«Mi padre era ingeniero de montes en Oña, Valdivielso, Caderechas, Trespaderne y Frías»

María José Fernández
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OÑAAntonio Giménez-RicoDirector de cine y guionista

La familia de Antonio (él está en la ventana junto a un amigo austríaco) ante la antigua casa forestal de Oña en 1950. - Foto: DB

El cineasta pasó su infancia en burgos pero el veraneo, siempre tocaba en oña con toda la familia. recuerda el gran centro de formación de los Jesuitas en una amplísima finca con estanques de truchas y en los que se podía hasta pasear en barca.

El conocido cineasta burgalés Antonio Giménez-Rico ha pasado los mejores veranos de su vida en Oña. Eran los tiempos en que no se hablaba de  vacaciones, sino de veraneo. Toda la familia se trasladaba a Oña a finales de junio, para volver a Burgos a primeros de septiembre, cuando empezaban los colegios. Su padre era ingeniero de montes y siempre ejerció su profesión en la provincia de Burgos. En aquellos años, la zona forestal que él controlaba se centraba en Oña y alrededores como la Bureba, el Valle de Valdivielso, el Valle de las Caderechas, Trespaderne y Frías. En verano, le gustaba trasladar su trabajo a pie de obra y se instalaba en la casa forestal de Oña, para recorrerse, primero a caballo y ya más tarde en jeep, todos los montes de su jurisdicción, que él ordenaba, repoblaba, cuidaba, protegía «y hasta amaba», asegura Antonio.

En aquellos años, los 40 y 50, en Oña había un gran centro de formación de jesuitas, en una amplísima finca con monte, zonas verdes, estanques con truchas y en los que se podía hasta pasear en barca. En el recinto cursaban sus estudios de filosofía y teología los futuros jesuitas. Antonio recuerda que aquellos  alevines procedían de países latinoamericanos pero mayoritariamente del País Vasco, con lo que la colonia de veraneantes en Oña se ampliaba a los muchos de sus familiares, de origen vasco, que se trasladaban a la villa condal a pasar el verano. Por ello,  recuerda que su pandilla de amigos en aquellos inolvidables veranos de su infancia en su mayoría eran niños vascos.

También se trataba con los hijos de los guardias civiles, cuya casa cuartel estaba en frente de la casa forestal, y con los del jefe de la estación de trenes, que también estaba muy cerca, al otro lado del río Oca. «No me olvidaré nunca de cómo se celebraba en Oña el día de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, creo que el 31 de julio; en esa fecha, los jóvenes jesuitas que terminaban sus estudios en Oña se ordenaban sacerdotes y celebraban su primera misa y todo Oña vibraba con el acontecimiento», apunta. Aún tiene fresco en su memoria el acto central de ese día en la iglesia de San Salvador, abarrotada de gente y donde se cantaba el Himno de la Compañía de Jesús en euskera. «Y todos nos lo sabíamos. Y a nadie le extrañaba. Eran otros tiempos», apunta.

Tributo a su padre

En el año 2004, Antonio decidió, con el apoyo de su hijo, sus hermanos y sus sobrinos, y con las ‘bendiciones’ de los departamentos correspondientes forestales y de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, inaugurar una placa, en recuerdo y homenaje a su padre, en la casa forestal de Oña. «En recuerdo de sus trabajos durante aquellos felices años», afirma. Aunque la casa ya no es la misma, la nueva está ubicada en el mismo sitio. Y el jardín, ahora algo abandonado, es el mismo de entonces en uno de cuyos ángulos había una hermosa higuera, bajo cuya sombra la madre de Antonio descansaba, cuando podía, y conversaba con todo el mundo. Fue el día 7 de Agosto de 2004 y allí fue toda la familia, los Giménez-Rico, por un lado, y los Sáenz de Cabezón, por otro. Pues todos, de niños o de mayores tuvieron alguna feliz relación con sus veraneos en Oña. La convocatoria fue un éxito rotundo y se trasladaron familiares de hasta tres generaciones, de Madrid, Barcelona y Burgos. «Nos reunimos, entre niños y mayores más de 80 personas y como la famosa higuera había desaparecido, plantamos ese día una nueva higuera, en recuerdo de mi madre, y la placa con una muy sencilla inscripción que decía: desde esta casa y por estas tierras, durante más de veinte años dejó testimonio de hombre sencillamente ejemplar,  Antonio María Giménez Rico. Ingeniero de Montes. 1895-1979.   7-VIII. 2004», recuerda.

