"A los pacientes hay que mirarles siempre a los ojos. Siempre"

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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No presiden, no representan, no quieren foco... Pero son parte esencial de esta ciudad. La crónica de Burgos se escribe en las vidas de quienes ayudaron a construirla. Pablo Pérez-Luengo es uno de esos hombres y mujeres y esta es su historia

La moto es una de sus pasiones desde que se comprara una Vespa con su primer sueldo, con la que atravesó todo el país. Ahora tiene una BMW 1200 GS. - Foto: Luis López Araico

Pocos casos habrá en la Medicina de Familia como el de Pablo Pérez-Luengo. Este facultativo, que en julio, cuando cumpla los 70 años, se jubila tras haber alargado su profesión un lustro más de lo preceptivo, ha tenido el mismo cupo de pacientes desde aquel día de julio de 1982 en el que pisó por primera vez el que entonces era el consultorio de San Agustín. Jamás ha cambiado de consulta ni de pacientes y en estos meses previos a su adiós definitivo dice que lo va contando poco a poco, que le da vergüenza decirle a los pacientes que se marcha y que si por él fuera seguiría, porque tiene cuerda para rato, pero que legalmente es imposible. No es extraño que se le haga cuesta arriba porque es el médico de familias enteras, conoce el alma que habita en cada una de ellas y sabe con una mirada cómo están todos sus miembros. Es muy consciente, además, de la orfandad que supone para la gente no tener un facultativo de cabecera fijo con el que no poder establecer una relación de confianza.

Pérez-Luengo (Madrid, 1952) es un hombre nervioso y emotivo. "Fui un niño muy inquieto, si hubiera nacido hoy seguro que me habían diagnosticado hiperactividad y me hubieran puesto un tratamiento", reconoce. Nació en una familia de clase media -su padre era pediatra- tiene cuatro hermanos y vivió en la calle General Ricardos del barrio madrileño de Carabanchel. Estudió en el colegio de Fátima, a cargo de los clérigos de San Viator, en Usera: "Allí fui compañero de Juan Antonio Corbalán, jugador de baloncesto y médico. Éramos muy clase media, pero no clase elegante, y mi padre nos educó en la austeridad, pero el colegio al que fui era absolutamente excepcional, de gran calidad".

Pero el joven Pablo -ahora lo reconoce sin el menor problema- no estuvo a la altura de ese gran potencial académico que recibía, ya que explica que fue un estudiante pésimo, hasta el punto de que repitió dos años: cuarto de Bachillerato y un grupo de PREU. Con este panorama afirma que hoy difícilmente hubiera podido ser médico pese a su honda vocación, ya que ahora se piden expedientes absolutamente exigentes. Por suerte, esa dictadura de las notas no existía aún: "Desde muy pequeñito quise ser médico. En aquellos años mi padre trabajaba en muchos sitios, por ejemplo, en el antiguo Hospital Provincial de Madrid, que hoy es el Museo Reina Sofía, o en el Instituto Antidiftérico Reina Fabiola, cuyo nombre era un homenaje a la monarca de los belgas. Cuando volvía de trabajar nos contaba las historias de esos niños y a mí me dejaba absolutamente absorto y siempre tuve clarísimo que quería ser pediatra, mi vocación fue muy temprana hasta el punto que estando en Bachillerato a veces acompañaba a mi padre a su trabajo, estaba con él y veía lo que hacía. Tuve una relación con él muy bonita".

Enseñar es absolutamente emocionante porque cuando lo haces vuelves a aprender las cosas"

Cuando acabó, por fin, el PREU y como no podía estar quieto se planteó que quería hacer "algo emocionante" y no fue otra cosa que ir de Madrid a Lisboa... ¡andando! "Lo hice con mi primo Javier, tardamos un mes, mochila al hombro, y estuvimos comiendo todo el tiempo pan, tomates y leche. Nada más. Coincidió con la muerte de Oliveira Salazar y casi fuimos testigos directos del entierro. Me impresionó Portugal porque en aquellos años nosotros éramos un país atrasado pero aquello era increíble. Llevábamos una botella de gaseosa que pedíamos que nos la rellenaran de agua en los bares y todo el mundo alucinaba con el cierre, les parecía tecnología punta".

Las notas de Pérez-Luengo cambiaron cuando llegó a la Universidad Complutense. Empezaron a llegar los sobresalientes y las matrículas de honor porque le gustaba -le gusta- con pasión la Medicina. Era el año 1969 y las aulas estaban absolutamente politizadas y el médico también, pero no en el sentido que puedan pensar quienes le conocen hoy: "Yo venía de una familia de derechas y estaba muy motivado a nivel político pero no era progre sino todo lo contrario -afirma entre risas-. Estuve en muchos grupos, entre ellos Acción Universitaria Nacional y en Falange Auténtica, que era una especie de izquierdismo falangista a nivel romántico, estábamos a favor de la reforma agraria, de la nacionalización de la banca, de la dignidad nacional... Cuando vino Gerald Ford a España pintamos todo el metro de Madrid con la frase 'Dignidad Nacional. Bases USA No'. Teníamos ese tipo de romanticismo y yo me movía con esa teoría que, en el fondo, era revolucionaria porque yo quería hacer cosas sociales. Aquella no era Fuerza Nueva, era otra cosa, era épico, me gustaba la gente que estaba que se pegaban con los de Fuerza Nueva".

