Una sinfonía de agua en toba caliza

J.Á.G.
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Cuatro cascadas en el río Molinar, la ermita de Nuestra Señora de la Hoz y la capilla del Cristo de los Remedios son los atractivos principales del sendero que discurre por este barrio de la pequeña ciudad de Frías

Una sinfonía de agua en toba caliza - Foto: Jesús J. Matías

Cualquier escapada a Frías se queda coja sin una excursión a Tobera, una recóndita aldea fredense situada a tan solo tres kilómetros de la villa. Es, sin duda, una experiencia singular que hace al visitante reencontrase con la naturaleza y ese río Molinar inserto en el caserío y que sigue dando vida a este recóndito barrio. En su curso, que se inicia en el portiloo de Bursto y acaba en el cercano Ebro, en otro tiempo se situaron molinos, batanes de ricas lanas y linos y también una de las papeleras más antiguas de España. El ingenio fabril, según está documentado, ya funcionaba en el siglo XII. Hoy sus aguas solo empujan las turbinas de una pequeña central hidroeléctrica, pero las cascadas siguen siendo un talismán para miles de visitantes que se acercan cada año a la villa. Cualquier momento es bueno, pero los vecinos cuentan que ahora o en primavera, con los deshielos, es el mejor porque el volumen y la fuerza de las avenidas es superior y más espectaculares los saltos.

Tobera, situada al suroeste de Frías, es la puerta natural -formada por agrestes farallones de piedra- para llegar a la ciudad desde el bello portillo de Busto, que cuenta con un magnífico mirador desde el que se divisan los montes Obarenes, las sierras de la Llana y los montes de Miranda. A la derecha se alza majestuosa, en un abrigo de rocosa toba, la ermita románica de la Virgen de la Hoz y a sus pies, la del milagrero Cristo de los Remedios, un primigenio humilladero que, como el de Sasamón, acabó a cubierto. Un puente romano -que se suma a algunos tramos de la antigua calzada que unía la Bureba con el puerto vasco de Orduña- salva el río Molinar que ya baja bravo. Estos cortados calizos han sido también escenarios para uno de los capítulos de la serie Fauna Ibérica que el insigne naturalista pozano Félix Rodríguez de la Fuente grabó sobre las grajillas, que anidan, al igual que numerosas rapaces, por estos cortados.

El paraje, que cuenta con áreas de recreo y fuente, invita a la contemplación y el sosiego después del viaje y antes de internarse en el desfiladero, rodeado de quejigos y otros árboles, que da acceso a la senda de las cascadas y que conduce al caserío de este recoleto pueblo, dividido y, a la vez unido, por el agua. La pétrea y limosnera capilla de Ánimas deja ver, tras las verja de forja, una artística imaginería y policromía pictórica, pero es esa talla de una enorme culebra y la camisa del ofidio a los pies del Cristo la que llama la atención. Cuenta la leyenda que en tiempos de la reina Isabel un correo real que -según la leyenda- estuvo a punto de ser engullido junto con su caballo por una descomunal boa que salió del pequeño río. Otros hablan de que en realidad el salvado por la intercesión divina fue un arriero y sus bueyes, que cayeron al cauce. José Luis Gómez, alcalde de Frías y hombre de pocos credos, es uno de los muchos romeros que tienen una especial devoción a este Cristo auxiliador de vecinos, también de caminantes y peregrinos.

Una sinfonía de agua en toba calizaUna sinfonía de agua en toba caliza - Foto: Jesús J. Matías

Un poco más arriba, se alza la ermita de la Virgen de la Hoz, advocación mariana que arrastra no menos fervor, especialmente en la fiesta popular y romería de la Toberilla, que este año no se ha podido celebrar a causa de la pandemia. El templo, en el que se mezclan el románico y el gótico, es de esa misma toba, que da nombre al pueblo y al valle de Tobalina. En el medievo esta abalconada ermita, que conserva algunas policromías, fue hito y albergue jacobeo para los romeros que buscaban el camino principal a Santiago de Compostela, que no siempre fue el francés. La leyenda también tiene aquí asiento y se cuenta que las tobas, esas piedras de carbonato de calcio depositado en el agua, con las que se levantó Nuestra Señora de la Hoz son misteriosas princesas que prefirieron convertirse en piedras antes de ser forzadas.

