Cuando el aeropuerto de Burgos se abrió al tráfico en julio de 2008, muy pocos cayeron en la cuenta de que la plataforma situada junto a la pista (el lugar en el que se bajan y suben los pasajeros al avión) podría ser un problema para que pudieran operar grandes aeronaves. Seguramente la infraestructura de Villafría se diseñó pensada como un aeropuerto de carácter regional, sin mayores aspiraciones, y también es probable que entonces las compañías de bajo coste no hubieran extendido sus tentáculos por medio mundo. Lo que provocó que nadie advirtiera que podía haber posibilidades reales de que la ciudad castellana pudiera acoger rutas regulares con diversos puntos de Europa.

Lo cierto es que ahora, en 2023, el Ayuntamiento de la ciudad se ha encontrado con que las negociaciones con Ryanair estaban prácticamente cerradas desde el punto de vista comercial, pero desde el ámbito operacional ha surgido un problema inesperado que dificulta el éxito de la negociación.

El problema surge después de que se haya comprobado que en la Publicación de Información Aeronáutica (AIP) del aeropuerto de Villafría, algo así como el DNI que describe las características de la infraestructura, figura que la plataforma de hormigón tiene una resistencia PCN33 y los aviones con los que opera Ryanair podrían tener que precisar (o no) de un pavimento más firme.

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