Sacrílego atentado

RODRIGO PÉREZ BARREDO
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Capilla del Santísimo Cristo. Ocho de la mañana del 27 de julio de 1892. El sacerdote Pedro Somoza está iniciando la misa en latín cuando un hombre se abalanza sobre él con una navaja en la mano. Sangre en la casa de Dios

Grabado con el que se ilustró la purificación de la Catedral cuando se asesinó al gobernador.

Et introibo ad altare Dei, iba pronunciando el canónigo Pedro Somoza, de espaldas a los fieles, como se hacía entonces la misa. En la capilla del Santísimo Cristo reinaba el recogido silencio de los escasos asistentes a los oficios, acaso aún adormilados por ser tan temprana hora, las ocho de la mañana. Ninguno había percibido la presencia extraña de una figura desconocida -de aspecto deforme merced a una pronunciada joroba-, raquítica y deseaseada que se abalanzó sobre el clérigo blandiendo una afilada navaja de afeitar con la que le acometió con viva cólera en pecho y brazos. 

El monaguillo, paralizado por el rápido y sorprendente ataque, apenas acertó a prorrumpir en gritos de auxilio; y fueron estos una suerte de sortilegio que hizo reaccionar a los presentes.El más rápido fue Braulio Alonso, maestro jubilado, quien trató de detener al agresor. Este reaccionó con idéntica virulencia, asestando navajazos a todos los que se interponían en su acción. Alonso resultó herido de gravedad: su sangre, que manaba a chorros, pronto se extendió sobre el pavimento de la capilla. Tampoco salió indemne Modesto Ibeas, asilado de la Beneficencia. Resultó de enorme eficacia en la reducción del atacante la criada del canónigo Francisco Berrueta, quien con enorme valor y aplomo logró sujetarle con firmeza para evitar que siguiera hiriendo a los presentes.

Era el 27 de julio de 1892. Por fin inmovilizado, se hizo cargo de élTeodosio Arroba, guardia municipal número 23, quien lo sacó del templo y lo condujo como pudo a la inspección de orden público. Fue para el detenido un viacrucis: comoquiera que la noticia de la agresión había corrido como la pólvora, decenas de indignados e iracundos burgaleses, ávidos de vengar tamaña afrenta, al grito de ¡muera! acecharon al sacrílego, y hubo instantes en los que el urbano se las vio y deseó para mantener intacta la integridad del arrestado, tal era la inquina manifestada por la turbamulta.

Ya en dependencias policiales, el detenido, al que costó un mundo maniatar, señaló por toda defensa que los únicos criminales eran los curas. Al cabo, con las diligencias judiciales iniciadas, fue enviado a prisión. Se supo después que el agresor era un  transeúnte que, procedente de Madrid y de camino a SanSebastián, había pernoctado en la ciudad, y que al denegársele la limosna de dos reales que se concedía a los pobres que viajaban a pie, se personó en el Palacio Arzobispal hecho una hidra exigiendo ver al arzobispo. Al impedírsele tal fin, resolvió acceder al primer templo metropolitano, donde cometió el narrado sacrilegio. Se llamaba Antonio Turreiro, 63 años de edad, natural de Nájera.Se supo asimismo que se hallaba prófugo de la justicia por un delito cometido en Alcalá de Henares, y que padecía epilepsia. 

En los interrogatorios y durante su estancia en presidio, Turreiro exhibió momentos de lucidez con otros de demencia. En los primeros, contó con detalle aspectos de su vida (que había sido sastre, que había militado en bando carlista durante la Guerra Civil); en los segundos, se mostró enajenado: aseguró haber obrado por orden del demonio y de las brujas. 

Protagonizó más episodios violentos estando en la cárcel -llegando a herir a un funcionario que entró a su calabozo-, por lo que hubo que tenerlo maniatado. Por mor del sangriento episodio, la Catedral se vio obligada a cerrar sus puertas y suspender los cultos divinos hasta varios días después, cuando se procedió a la obligada -según las prescripciones eclesiásticas tras un acto de esa índole- ‘purificación’ o ‘reconciliación’ del templo, tal como había sucedido unos cuantos años atrás, tras otro inolvidable pasaje horrendo de la historia de la Catedral en que una turba asesinó al gobernador civil, IsidoroGutiérrez de Castro.

El juicio por el sacrílego atentado se celebró con enorme expectación en mayo del año siguiente. Los peritos expusieron que Turreiro, pese a mostrar puntuales signos de lucidez, padecía una locura epiléptica con delirio, y que fue bajo uno de estos raptos cuando cometió el delito. Así las cosas, el Ministerio Fiscal retiró la acusación, dictándose auto de sobreseimiento libre y declarando exento de responsabilidad al infeliz, que pasó de la cárcel a un manicomio.