En casa de mis padres siempre hemos tenido perros, nunca mascotas. La Segoviana, Niebla, Piti, Trosky...han vivido a su bola en el corral con las gallinas, sin necesidad de dar explicaciones. Cuando encontraban la puerta abierta se escapaban por el pueblo. Ahora, este Gobierno tan cuqui está tramitando una Ley de Bienestar Animal que determinará cómo han de ser las relaciones de los humanos con los animales, perdón, con los seres sintientes. Una de las normas dice que a muchos de ellos habrá que castrarlos (espero que al menos les dejen ver La dama y el vagabundo en versión para adultos). ç

Me llama la atención que en ningún artículo de la ordenanza de marras sea tipificado como delito tener secuestrado a un galgo en un piso de 60 metros cuadrados en Malasaña. Ser dueño de uno de estos canes tan esbeltos es algo muy cool entre la modernez. Queda muy estético en los selfies. Puede que al animal no esté demasiado cómodo encerrado entre cuatro paredes y que lo que le apetezca sea galopar hacia el horizonte en algún barbecho de Tierra de Campos. Incluso, a los más montaraces, quizás lo que les pida el cuerpo, y el instinto, sea perseguir alguna liebre. 

Tengo amigos cazadores. Aprovecho la columna para recomendarles que vean de nuevo Los Santos Inocentes -nunca está de más- y que pongan especial atención en el personaje de Alfredo Landa. Paco 'El bajo', era un fenómeno para olfatear el rastro de las perdices que después abatía el señorito Iván. Lo digo por si al final no se incluye la enmienda sobre los perros de caza y necesitan buscar alternativas en el caso de que se les pongan en huelga sus canes porque consideran que no se les trata como a las 'criaturas' de compañía.