El sonado golpe de Erik El Belga

R. PÉREZ BARREDO
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La devolución del último pedazo que faltaba de la serie de tapices flamencos de Castrojeriz cierra una epopeya iniciada en la madrugada del 7 de noviembre de 1980, cuando Erik y su banda saquearon la iglesia de Santo Domingo

"Actuamos con precisión y rapidez. La puerta no fue un obstáculo y en el interior de la iglesia, a oscuras salvo por la lamparilla del sagrario, me saludaron los bellos olores que formaban parte de mi cultura occidental: aromas perdidos de incienso, cera derretida, madera, humedad y esencia del corazón de la piedra. Entramos en silencio e hice una rápida genuflexión para santiguarme ante el Santísimo...". Así contaba en sus memorias René Vanden Berghe, alias Erik El Belga, el ladrón de arte sacro más importante y famoso de todos los tiempos, verdadero Atila del patrimonio de España y media Europa, uno de sus más sonados golpes. Con esa tranquilidad, casi como un relato romántico o épico, como si, al evocarlo, aún sintiera el cosquilleo de la emoción, de saber que estaba cometiendo un delito sin que ello le afectara lo más mínimo a su conciencia.

Así se sintió Erik El Belga la cerrada madrugada del 7 de noviembre de 1980 en la que dio su más importante golpe de cuantos urdió en la provincia de Burgos y que no ha tenido su final hasta esta semana. Un robo que tuvo tuvo resonancia internacional, porque a partir de ese instante la Interpol estrechó el cerco de Erik y su banda. No fue un robo más, uno cualquiera de cuantos llevaba años ejecutando por media geografía española: aquello era caza mayor. Nada menos que seis piezas únicas, obra del pintor flamenco Corneille Schutz, discípulo de Pedro Pablo Rubens, elaborados en talleres de Brujas hacia el año 1654. Era una serie dedicada a las Artes liberales; aunque la colección íntegra estaba conformada por ocho tapices, en ese fatal momento en la iglesia de Santo Domingo de Castrojeriz se hallaban los que representaban la Música, la Astronomía, las Matemáticas, la Filosofía, la Gramática y el más valioso de todos: el Compendio o la Apoteosis de las Artes.

Erik y sus secuaces no se conformaron con tamaño botín, de valor incalculable: aprovecharon la ocasión para arramplar con todo lo que les llamó la atención: dos casullas del siglo XVI, dos medallones de plata, dos cálices de plata repujados y otros dos sin labrar, varias vinajeras, crismeras y patenas de plata, siete pinturas sobre tabla del siglo XVIII con escenas de la Pasión, dos tallas de San Juan y San Pedro, y una talla de la Inmaculada del siglo XVIII. Hasta esta semana, en que ha regresado la última pieza del puzle que componían los tapices, no se había cerrado el gran golpe de Erik en Burgos.

Erik El Belga, el Atila del patrimonio sacro.Erik El Belga, el Atila del patrimonio sacro. - Foto: DB

Un golpe que, exitoso para sus intereses en la madrugada de marras, no tardó en considerarse un fracaso: el hábil ladrón consiguió pronto colocar tan valiosa y formidable mercancía, pero por muy poco tiempo: apenas cuatro meses después fueron localizados tres de los tapices en París; dos más tarde, uno en Bélgica; y ya en el invierno de 1982 se localizaron en Barcelona los dos restantes. No fue en una operación casual: a la vez que se recuperaban esos tapices y varias decenas de piezas más procedentes de templos de todo el país, era desarticulada la banda dirigida por Erik El Belga; desarticulada, detenida y enviada a prisión. Con los tapices se recuperaron obras suatraídas en las catedrales de Tarragona y Huesca; y en iglesias y colegiatas de Palencia, Cáceres, Navarra y Galicia. Pero los tapices no estaban completos: faltaba una pieza de la orla del tapiz La apoteosis de las Artes, precisamente el más valioso de todos. Hoy están todos en la iglesia de San Juan.

Como ha publicado este periódico, el que fuera abogado personal de Erik El Belga entre 1982 y 1985 fue la persona que hizo entrega a la Policía Nacional de Barcelona del fragmento del tapiz y que los investigadores que han llevado el caso creen que el angelote plasmado por un discípulo de Rubens ha podido estar todo este tiempo en almacenes a caballo entre Francia y Bélgica. Los dos inspectores que han recuperado esta pieza iniciaron su búsqueda antes de la muerte de Erik El Belga, en junio de 2020.

Pasión por Burgos. A Erik El Belga se le imputan más de 600 golpes a gran escala en algunos de los centros de arte más importantes de Europa. En España dejó huella. Todavía hay párrocos de pueblos que se estremecen al escuchar su nombre, y anticuarios que le recuerdan con una mezcla de temor y admiración. Burgos, como toda Castilla y León, fue uno de los lugares en los que dejó su huella indeleble, siendo la de Castrojeriz su acción más importante. Pero no la única, si bien jamás confesó su autoría en otros saqueos y expolios sufridos por el patrimonio burgalés entre las décadas de os 70 y los 80. Pero siempre dejaba claro (lo hizo en sus memorias y en entrevistas que pudo hacerle este periódico), que adoraba Burgos por ser "cuna del gótico", y evocaba el entorno de la Catedral, en sus años de mayor activididad, como un ajetreado "mercado de arte". A buen entendedor...

Nacido en 1940, la vida de Erik El Belga fue la demostración de que la realidad supera casi siempre a la ficción. Nada hacía suponer que el pequeño René fuera a convertirse en un ladrón. Su abuelo le transmitió el amor por el arte gótico y el románico, su madre lo introdujo en el mundo de la pintura, y su padre le enseñó los secretos del bosque, las armas y los libros antiguos.

Pero el ambiente tras la II Guerra Mundial era perfecto para aprender las artes del contrabando y su carácter le dio el ansia por el conocimiento y la lógica necesaria para justificar su querencia por las piezas de arte sacro: 'soy católico y la Iglesia es de todos los católicos, luego lo que es de la Iglesia también es mío' o 'si no hubiera salvado esta pieza de la carcoma ahora no existiría...', explica en su biografía. En ocasiones, no le faltaba razón.

Erik siempre trabajó por encargo. Eso no le impidió disfrutar de la compañía de piezas que adoraba: confesó haber dormido abrazado a vírgenes góticas y acariciar con sensualidad tallas románicas; y que en cierta ocasió lloró al desprenderse -por dinero, claro- de más de una joya que algún genio alumbró para la humanidad y que él robó con mimo de amante. Siempre señaló, también, que hubo muchos hombres de iglesia que mercadearon clandestinamente con piezas valiosas; que lo que podía parecer un robo no siempre era tal, sino todo lo contrario: una manera de poner el valor bienes que languidecían entre humedades y oscuridad, eran 'rescatados', 'rehabilitados' y entregados a manos que sí sabían apreciarlos.

Nunca se arrepintió de lo que hizo Erik El Belga. Más al contrario, siempre se jactó de haber sido un gran ladrón de arte. A este mismo periódico se lo dijo en cierta ocasión: "Como yo no ha habido ninguno".