Una revolución reducida a granito

D. ALMENDRES
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Un 14 de marzo de 2003 comenzó la remodelación integral de un espacio que no tardó en alterar los elementos incluidos en el proyecto

Vista de la Plaza Mayor tras el fin de las obras. - Foto: Valdivielso

¿Se atrevería el Ayuntamiento de Burgos (sin importar un ápice el signo político en esta cuestión) a lanzar una consulta para evaluar el nivel de satisfacción de los ciudadanos acerca de la imagen y la estética de la Plaza Mayor? Aunque sería tan arriesgado como inútil adelantar una conclusión, es seguro que el asunto tendría miga.

Esta cuestión acumula décadas de debate que parece zanjado desde la última intervención realizada en el pavimento en 2018, pero hay que remontarse 20 años atrás para entender qué significó y qué provocó la apuesta revolucionaria diseñada por Albert Viaplana.

El 14 de marzo de 2003 un cartel de inicio de obra presidió la plaza de Santo Domingo, aún abierta al tráfico rodado. Ese día comenzaron los trabajos de 'consolidación, reparación y ampliación del aparcamiento subterráneo', una propuesta completada con la 'reordenación' de una Plaza Mayor que dio a partir de entonces un sinfín de vueltas hasta encontrar un equilibrio estético y práctico.

El Ayuntamiento de Burgos, gobernado entonces por el PSOE con Ángel Olivares a la cabeza, sacó adelante un proyecto que debía responder a las altas expectativas de una ciudad que encaraba con seguridad los retos del siglo XXI. Los seis millones de euros aportados tenían un valor estratégico muy importante, ya que era el primer gran paso para eliminar los coches del centro histórico. Incluso, la solución temporal encontrada en La Flora para atender a las necesidades de profesionales y vecinos también tuvo su dosis de polémica.

Entonces, los vehículos campaban a sus anchas hasta la misma Plaza Mayor y esta remodelación llevó las rampas de acceso y salida del aparcamiento hasta la confluencia de la calle Santander con Santo Domingo. Este importante movimiento fue, quizá, el único que encontró antes o después un respaldo sólido. El resto de los detalles técnicos chocaron con la opinión pública o con graves problemas de mantenimiento.

Las obras se realizaron contra el reloj porque el objetivo era llegar a tiempo a la campaña comercial de la Navidad de 2003. A pesar de algún pequeño retraso acentuado durante el periodo de verano, se cumplieron los plazos programados y ya en octubre el rojo comenzó a invadir el espacio hasta cambiar por completo su fisionomía.

El clínker, hasta entonces un término desconocido para el burgalés de a pie, no tardó en convertirse en un elemento de debate recurrente durante demasiado tiempo. No fue el único punto controvertido de una intervención que se desmontó o adaptó poco a poco con el paso de los años. Por ejemplo, la vanguardista peana diseñada para resaltar la figura de Carlos III duró 20 días y las luminarias futuristas tampoco cuajaron, por lo que ya en 2010 se sustituyeron por farolas de estilo clásico.

Los bancos son los únicos elementos que se mantienen de una obra original modificada sobre la marcha hasta que en 2018 se dio el paso definitivo. La sustitución del frágil clínker por losas de granito costó 2.1 millones de euros en una operación que también resultó polémica puesto la empresa adjudicataria cambió el material contemplado en el proyecto. El 'cambiazo' del granito rojo al granito rosa dio que hablar, pero ahí quedó la cosa.

Sea como fuere, la obra definitiva ya es una realidad desde Santo Domingo a Sombrerería para zanjar esta histórica cuestión. Al menos, hasta el próximo debate.

Después de 20 años, el concepto diseñado por Albert Viaplana quedó reducido a la mínima expresión. El arquitecto, fallecido en 2014, ya mostró su disconformidad por todos los cambios realizados en su proyecto original y aseguró en unas declaraciones a este periódico que las actuaciones impulsadas con el paso del tiempo fueron una «profanación». No cabe duda de que la imagen actual de la Plaza Mayor cambia de arriba a abajo aquella apuesta futurista que regresó a la versión más práctica.