Pasos que desafían a la gravedad

ALMUDENA SANZ
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La Factoría del Aire abre las puertas a la danza vertical con un taller impartido por Marta Luna y Sara Gil que ha despertado la curiosidad de gente del mundo del baile, el circo o la escalada

Sonia Marcos, Ana Peser y María Díez (de i. a d.) ya bailaban coordinadas sobre la pared en su segunda sesión, vigiladas y animadas por Marta Luna (de gris) y Sara Gil. - Foto: Luis López Araico

Detrás de unos cortinones negros que cuelgan de arriba a abajo en medio de una nave de un oscuro polígono industrial de la ciudad, la gente vuela. No tiene superpoderes. Solo muchas ganas de desafiar a la gravedad, bailar en el aire, dejarse llevar. Y ese es el principal requisito para participar en el curso de danza vertical que se imparte en La Factoría del Aire, con Marta Luna, artista circense y escénica, y Sara Gil, bailarina de esta disciplina. En principio, se encuentran un martes al mes (de 19.30 a 21 horas), aunque quizás se amplíe a dos. Los asistentes tienen la palabra. La inscripción sigue abierta en martalunatiritirantes@gmail.com o en el número de teléfono 617 84 87 94. 

Ganas le sobran a Sonia Marcos, con un intenso camino en la danza horizontal, con la compañía Debla; a Ana Peser y María Díez, que se pirran por colgarse, sea donde sea; a Laura Gutiérrez, que, aunque arrítmica, sabe flotar en el aire; y a Carlos Martín, Raúl Vivar y Silvia Astorga, con las manos peladas de tirar cuerda en montañas y cuevas. 

Marta Luna pone esas ganas por delante de cualquier otro requisito. «Sin ganas todo es imposible, pero también hace falta un poco de forma física atlética. No es algo para que sea el primer deporte en tu vida», avisa y plantea como principal objetivo reunir a gente tan interesada en la disciplina como para implicarse en la creación de un grupo que se cuelgue y baile en frontones, campanarios y otras paredes. 

La seguridad es uno de los aspectos a tener en cuenta en los entrenamientos de esta disciplina entre el baile y la acrobacia. La seguridad es uno de los aspectos a tener en cuenta en los entrenamientos de esta disciplina entre el baile y la acrobacia. - Foto: Luis López Araico

Cualquier escenario vertical no sirve. «Cuanta más altura, más péndulo y más fácil es hacer las acrobacias porque tienes más espacio de vuelo. Se puede entrenar con poca altura, pero así hay muchas cosas que no puedes hacer. Con altura, todo es posible, da mucho juego, aunque también es más difícil», apostilla y habla de practicar, practicar y practicar. 

Salvo cursos puntuales, no hay más oportunidades de acercarse a esta modalidad en una ciudad en la que vivió un boom en 2008 y sucesivos años tras su incorporación al Certamen Internacional de Coreografía Burgos-Nueva York, del que después también desapareció. 

La danza vertical aúna baile y circo; es un tándem perfecto", explica Marta Luna, profesora

Ahora vuelve a contar con un lugar. Mientras unos hacen punto fijo, una modalidad paralela a la danza vertical, pero sin pared, suspendidos en una cuerda anclada al techo, por parejas o en solitario, otros se valen de dos cajas vintage de Pepsi para auparse al muro blanco y empezar a caminar sobre él. Lo del baile llegará más tarde. Paso a paso. 

Lo sabe Sara Gil, actualmente bailarina del Colectivo Zinbulu, dedicado a este arte, que da estos talleres con Luna. Tras pasar por Madrid, Bélgica, Holanda o Castellón, con la pandemia regresó a casa. «Intentamos ofrecer todas esas oportunidades que yo no tuve cuando salí de aquí. La ciudad se lo merece y la gente lo pide», resalta. 

Levanta la mano Sonia, que se coloca arnés, mosquetón y demás medidas de seguridad antes de pisar el lienzo vertical. «Hay que confiar en los elementos», dice esta bailarina, fundadora de Debla Danza. «Me encanta bailar y me llama mucho la atención poder hacerlo en las alturas, porque creo que debe ser una sensación muy diferente», expresa y confiesa que ya había coqueteado con esta actividad en los talleres organizados en La Parrala antes y después del coronavirus. 

Diferencias sí hay entre el baile horizontal y el vertical. «Se trata de cambiar el plano. Tu punto de apoyo está en la pared, ya no dependes del suelo. Siempre cuando bailas piensas en el movimiento que fluye y aquí lo hace de verdad ¡porque vuelas!», enfatiza con una enorme sonrisa antes de sentenciar: «Es muy especial». 

La seguridad la tienen controlada Carlos, Raúl y Silvia. Otra cosa es moverse en ese plano. Se chocan, pierden pie... De Carlos pensaron que se rajaría tras la primera sesión, pero no solo repitió, sino que además se trajo a dos amigos. Los tres presumen de currículum en escalada y espeleología. Eso puntúa. 

«Pero no tiene nada que ver. Aquí tú quieres pisar la pared, pero no puedes porque la gravedad te saca», destaca Silvia tras su primera toma de contacto, mientras Carlos confirma que la experiencia vale la pena. «Se trata de probar algo nuevo», revela con la mirada en el muro al tiempo que quita hierro a su proeza. «Estamos a dos metros del suelo, no a 40. Para subir y bajar no tenemos pegas, ahora nos falta coger la técnica para hacer piruetas con la cuerda», se reta divertido y agrega que alguna cosilla va saliendo. «Poco a poco», se convence sin dejar de quejarse de los dolores de lumbares con los que acabó en su estreno tras pasar tanto tiempo boca abajo. «Al final te duele todo», lamenta. 

A Raúl no le ha dado tiempo a sentir ningún dolor, aún. Pero sí admite su complejidad: «Es duro, eh.... Cuesta coordinar los movimientos». 

Los tres aseguran que volverán y sueltan con mucha guasa que ya piensan en una futura gira. El gusanillo, desde luego, los ha picado. 

De él tampoco se escapan Ana, María y Laura. Sus tablas se las da el mundo del circo (aéreos, trapecios...) y se palpa, sobre todo, en el punto fijo. La curiosidad, el interés por despejarse y rescatar a aquella niña que se pasaba los recreos colgada de las porterías, las canastas y las vallas del patio llevan a Ana hasta La Factoría del Aire. María apunta simplemente la oportunidad de hacer una actividad diferente.

Las dos llevan una faja protectora, para amortiguar el peso que cae sobre un costado mientras danzan por la pared. Eso también lo aprendieron en la primera sesión, de la que salieron con buenos moratones. Sarna con gusto...

Ese truco no se lo sabía Laura, debutante: «No me llamaba tanto la danza como estar colgada de la cuerda, girar, subir a las alturas... Quería probar». La prueba salió bien. Al término de la clase, cinco palabras: «Se me ha hecho corto». 

Tal vez en algún instante todos se sintieran un pato. En sus manos está convertirse en cisne. Con ganas, insiste Gil, se puede mover el mundo

ARCHIVADO EN: Burgos, Frontón, La Parrala