Cuando Don Quijote estuvo en Burgos

R. PÉREZ BARREDO
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La Catedral exhibe estos días su colección de Quijotes. ¿Pero sabía que en el siglo XIX un catedrático y escritor publicó en Burgos una tercera parte de la obra deCervantes ambientada en esta tierra?

Cuando Don Quijote estuvo en Burgos

No hay ningún ejemplar en la exposición 'El Quijote, la gran parodia cervantina' que se exhibe desde esta semana en la sala Valentín Palencia de la Catedral de Burgos, pero bien podría haberse mostrado siquiera por su conexión burgalesa. Hablamos de una tercera parte de El Quijote que no firmó el genio de Alcalá de Henares, sino un catedrático afincado en Burgos llamado José Martínez Rives en el siglo XIX. Fue en El Eco Burgalés, en Fígaro y en el periódico semanal de Bellas Letras El Caballero de la Triste Figura donde, en la década de los 60, bajo el pseudónimo de Bachiller Avellanado, Martínez Rives publicó por entregas esa obra audaz y singular, todo un desafío literario. La acogida fue extraordinaria por parte de los lectores y de la crítica, como ésta publicada en un periódico de la época: «La forma, el fondo, el lenguaje, la imágenes, el sabor, todo en fin, nos recuerda al célebre poema del inmortal Cervantes. Hasta la manera de hacer volver al mundo al muerto y enterrado caballero, es original, peregrina, y, diremos también, única» (también hubo a quien no le gustó, vaya por delante, pero fueron los menos: «la obra es muy desigual y comparada con la de Cervantes queda muy por bajo de ella»).

Sea como fuere, de Burgos, en Burgos y ubicada buena parte en Burgos es esa tercera parte de El Quijote. Aunque madrileño de nacimiento, Martínez Rives pasó la práctica totalidad de su vida en Burgos, donde desarrolló una intensa actividad social y cultural: fue profesor y director del Instituto López de Mendoza, presidente de la Comisión Provincial de Monumentos de Burgos e incluso fue gobernador civil de la plaza, si bien destacó por su faceta como inquieto periodista: escribió cientos de artículos en los medios locales y nacionales de la época, e incluso impulsó alguna publicación, caso de El Civilizador, Fígaro o El Caballero de la Triste Figura. Asimismo, publicó novelas, obras de teatro e incluso poemas. Pero fue esatercera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha la que habría de procurarle fama y reconocimiento. Aunque publicó la obra en 1865, en la imprenta burgalesa de Blas González, casi todos los capítulos vieron la luz en formato de folletín en las citadas publicaciones.

«Perdonarme hás, lector amantísimo, este que es el mayor antojo que tuve en todos los dias de mi vida, y de los más grandes que se pueden tener, no por mí solamente, sino por ti; pues si yo pequé con la audacia, pecaste y pecas tú con la gran curiosidad que tienes, no has de negar, de saber las nuevas y sazonadas aventuras del Ingenioso Hidalgo de la Mancha. Y perdonarme debes también siquiera por la ocurrencia: pues qué ¿no te parece que tiene algo y aun algos de chistoso este libro mío, aun antes de comenzar, solo con traer a nuestros días por que piense, juzgue y viva en ellos al más concienzudo y casto caballero que vieron y verán los anales de las naciones?», confiesa el autor en el prefacio de su obra, admitiendo su osadía de ser émulo de Cervantes.

El proyecto de Martínez Rives había sido muy meditado. Para resucitar al hidalgo manchego, el escritor y periodista se recorrió toda la provincia de Burgos para un mayor conocimiento de sus contornos y sus gentes, de las que, escribe, «se me venía la pluma ella sola a la mano al ver tanto chiste como tienen las gentes y las cosas de los corretones tiempos que alcanzamos; los cuales me daban e imponían tal comezón de escribir un Don Quijote que todos las días apenas me sentaba en la silla de la mesa de mi bufete, sin ser poderoso a contenerme, escribía maquinalmente en el primer papel que allí encontraba». Rives argumentó su necesidad de devolver a la vida al ingenioso hidalgo por ser la época en la que vivió carente de epopeya y necesitada de héroes y caballeros capaces de enfrentarse a todo tipo de injusticias.

