El futuro del águila perdicera pende de una sola pareja

G. ARCE
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Un grupo de aficionados presenta ante la Junta de Castilla y León un proyecto de reintroducción de la rapaz similar al del buitre negro en Huerta de Arriba. Urgen su aprobación, pues la situación del ave es crítica

El águila perdicera es la tercera de mayor envergadura de las águilas que pueblan la Península Ibérica y la que tiene las garras más grandes en proporción a su tamaño. - Foto: Carlos Gutiérrez

Habrá quien recuerde su vuelo majestuoso y ágil entre los cañones rocosos de los ríos Ebro, Rudrón y también en el valle del Arlanza y Peña Amaya. Su característico pecho blanco, una envergadura que la distingue sobre la mayoría de las rapaces y esas garras poderosas, las más grandes en proporción a su tamaño. El águila perdicera (Aquila fasciata) era uno de los tesoros de la fauna alada burgalesa, pero eso fue hace ya muchos años, hoy solo queda una pareja en la provincia, ni una más, compartida con La Rioja. El último pollo conocido de la especie nació en 2019. Su situación es extremadamente crítica.

«Estamos ante el vertebrado más amenazado de Castilla y León», sentencia con mucha preocupación Aurelio Dueña, defensor a ultranza de esta singular rapaz. Estamos en un momento muy alarmante, añade su compañero Francisco Ruiz, quien guarda en su cuaderno de campo los censos de un ave cuya población más abundante en Europa anida en España, sobre todo en la zona Mediterránea.

El último censo nacional, realizado en 2018, cifra en 711 parejas las que habitan la Península Ibérica. Es una población estable, pero en declive, reconoce, y su distribución geográfica es muy desigual. 

 De hecho, matiza, en las tres últimas décadas ha desaparecido más del 50% de la población en Castilla y León. Hoy solo quedan 17 parejas reproductoras en todo el inmenso territorio regional, 10 en Salamanca y 6 en Zamora, compartidos en ambos casos con Portugal. Han dejado de surcar los cielos de Palencia, León, Ávila, Soria y también de Segovia.

Pronto ocurrirá lo mismo en Burgos, donde se llegaron a contabilizar hasta 44 parejas en los años 70 y donde Thor, un macho que anidó, crió y enviudó más de 25 años en los Montes Obarenes, se convirtió en el emblema de una supervivencia llevada hasta su último extremo.

Rafael Ventosa, otro amante de la naturaleza, observo, documentó y monitorizó durante años la vida de esta rapaz única como si formase parte de su propia familia. Cómo comía, cómo arreglaba el nido, las hembras que atraía de otras regiones, cómo cuidaba al único pollo de cada nidada, los peligros a los que se enfrentaba... 

Unas y otros, visitantes y recién nacidos, acabaron electrocutados en un tendido eléctrico, aplastados por las palas de un aerogenerador o, simplemente, murieron de desnutrición cuando las plagas y las enfermedades diezmaron a su principal alimento, otras aves y los conejos. De hecho, la falta de alimento determina que su capacidad reproductora sea muy baja: un pollo por nidada (0,53 pollos por pareja de productividad) y con un riesgo añadido de una alta mortandad entre los jóvenes.

«Estamos ante una víctima más de las drásticas alteraciones del hábitat natural por parte del hombre. Las repoblaciones que merman sus cazaderos, la concentración parcelaria y sus roturaciones indiscriminadas, los tendidos eléctricos, los eólicos, el furtivismo y los expolios están entre las causas de su desaparición», explica Rafael. 

Si no hay presas, alimento, las águilas perdiceras se desplazan a otros territorios, asumen más riesgos vitales y no regresan. Es un ave sedentaria, rupícola (anida en roca) y fiel a un territorio a lo largo de su vida si encuentra las condiciones idóneas, algo nada fácil. 

El destino de Thor fue, si cabe, más natural y épico, un águila real -ave casi tan amenazada como su víctima- acabó con la vida de la vieja rapaz el 4 de febrero de 2021. Ese mismo día apareció un águila hembra en los Obarenes, que moriría un día después... 

El fin de Thor encendió todas las alarmas posibles sobre la existencia de esta especie en Burgos, cuya pérdida irreparable es un paso más en el empobrecimiento natural en el que estamos inmersos. 

Pero, paradojas del destino, en torno a la vida y muerte de Thor se fraguó un grupo de amigos, profesionales de diferentes ramas y pajareros incondicionales, que constituyeron la Asociación Bonelli. 

Buitre negro. El proyecto de este grupo de expertos, explica uno ellos, Carlos Gutiérrez, pasa por implantar el hacking en Burgos, es decir, la crianza campestre de estas rapaces en una jaula de aclimatamiento de grandes dimensiones. Es la misma técnica empleada en el Proyecto Monachus de GREFA, en Huerta de Arriba, para reintroducir el buitre negro en la Demanda. Por la Sierra hoy vuelan libres en torno a 60 ejemplares gracias a este esfuerzo.

La Asociación Bonelli ha planteado a la Junta de Castilla y León la instalación, gestión y financiación de un hacking en un emplazamiento cerrado de la Sierra de Oña, con una segunda posible ubicación en el Valle del Arlanza. 

En estas grandes jaulas se introducirían los pollos del año procedentes de centros de cría en cautividad (en Majadahonda o Francia) o de Andalucía, para su progresiva adaptación al territorio y asentamiento definitivo en el mismo. En tres meses se abren las jaulas y el ave -siempre monitorizada con GPSy vigilada- puede empezar a moverse en libertad. Ella elige...

Este método está ya implantado en Madrid, donde se ha pasado de una sola pareja a 7 en la actualidad;o en Mallorca, donde vuelan 9 parejas de un ave extinta hasta hace pocos años. Álava y Navarra también se están recuperando.

 La Asociación Bonelli cuenta con todos los mimbres para implantar el proyecto en Burgos, pero necesita el permiso de la Dirección General de Medio Natural de la Junta de Castilla y León. Es un simple trámite administrativo pero su carácter es «extremadamente urgente». «Todo son apoyos, pero nos falta ese permiso final. El águila perdicera se nos va de Burgos, es necesario actuar ya».