En paralelo al descenso en tráfico de vehículos privados, la semana pasada supimos que el uso del autobús urbano había batido su propio récord de los dos últimos años. Fueron más de 40.300 pasajeros en una sola jornada, la del jueves 17, algo que no había sucedido desde el 11 de marzo de 2020, solo tres días antes de que se decretase el estado de alarma y la suspensión del servicio público.

Más allá del fenómeno puntual medido hace diez días, que no ha vuelto a repetirse aunque el viernes 25 se llegó a los 39.500, lo importante para los responsables municipales es la tendencia claramente creciente que vienen observando a lo largo de las últimas semanas y que ha permitido cerrar marzo por encima del millón de pasajeros, cuando en el mismo mes del año anterior no se llegó a los 770.000.

Todavía no son cifras propias de la tranquilidad prepandémica, pero demuestra que los viajeros han perdido buena parte del recelo a utilizar el transporte público. La sucesión de olas de contagio y la vacunación masiva que evita el colapso de los hospitales está obligando a la sociedad a convivir con el virus y la recuperación de las antiguas formas de movilidad es una de sus evidencias.

El aumento en el precio de los carburantes aparece también como un factor decisivo. Las familias obligadas a medir sus gastos anuales han notado que empiezan a dañar sus bolsillos los euros de más empleados en combustible y un porcentaje de ellas habrá optado por ahorrar haciendo uso del autobús.  Finalmente, a juicio del Ayuntamiento, la reorganización del mapa de líneas empieza a dar sus frutos y las mejoras en frecuencia e itinerarios estaría atrayendo a más ciudadanos.  Por unas u otra razón, la consecuencia es que el transporte colectivo vuelve a llenarse.