En un lugar de Castilla... «Eran las siete de la mañana del día 12 de mayo del año 1864 cuando me encontraba yo, el Bachiller Avellanado, en medio de la pendiente de una colina vestida de escasos y raquíticos árboles salvajes y de varios matorrales que nacían como fósiles en un terreno negro, lleno de peñascos y sembrado de cantos rodados. La niebla densa que reinaba mostraba sus infinitos átomos de hielo que, impelidos por el viento desatado, pasaban en remolinos por delante del sol, fingiendo una batalla de monstruos y fantasmas colosales. Aleve es aquel terreno. Cada grieta, de las muchas que presenta, es la garganta de un antro: si arrojáis por cualquier de ellas una piedra, la oiréis ir cayendo de escalón en escalón hasta el abismo (...) Cada fauce de ésas tiene una historia triste que aprenden pavorosos y cuentan asustados los habitantes del país. La elocuencia de Dios habla en todos los estilos es bella y candorosa en la primavera, terrible en la tormenta, profunda en la agonía del niño, plácida en la dorada tarde del otoño, ceñuda y sublime en la Cueva de Atapuerca, cerca de Burgos, que es un lugar de Castilla de cuyo enorme he querido acordarme».

Así comienza tan singular secuela de la obra literaria española más universal. Constituye una delicia abismarse en las aventuras y desventuras que Martínez Rives imaginó para don Quijote ySancho, toda vez que, tras caer por una sima, el bachiller Avellanado se encuentra con los dos personajes: uno, espigado; el otro rechoncho.Y los devuelve a la vida: «-Por mi ánima que fue pesado el sueño de esta noche, que no parece sino que he dormido como tres siglos, según lo que me cuesta despertar y volver en mí. -De ésas me pasan a mí, Sancho amigo, pues no me hallo más hábil ni más sabio que tú para explicarme la causa de este profundo y poderoso sueño: mas sabré decirte que me encuentro animoso y esforzado para seguir mi profesión excelsa».

Los inmortales personajes viven un sinfín de aventuras en tierras castellanas, identificándose perfectamente cada lugar. Una desternillante es el combate que enfrenta al de la Triste Figura con una suerte de demonio de acero, de gigante que hecha humo, que no es otra cosa que el ferrocarril. Sorprendido, pues desconoce tan increíble invento del progreso, dice el caballero: Sancho, ¿no te parece ahora que viene a nosotros todo un pueblo con espantable prisa desusada?  Y decide intervenir: -Ahora, Sancho, antes que venza y mate esa atroz, jamás vista comitiva, es bien limpies tus ojos, que medites y digas fríamente si hay rebaños de ovejas y carneros o de alguna otra suerte de animales en esa procesión que ya se acerca, y no tengamos hora la de marras. -Digo y juro, contestó Sancho, que aquí no hay animal alguno si no soy yo, que en tales aventuras me entrometo. Que es cierto que ese pueblo va a paseo, lo cual no es, ni puede ser otra cosa, sino que le llevan legiones de satanases y no he de ser batallador de tal canalla...

Poco o nada le importóa don Quijote el pavor de Sancho: a lomos de Rocinante, lanza en ristre, arremetió el caballero contra el ferrocarril que de Burgos a Vitoria iba volando. -¡Señor de mi ánima! gritaba desesperado Sancho: mire que ahora no es como antes,y no hay ya encantamentos, sino realidades.Y a ese señor no hay poder que rechaze ni detenga. ¡Qué gigantazo! El conductor, al ver a aquel loco en mitad de la vía, logró frenar, pero no evitó que el vapor desorientara a caballo y caballero, que acabaron rodando por el terraplén de la vía mientras Sancho huía a más huir por la campiña a todo galope de su espantadísimo compañero, haciendo de las piernas y manos alas, que parecía avestruz corriendo por aquel campo... Pasado lo peor, reanudan la charla.  -Cátame las feridas, Sancho el bueno, que deben ser muchas y profundas según que se va la sangre a chorros por mi cuerpo. -Pues no muestra su merced tener ninguna, ni se le ve gota de sangre; antes que está su señoría más sanote y fresco que una manzana. -¿Qué humedades, pues, son éstas que me rodean, hijo mío? -Eso nadie mejor que su merced puede saberlo, contestó Sancho... Grande, Martínez Rives.