Semilleros de una sociedad mejor

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Hace ya casi 14 años que se abrió en Burgos el primer aula para alumnos con autismo en un centro ordinario, que fue también el pionero de la región. Docentes y familias explican la importancia que tiene estudiar y jugar en un mismo espacio

Carlos mira con curiosidad la cámara y juguetea con ella. - Foto: Alberto Rodrigo

Son las doce de la mañana y la clase de cuarto A de Educación Primaria en el colegio Virgen de la Rosa se ha transformado en un supermercado. Dos de los pupitres se han unido para hacer de mostrador y los otros se han juntado de cuatro en cuatro para dar cabida a los diferentes grupos de trabajo en los que las niñas y los niños aprenden el tamaño y el valor de las monedas, el color de los billetes, el precio de los productos y cómo se maneja el dinero a la hora de hacer la compra. No lo parece pero es la clase de matemáticas y entre el alumnado que se afana en hacer las cuentas hay cuatro niños con trastorno del espectro del autismo (TEA): Gedeón, Carlos, Alicia y Pedro. Nada les distingue del resto, únicamente que no comparten todas las horas lectivas con ellos y que tienen un aula específica en la que dos profesionales, Marta González, graduada en Educación Especial, y Cristina Álvarez, especialista en atención sociosanitaria e integración social, se ocupan de todas sus necesidades educativas, acompañadas de estudiantes en prácticas de la Universidad de Burgos.

Es el sexto curso consecutivo en el que el Virgen de la Rosa cuenta con un aula específica para alumnado TEA. Esta clase está ubicada físicamente en sus instalaciones pero pertenece al colegio El Alba de la Asociación Autismo Burgos, que fue pionera en Castilla y León en abrir estos espacios para niños con autismo en colegios ordinarios. En 2008 lo había solicitado a la Consejería de Educación y el entonces responsable de la misma, Juan José Mateos, visitó El Alba y conoció la metodología con la que trabaja. Al curso siguiente (2009-2010) se abrieron dos aulas en el  centro Sagrado Corazón Hermanas Salesianas, que aún permanecen allí para orgullo de su directora, sor Allizon Mamani Pacheco, y de su jefe de estudios Francisco Gómez, que explican que estos espacios ya son parte de la identidad del colegio.  «Esto es bueno no solo para ellos sino para los alumnos sin TEA, que estoy convencida de que gracias a este contacto y al conocimiento de la discapacidad van a ser unos adultos más sensibles y solidarios», afirma la directora.

La dinámica de trabajo en estas  tres aulas específicas para estudiantes con TEA que existen en Burgos es que las profesionales formadas específicamente para ello acompañan en la enseñanza a los menores de forma muy individualizada en un espacio propio pero en determinados momentos los niños salen del aula a compartir asignaturas con los alumnos sin TEA de su edad. Suelen ser matemáticas y lengua - que los niños reciben adaptadas a su nivel-, música, educación física y plástica. Van juntos también al comedor y a todas las actividades extraescolares que organizan los centros, a los recreos y a las fiestas. Son una parte indivisible de ambas comunidades educativas y por ello se sienten muy orgullosas.

«Este modelo de aulas se consolida como el formato que ofrece mejor respuesta a los derechos educativos de los alumnos con autismo, ya que les oferta todos los apoyos específicos y especializados que requieren por sus necesidades educativa especiales al tiempo que promueve los máximos niveles de inclusión, no solo educativa sino también social, lo que se corresponde con el mandato establecido por la ONU en cuanto a lo que debe ser la atención educativa a alumnos con necesidades especiales», reflexiona el director del Virgen de la Rosa, Ángel Tarrero, que añade que esta atención de calidad a la diversidad no hace otra cosa que cumplir uno de los objetivos del Plan Estratégico de la Fundación Caja de Burgos, a la que pertenece el centro, que es apostar por la igualdad y la inclusión. 

Los beneficios -como ya apuntaba la directora del Sagrado Corazón Hermanas Salesianas- no son únicamente para los niños que tienen TEA. Los compañeros que crecen con ellos lo están haciendo en el respeto a quienes no tienen las mismas capacidades, en la solidaridad para ayudarles en lo que necesitan y en la amplitud de miras. También el director del Virgen de la Rosa lo tiene claro: «La educación en valores no queda en este caso como un constructo teórico y retórico sino que se materaliza en cómo son los propios compañeros los que se organizan, gestionan y promueven todo un conjunto de apoyos espontáneos y genuinos en todos los contextos en los que conviven: aula, recreo, comedor, aula, excursiones. La inversión que esta convivencia supone no podrá evaluarse hasta que sean adultos pero debemos pensar que los actuales compañeros de los alumnos con autismo serán los padres de los niños con autismo de la próxima generación, así como los dirigentes políticos, médicos, agentes sociales, vecinos... que constituirán una sociedad mucho más inclusiva y respetuosa».

«Carlos va al colegio feliz y eso nos hace felices a nosotros»
Carlos tiene 13 años y dice su padre, Javier López, que por las mañanas cuando se levanta siempre está muy contento porque sabe que va a ir al colegio. El centro es el Virgen de la Rosa, donde el niño comparte aula con otros cuatro compañeros que como él tienen un trastorno del espectro del autismo (TEA). «Carlos va al colegio feliz, que eso es lo importante, y eso nos hace felices a nosotros», afirma Javier, que define a su hijo como un niño «muy abierto y sociable». En la clase abraza con cariño a sus profesoras y a sus compañeros y participa de forma activa en las actividades del día. Después, en su aula específica trabaja con una tablet donde con una aplicación señala tanto sus sentimientos como sus necesidades, y aún le da tiempo, como se puede comprobar, para interactuar y curiosear la cámara con la que le enfoca Alberto Rodrigo.