconoce que con el hang sufrió un auténtico flechazo. «He encontrado la horma de mi zapato, mi media naranja musical. La percusión me encanta y siento que con este instrumento puedo ayudar a mucha gente», asegura con ilusión.

Así, el joven junto a Vuela Txoria Trío (con Improversador rapeando, Lino del Fango creando música electrónica y él con el hang) prepara un proyecto para dar a conocer los matices de la música. «Toco porque me gusta pero también para que la sociedad conozca algo más este ‘platillo’ y sus beneficios». También practica con la artista Plantalamor y se anima a tocar en la calle, a participar en algún ‘micro abierto’ e incluso a cooperar en que alumnos de yoga se relajen con las melodías generadas por sus dedos durante las clases.

Gracias a los pocos años que lleva viviendo con un hang sobre su regazo, y con un curioso público ansiado por escuchar esos sonidos divinos, que fluyen de siete notas musicales, el músico puede explicar por qué éste tiene un efecto tan único en quienes lo escuchan y sobre todo, en quienes se atreven a tocarlo. «El movimiento circular que se realiza para que suene tiene un punto hipnótico. Al percutir sobre metal, el sonido que produce es fuerte y armónico a la vez. Las armonías vibran sobre ti. El instrumento se afina en contacto con tu cuerpo y las sensaciones son maravillosas. Todo lo que se hace para tocar el hang es simétrico, implica a ambos lados de nuestro cuerpo por lo que requiere un alto grado de concentración», explica.

Pese a que sus proyectos se vinculen al instrumento melódico, no se plantea dejar de lado su faceta como vocalista. Se lanzó con el micrófono con su grupo Barra Libre, con el que disfruta a lo grande interpretando temas de rock y punk rock con amigos y desea «seguir cantando acompañado por mi más fiel compañero,  el instrumento que me permite expresar con notas y no con palabras lo que siempre siento», sentencia.