«Cuando escribo me juego la vida en cada frase»

I.L.H.
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Vallisoletano del 42 y autor de cerca de 50 obras (como 'La estanquera de Vallecas' o 'Bajarse al moro'), José Luis Alonso ha dirigido la Escuela de Arte Dramático de Madrid y la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Hoy se representa 'Mil amaneceres'

Alonso de Santos recibió el año pasado el Max de Honor a toda su trayectoria. - Foto: LUIS CAMACHO

Este viernes Luis Miguel Orcajo (El Duende de Lerma) representa en el Teatroo Principal la obra de José Luis Alonso de Santos Mil amaneceres (20:30 horas). El dramaturgo que el año pasado recibió el Max de Honor a toda su trayectoria ha supervisado el trabajo del actor lermeño y tiene intención de acudir a Burgos a la representación: «Tengo mucha ilusión en ir, aunque depende de lo que diga mi cuerpo ese día porque tengo 80 años. Pero voy a intentar estar», aseguraba hace unos días. Mil amaneceres es, por otro lado, una obra en la que se resume toda su trayectoria. Premio de la Crítica de Castilla y León en 2019, cuenta la historia de dos hombres que cumplen condena como galeotes en la España del siglo XVII: Antón y Benjamín. El primero acaba en un hospicio y el segundo se convierte en un afamado escritor. Con la muerte de Antón, el compañero evoca el pasado mientras descubre que las mejores armas para superar el sufrimiento son la risa y la esperanza. 

¿Qué pasa por la cabeza de un autor cuando ve representada su obra?
Cuando escribes, lo haces con palabras. Al pasarlo a un espectáculo entra en otra dimensión y cambia en muchos estilos, inevitablemente. Tanto la personalidad del actor, en este caso de Luis, como la de la directora, el escenógrafo, etc. modifica el texto. Yo lo que siento es que ellos también son creadores. 

Mil amaneceres se ha representado dos veces con El Duende de Lerma y ha obtenido dos premios...
...Porque hace un trabajo muy especial y lleva toda la vida entregado al teatro. Entre las compañías semiprofesionales hay muchos niveles, y la calidad de El Duende de Lerma es mucha. Es un actor muy destacado y lo que hace al margen de la obra es muy difícil: es un ejercicio de virtuosismo pasar de la tragedia al drama, del sufrimiento a la risa... Ha estado año y pico ensayándola y peleas también hemos tenido. Hay mucho esfuerzo, trabajo y calidad ahí.

Esta obra es uno de los textos que perdurará en el tiempo, como por otro lado le ha ocurrido con otras muchas. ¿Es la palabra, la escritura, lo realmente importante en el teatro?
Siempre que sea  una palabra con sentido, que tenga debajo muchas cosas, con contenido artístico, sentido filosófico y que intente divertir y entretener siguiendo los elementos del espectáculo. La escritura dramática es la que debajo tiene posibilidades de que la interprete un actor: tiene emociones, conflicto, vivencias... tiene que tener arte.

Tengo entendido que escribió la obra cuando estaba convaleciente.
Sí, en una situación difícil además. Pero como la obra trata sobre cómo enfrentarse al sufrimiento y los problemas de la vida, y la relación con el humor y la comedia a la que soy muy aficionado, se hizo más llevadero. Esta obra fue un intento de convertir en palabras muchas vivencias que me estaban pasando, aunque eso no quiere decir que hable de mí porque no suelo hacerlo. Cuento historias porque los espectadores, ante todo y sobre todo, van al teatro a disfrutar, por mucho que a veces nos pongamos estupendos. 

Entonces de lo de cambiar el mundo, ni hablamos.
Yo es que ya estoy muy mayor para eso. Ya lo intenté cuando era joven. Desde que se inventó el teatro se está intentado, y sin embargo está cada vez peor. No me parece una tarea a mi alcance, la verdad. Estaría bien, pero igual me pilla ocupado -ríe-.

El humor ha sido mi arma toda la vida porque lleva las cosas al territorio humano. El humor y el consuelo que te da son terapéuticos»

¿Cómo ve hoy la vida: con el sentido del humor de Antón Toledo o con el pesimismo de Benjamín?
Hombre, Benjamín es pesimista en general pero va para adelante. Todos tenemos a la vez esas dos caras dentro: la utópica y que quiere ayudar a los demás y la que no. Aunque el valor humano más importante, el que siempre busco en políticos, vecinos o familia, es el de la bondad, del que también se habla en la obra. Es también el más difícil de los valores.