No obstante esa adscripción, no se libró de los golpes de los grises ni de ser detenido. Rememora que le tocó pegar muchos panfletos y que en una ocasión las huellas que le dejó una paliza de la policía le duraron mucho tiempo: "Tenía en la espalda grabada la forma de las porras". Concluye ese periplo ideológico en la mili: "Yo, que era tan patriota, no logré pasar las pruebas para hacer las milicias universitarias, no daba la talla como hombre militar de derechas -rememora, a carcajadas- así que tuve que hacer la mili normal. Allí me di cuenta de que el Ejército y la patria no eran como yo me había imaginado, lo asumo, me caí del caballo como Pablo y empecé a abrazar una ideología más progresista".

El médico forma parte de la primera promoción de la especialidad de Medicina de Familia que hubo en España y llegó a ella porque no consiguió acceder a Pediatría, que era su gran ilusión. En aquellos años se presentaban 20.000 personas al MIR para 2.000 plazas. "Vi que había en Burgos un montón de plazas de algo de lo que no había oído hablar, Medicina Familiar y Comunitaria, pregunté lo que era y me apunté. En junio de 1979 llegué al Hospital General Yagüe".

Recuerda que la ciudad era "absolutamente provinciana, gris y aburrida". Tanto, que durante un par de años hasta se traía la compra de un hipermercado de Madrid porque las cajeras del súper de su barrio "eran muy antipáticas". Lo más agradable que recuerda era el pub Robinson y la discoteca Pentágono, que se abrió enseguida. "Cuando yo llegué, sin saber lo que era un médico de Familia, en el Yagüe tenían menos idea aún, pero me junté con una gente muy motivada y muy brillante y aquel hospital era como una familia, me encantaba, era un lugar absolutamente entrañable. Los mejores momentos de mi vida han sido allí. Tenía mucha relación con los cirujanos y los traumatólogos, que son los más divertidos; los internistas son más aburridos y serios. Fueron tiempos tan buenos que continúe con la especialidad, sobre todo después de que nos acogiera Antonio Araúzo como tutor, que fue nuestro protector. El súperjefe era José Luis Santamaría, con quien tuve muy buena relación, y recuerdo a médicos entrañables como Alejandro Ridruejo, que era muy peculiar. Los recuerdo con mucho cariño".

A pesar de llevar años en consulta todos los días me sorprende alguna historia"

La ley cambia al poco de ganar el PSOE las elecciones del 82 y los consultorios se transforman en centros de salud. Pablo Pérez-Luengo llega a San Agustín y con el resto de los profesionales de allí llevan a cabo la transformación. Los médicos ya no trabajaban dos horas sino que tenían una jornada completa y veían de forma íntegra al paciente. Además, ese centro de salud fue la primera unidad docente, es decir, que se encargó de formar a las siguientes promociones.

"Enseguida me enamoré de la medicina de Familia y creo que soy un privilegiado por haber podido ejercerla tanto tiempo con los mismos pacientes. ¿Sabes lo enriquecedor que es eso? Constantemente estoy aprendiendo, la gente me sorprende todos los días y me siento muy valorado por ella. Y te digo una cosa, el instrumento terapéutico más importante es la silla: que la persona se siente y te cuente, la palabra es fundamental para curar. Ojalá tuviéramos más tiempo para escuchar, recetaríamos menos y pediríamos menos pruebas. Además, hay que mirarles siempre a los ojos, siempre. Se lo repito a los residentes año tras año". Con este concepto de su profesión, tenía todo el sentido que Pérez-Luengo fuera un objetor de conciencia de primera hora, y lo dijera públicamente, cuando el Gobierno de Rajoy excluyó de la sanidad pública a los migrantes sin papeles: "Siempre les he atendido y lo voy a seguir haciendo hasta el final". También se ha ocupado de la salud de muchas mujeres en prostitución sin tarjeta sanitaria y está muy volcado en la lucha contra la violencia machista desde las consultas. Para detectarla se formó él y enseñó luego a médicos y enfermeras: "Hay una pregunta mágica para esa mujer que pide muchas citas, que presenta síntomas como dolores de cabeza o golpes. Si le dices '¿cómo va todo en casa?' le das pie a que te cuente y a partir de ahí se puede empezar a tomar medidas".

No puede evitar que se le salten las lágrimas cuando habla de sus pacientes y de sus alumnos. Porque si la Medicina le apasiona, la docencia no le va a la zaga. No solo ha formado a residentes desde el principio sino que ha sido profesor asociado de Fisiología en la UBU durante 30 años: "Enseñar es absolutamente emocionante porque cuando lo haces vuelves a aprender las cosas y el alumno te enseña. A veces hay cosas que nosotros no sabemos y los residentes sí porque están a la última en tecnología y tratamientos que ven en el hospital y que nosotros no, porque no tenemos la relación que debiéramos tener con nuestros colegas de allí".

Su tercera pasión es la aventura (la cuarta, la gastronomía: es ilustre miembro de la Cofradía de la Buena Cocina de Burgos y un maestro en paellas) y aunque no desprecia una buena fiesta es más viajero, motero, montañero y esquiador que noctámbulo. Empezó a las 12 años en Gredos y a estas alturas no son para él ningún secreto cimas como las del Kilimanjaro o la del Mont Blanc y también ha vivido otras experiencias como la de cruzar en velero el Atlántico. Esta entrevista, de hecho, tiene lugar apenas unos días después de que llegara del desierto de Atacama, en Chile. "Es difícil de explicar qué te da la montaña. Primero, el reto que te pones a ti mismo de ser capaz de superarte físicamente. Pero también están el paisaje, las puestas de sol, las estrellas por las noches, los compañeros, las conversaciones, las complicidades que surgen... Es un mundo".