En la campa, perfectamente señalizado, unas escaleras, pegadas al cantil, abren el sendero que conduce a las cascadas, cuatro en total, que también lleva al caserío de Tobera. Un mirador volado, de férrea solidez, es una de las primeras paradas. Desde la plataforma se contemplar una bonita panorámica del río Molinar a su paso por el núcleo urbano de Tobera y además hay un mapa con información para ubicar las fantásticas cascadas. El recorrido acaba en una impresionante cascada que se precipita al vacío por los ojos del viejo puente de Tobera. El salto forma una poza en la que no son pocos los fredenses y visitantes se dan un chapuzón en sus aguas durante los veranos. La temperatura es fría pero, como las bodegas, la mantiene la misma en verano e invierno. Se puede cruzar el río Molinar por un pasadero de piedras planas y esconderse bajo el agua sin mojarse mucho a no ser que se quiera 'ducharse', que es lo que hacen los bañistas. Los más jóvenes e intrépidos aprovechan los salientes y ramas para hacer algunas 'tarzanadas'.

Tobera, de siempre, ha estado unido al agua del río Molinar, que discurría libre y rumorosa por la calle principal. Un viejo puente de un solo ojo sigue comunicando los dos barrios. Edurne García, guía de Frías, recuerda que de niña el sonido del agua era arrullador y la ayudaba a dormir.

La moderna pavimentación ocultó el regato urbano, que suma otras cuatro cascadas aprovechando los recovecos, pero ninguna tan impresionante como esta. El alcalde avanza que hay un proyecto para dejar a la vista -hoy solo hay registros- el Molinar en los laterales de la vía. Y es que este reencuentro fluvial ha sido reclamado por los vecinos 'fijos', entre ellos Juan Jiménez, un simpático y garboso andaluz al que el amor a su esposa -María Luisa Pérez- trajo a Tobera y que ocasionalmente hace de 'cicerone' para los visitantes, comparte conversación o, si se tercia, un trago de vino o alguno de los sabrosos tomates que cultiva. Su inseparable perro también aparece en escena a golpe de silbido del dicharachero amo.

Es día de labor, pero a pesar de que solo media docena de casas tiene moradores invernales, se nota actividad junto a la cascada más urbana. Unos albañiles se afanan en terminar las obras de rehabilitación de un enorme caserón, en el que se abrirán un restaurante con magníficas vistas a la cascada. Tobera cuenta con dos casas rurales que dan alojamiento a visitantes. Desde el caserío ya no se vislumbran en la vega esos molinos que un día trufaron este cauce pero sí el plástico de los invernaderos que cubren las verduras de invierno de la fértil huerta fredense, entre los que están los de José Luis Gómez, que sigue, como sus mayores, trabajando la huerta y comercializando sus productos en Burgos y otros mercados.

La ruta de las cascadas no es practicable para la personas con limitaciones de movilidad. Aunque no entraña excesiva dificultad, sí conviene utilizar calzado cómodo para transitar por ella. Los que la han hecho en verano recomiendan realizarla evitando las horas de calor, el sol y la humedad que exhala este arroyo de frías aguas aprietan.

Desde Tobera el río Molinar, que nace en Ranera -a 15 kilómetros- escapa de los escarpados desfiladeros y continúa su curso hasta desembocar su aguas en el río Ebro, ya en Frías. Se puede seguir por caminos, puentes y trochas hacia la ciudad medieval o regresar por el mismo camino y disfrutar doblemente de estos idílicos parajes en los que naturaleza y geología se maridan para transmitir una enorme serenidad y tranquilidad. Prueben y verán que Tobera es efectivamente un pueblo unido al agua, como se pregona en folletos turísticos, y que el cantarín río es el mejor relajante natural.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 23 de enero de 2021.