¿Puede esta obra encarar o resumir todas las lecciones sobre la condición humana a las que se ha referido a lo largo de su trayectoria?
Yo creo que sí. Cuando me piden que escriba mis memorias, ahora que soy mayor, siempre digo que lo que he querido contar está en mis obras: desde La estanquera de Vallecas o Bajarse al moro a La cena de los generales. En el fondo estoy hablando de que a pesar de todo hay gente estupenda, no muchos tampoco -ríe-, que se levantan cada día a ayudar a los demás o a mejorar el mundo. Que se ocupan en las pequeñas cosas, como Antón, de que los demás puedan salir para adelante por duro que sean las circunstancias.

¿Hasta qué punto es importante el humor tanto en su vida como en su obra?
Para empezar porque para tirar para adelante si no echas mano del humor es muy duro. Y mira en la política: si no lo ves con sentido del humor te suicidas. Cuando veo un mitin reconozco a los hermanos Marx y todo me resulta gracioso. El humor lleva las cosas al territorio humano. Humor se acerca a humano y quitar hierro al asunto o hacerlo más llevadero es una buena arma. De hecho, el humor ha sido mi arma toda la vida (y se pone a tararear a Mary Poppins con aquello de 'con un poco de azúcar esa píldora que os dan...'). El amor está muy bien, pero yo lo que quiero es que a mi lado esté gente que me haga la vida un poco más dichosa, que para amargármela ya estoy yo.

Luis Orcajo siente que Mil amaneceres es terapéutica. ¿Esa era la intención?
Yo creo que sí. El humor, el consuelo, las cosas positivas son terapéuticas en una naturaleza tan dura. 

Hay un momento que dice 'el honor sirve a los poderosos y a nosotros nos envía a galeras. No te fíes nunca de los que defienden el honor'... ¿Pero de la dignidad nos fiamos, no?
Hay que tener cuidado con las grandes palabras porque casi siempre sirven para que alguien tenga un sueldo y machaque a los demás. La dignidad es otra cosa. El honor es una palabra un poco impostada. En nombre del honor se han hecho cosas terribles. Además, yo diría que no he tenido nunca mucho de eso; o al menos no me he dado cuenta. Y sin embargo dignidad sí. Porque no es para que los demás me vean así, sino para respetarme a mí mismo. Y para preocuparme por los demás.

Lo que hace El Duende de Lerma es virtuosismo pasando del drama  a la risa y otra vez al sufrimiento. El viernes estaré allí si la salud lo permite»

En su trayectoria, ¿se ha autocensurado mucho, poco o por épocas?
A veces está bien porque somos un poco necios. Como el que te viene diciendo que va a ser sincero: ¡échate a temblar o tápate los oídos! Para escribir hay que tener un equilibrio entre las dos dimensiones del mar: la de la playa y la de la profundidad. Te tienes que censurar lo tonto que somos y luego la parte de los prejuicios. Yo al escribir hago como Cézanne cuando pintaba: me juego la vida en cada frase y me comprometo con lo que estoy diciendo.

¿El teatro hoy puede sobrevivir sin subvenciones?
El problema es vivir en un proteccionismo paternalista de los poderes. Ya lo decía en mi primera obra ¡Viva el duque, nuestro dueño! Ese es el problema del arte, y también lo reflejo en Mil amaneceres: aquí al final uno dice sí y otro dice no. Esa relación con el poder la tiene siempre el creador; uno se integra más y otro menos, y unos te quieren más y otros menos no ya por tus ideas políticas, sino por la sumisión a las personas. El problema es que es muy difícil vivir por tu cuenta, casi imposible. No pueden vivir ni las naranjas así. Todo está intervenido para que los poderes puedan decidir las reglas del juego. Es una economía funcionarial y es complicado estar fuera.

Lleva cerca de cincuenta años vinculado al teatro.  ¿Cómo define el momento actual?
Económicamente es un desastre. Yo he vivido bien toda la vida de ello, pero soy una absoluta excepción. El 90% de la gente que se dedica al teatro acaba dejándolo por la frase de  Escarlata O'Hara: «a dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre». Solo se sobrevive trabajando en las compañías nacionales. Otra cosa es artísticamente; y ahí estamos muy bien.