San Pedro de Arlanza, crónica de un expolio infinito

R. PÉREZ BARREDO
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Lo último han sido dos claves de bóveda góticas. Pero la del monasterio benedictino considerado cuna de Castilla es la historia de un saqueo y una desmembración permanente. Una infamia

Este león con torso de águila partió hacia Cataluña el siglo pasado.

Cualquiera diría que no se trata de la cuna de Castilla, de un lugar seminal, mítico, esencial para comprender la historia de esta tierra. Porque pocos lugares como San Pedro de Arlanza han sido sometidos a tanto escarnio, a tanta violencia y a tanto olvido. El último saqueo, que ha consistido en la sustracción de dos claves de bóveda góticas, sólo es un capítulo más del infinito rosario de robos, desapariciones y traslados de piezas artísticas que integraban uno de los conjuntos monacales más importantes de España. Fueron, claro, las desamortizaciones del siglo XIX las que hundieron en la ruina al cenobio benedictino, cuyos restos siguen encajándose, majestuosos y con ese aire entre fantasmal y romántico, entre sabinas y quejigos.

1835 es el año grabado a fuego en San Pedro de Arlanza: ahí comenzó el desastre. Su riquísima biblioteca fue una de las primeras joyas en ser castigada, si bien valiosos códices y otra documentación acabaría recalando en Santo Domingo de Silos. Nada se sabe, por ejemplo, del importantísimo Becerro de San Pedro de Arlanza, cuyo rastro se perdió en la Guerra Civil cuando (ya llevaba tiempo fuera del monasterio) era propiedad de los Condes de Heredia-Spínola, cuyo palacio de Madrid fue saqueado durante la contienda.
Ya en 1841, y en vista de la deriva que iba tomando la cuestión, los sepulcros de Fernán González y su esposa Sancha, fueron trasladados a Covarrubias.Hoy se custodian en la colegiata de San Cosme y San Damián de la hermosa villa rachela. El día de la traslación se recogió de esta manera, que revela la importancia que se daba a los restos del primer conde independiente del Medioevo: «Mañana desapacible de febrero. Cielo nuboso. Las Mamblas, el Castillejo y los Montes de Arlanza cubiertos con el blanco sudario de la nieve.

Las campanas de la Colegiata y de Santo Tomás repican a muerto desde el amanecer. Unas carretas enlutadas y tiradas por bueyes han salido de madrugada para trasladar desde el Monasterio a la Colegiata aquella pesada pero preciosa carga. Es domingo. El pueblo en masa y el clero de las dos iglesias, que suman un centenar, revestido con capas negras, esperan al fúnebre cortejo como a unos ochenta pasos mas allá del Arco del Archivo...» ('Covarrubias y los restos mortales del Conde Fernán González y de su esposa Doña Sancha'.Rufino Vargas. Institución Fernán González).

(Más información y una decena de fotografías, en la edición de papel de hoy de Diario de Burgos)