Fue aquél un día tan memorable, que la familia decidió mantener anualmente por esas fechas esa reunión en Oña, aunque ya solo se trasladan los más cercanos, los que viven en Madrid o Burgos. «O los más nostálgicos, que cada vez somos menos, pues por razones de vida, los verdaderos protagonistas de esos veranos y esos recuerdos van desapareciendo», señala Antonio.

Pero la familia ha sabido pasar el testigo a hijos y sobrinos que parecen dispuestos a no olvidar aquellos  felices veranos de Oña. «Y como es lógico, yo no me pierdo una reunión. A veces, con cualquier pretexto, me escapo a Oña para recorrer el pueblo y sus alrededores y volver en el recuerdo y en la memoria a una de las etapas más felices de mi vida: mi infancia», reseña.

Pregonero.

El vínculo con Oña siempre ha sido muy estrecho. Recién estrenado el sigloXXI,Antonio volvió en octubre  por las fiestas de Santa Paulina invitado por la entonces alcaldesa, Berta Tricio, «persona a la que no se le puede decir a nada que no», dice. Con ella que acordó volver en agosto para pronunciar desde la balconada del Ayuntamiento, el pregón de las fiestas de San Vitores. «Todo un honor», recuerda. Eso ocurrió en el año 2000.

La Bureba, un plató

Para Antonio, la comarca burebana ha sido lugar de rodaje en dos ocasiones. En 1973, TVE española le encargó la dirección y realización de un episodio de las serie Cuentos y Leyendas. Se trataba de la adaptación de un cuento escrito por Edgar Neville -escritor, dramaturgo, cineasta por el que profesa verdadera admiración-  titulado Don Pedro Hambre. Se desarrollaba en el París de los años 37 ó 38, donde se reunían un grupo de exiliados españoles de la guerra civil.

La escena final de la película se desenvolvía en un paso fronterizo en plenos Pirineos entre Francia y España en 1938. Y Antonio convirtió el Puente de la Horadada entre Oña y Trespaderne, en la desembocadura del Oca en el Ebro, con muy pocos elementos escenográficos -una caseta,  unas barreras, unas banderas, los soldados imprescindibles de un lado y otro- en la frontera de aquellos años de guerra entre España y Francia.

En 1986 rodó El disputado voto del sr. Cayo en una serie de escenarios cercanos al Páramo de Masa, Orbaneja del Castillo, Cortiguera, Mozuelos, Huidobro y Cañón del Ebro. En el tercio final, cuando los jóvenes candidatos del film de regreso a Burgos hacen una parada, esa parada la hacen en Poza de la Sal, en una calle porticada, una taberna «y una maravillosa plaza con fuente», apunta.

Sus trabajos recientes.

Sus últimos trabajos profesionales son Primer y último amor, Hotel Danubio y El libro de los aguas. Y más que hablar de ellos, el cineasta burgalés prefiere que el público los vea y opine. Preguntado por sus proyectos, Antonio responde que «en las actuales circunstancias en que la industria del cine español está a punto de desaparecer, sin que a nadie le preocupe lo más mínimo, para un director de mi generación, hablar de proyectos me parece una utopía».

Giménez-Rico tiene una extensa e interesante biografía y ha sido presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España entre 1988 y 1992. Siempre que puede hace gala de sus orígenes. «Aparte de haber nacido en Burgos, que en el fondo y en muchos casos no deja de ser un accidente biológico, yo he decidido, consciente y voluntariamente, ser de Burgos y adoptar Oña como mi pueblo si sus vecinos me dejan», concluye.