Impresiones de un impresionista

I.L.H.
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Miguel Ángel Velasco junta en 'Pintando Castilla' las reflexiones literarias que le generan sus propios cuadros. Reúne un centenar de óleos, la mitad nunca expuestos, y las ideas que le inspiran

Es el cuarto libro que publica. Y aunque reconoce sufrir más pintando que escribiendo, la satisfacción final es mayor con el pincel que con la pluma. - Foto: Luis López Araico

Una cosa es la impresión que un cuadro produce en el espectador y otra la que ha llevado al artista a pintarlo. Detrás de cada óleo de Miguel Ángel Velasco (Orbaneja, 1942) hay una historia que tiene que ver con lo que rodea a ese lienzo: desde la elección de una determinada estampa a los acontecimientos a su alrededor mientras ejecutaba la obra (pinta del natural)pasando por lo que el pintor quería contar en colores. «Pintar una idea es muy difícil. No quiero solo dibujar un paisaje. Quiero pintar el sentimiento de un hombre ante lo que representa su casa en ruinas, por ejemplo», explica aludiendo al cuadro Herencia, en el que además del edificio de adobe que se cae a pedazos, aparecen difuminados los textos y titulares de periódico en alusión al paso del tiempo y lo que deja grabado en cada historia, y cómo ese trozo de papel se va desvaneciendo para cada vez importar menos.

Pero conseguido el objetivo pictórico, la historia que le transmitió con los ojos humedecidos el dueño de esa casa de Villamorón no estaba escrita en el óleo. Estaba la impresión artística que causó al pintor, que para un cuadro es importante; faltaba aún lo que le había provocado esa inspiración y lo que causó al dueño al ver lo pintar lo que quedaba de su casa. En el libro Pintando Castilla es lo que cuenta: la intrahistoria de las obras, la poesía que le sugieren o los autores en los que se apoya.     

En el libro hay un centenar de cuadros de los últimos quince o veinte años -de los que la mitad no se han expuesto nunca- y otros tantos textos, poemas y reflexiones. Son las impresiones de un impresionista que juega con el surrealismo. 

De alguna manera, para conocer en profundidad su obra habría que acceder a estas ideas expuestas que denotan el sufrimiento y las divagaciones del creador: «Ahora escribo quizá mucho más de lo que pinto porque me resulta más cómodo. La pintura en realidad no la disfruto; más bien sufro tratando de expresar algo que muchas veces no sé cómo. Disfruto cuando voy al campo y hago un boceto en una acuarela. Eso sí. Pero eso no tiene más intención que la de la referencia. Luego el proceso se complica», confiesa mientras reconoce que la satisfacción  final es mayor con el pincel que con la pluma. 

En el libro están los caminos, ríos y campos de Castilla, los paisajes del pueblo en el que nació, las escenas cotidianas y bulliciosas de la ciudad, las celebraciones festivas, los bodegones geométricos, los cuadros nocturnos o los cardos convertidos en calvarios. «Castilla en esto siempre la he visto con color uniforme, vistiendo esos tonos algo tristes que proclaman una cercana despedida de final de vida. Me recordaba ese calvario que en Semana Santa pasean en muchos de nuestros pueblos; posiblemente el color me recordaba el asombro y la angustia de las procesiones cuando era niño», señala en el texto que acompaña al cuadro Calvario en el campo. «Viendo cómo mueren los cardos, atrapados entre piedras, llego a pensar si en Castilla el campo tiene sus propios calvarios», añade.