Descarga de energía en lo más duro del Camino

P.C.P.
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David Palacín expone 24 fotografías de peregrinos en el albergue De Sol a Sol, que gestiona su hermano Samuel en Hornillos, como homenaje a quienes viven, y ahora sufren, en la ruta

Samuel (i.) y David Palacín, con 3 de las fotografías de fondo. - Foto: Patricia

Samuel se para pensativo frente a la fachada de su albergue. «Tengo que pintar esas letras», musita. El amarillo que iluminaba el rótulo De Sol a Sol ha perdido brillo. No así la mirada de quien lo abrió hace 15 años, que vuelve a refulgir al explicar lo que significó en su vida el Camino. «Me di cuenta de la importancia del tiempo».

Habla con tanta vehemencia que parece mentira que no haya convencido a su hermano para iniciar ese viaje. «Si hago el Camino, será para retratar. Yo me busco de otras maneras», afirma con aplomo David Palacín. De hecho, el fotógrafo ha dedicado estos meses de pandemia a otro camino, una «retrospectiva brutal», con «mucha emoción y cero dolor» en el que se ha podido volcar en ayudar la gente que le rodea. Que es mucho rodear, dada la ingente red de contactos que atesora. De ahí que reconozca que a veces, «por ayudar mucho fuera», ha descuidado a los más cercanos.

Su nuevo proyecto, Peregrinos, también se plantea como una ayuda. A su hermano Samuel, a todos los que como él viven del Camino de Santiago y al mundo rural. Las 24 fotografías cuelgan de las paredes de una casa que tardará semanas en recibir a los primeros caminantes de la ruta jacobea. «El 80 o el 85% son extranjeros, que no van a venir», lamenta el hospedero, sabedor de que será imposible recuperar esta temporada. «Esto nos ha hundido a todos, económica y psicológicamente», subraya.

No recuerda su nombre pero sí la energía que le transmitieron. No recuerda su nombre pero sí la energía que le transmitieron. - Foto: David Palacín

Es casi mediodía y solo un anciano, con la cara curtida y gorra, pues el sol ya calienta, pasa por la calle central de Hornillos. A estas horas tendría que rebosar ya de exhaustos caminantes en busca de alojamiento. Hasta 250 personas pernoctan cada noche entre mayo y septiembre. «Aunque esté completo, yo no pongo el cartel nunca y si tengo que estar dos horas más hasta que consigo recolocar a todos los que me preguntan o dejarles el sofá, lo hago», recuerda emocionado Samuel. «Salgo de aquí destrozado pero me siento feliz».

Peregrinos es además un «homenaje» a ellos, a los caminantes que llena pueblos como Hornillos. Palacín llegó a De Sol a Sol hace ya unos 4 años, en una época en la que no tenía ningún proyecto abierto. «Vine aquí tres días para no perder el ritmo», apunta. «Artísticamente, fue mi primer encuentro con el Camino y no daba un duro por él», reconoce. Tampoco los allegados de su hermano apostaban por él cuando hace 19 años comenzó la ruta. Y cambió, literalmente, su vida. «Me di cuenta de lo importante que era el tiempo. Me enamoré del Camino», insiste. Entonces trabajaba 16 horas -8 en una fábrica y otras tantas en una cafetería-, ahora 6 meses para poder vivir el resto. «En 12 horas no paro pero me levanto superfeliz todos los días», recalca. Y tiene un mes para disfrutar las vacaciones con sus hijos, siempre está cuando un amigo le dice ‘te tengo que contar’. Y no va a renunciar. «Si ahora gasto poco, el año que viene gastaré menos», recalca.

En el patio del albergue De Sol a Sol cuelga una enorme lona con uno de los retratos más magnético de toda la serie. Esa mesa alargada a la sombra tendría que llenarse cada tarde de norteamericanos, sudafricanos, coreanos... Espera vacía, al igual que la piscina, las camas, las literas... Pero la esencia del Camino está ahí, en esa energía que este mago del retrato sabe captar como nadie. No necesita preguntar nada, ni siquiera el nombre o la nacionalidad, sabe perfectamente con quién se va a producir el idilio del instante. «No sé cómo se llaman pero sí sé lo que me dicen», comenta delante de unas imágenes que hablan, no con palabras vanas sino con historias de vida.

Los coreanos, como esta mujer, viven la ruta con gran espiritualidad. Los coreanos, como esta mujer, viven la ruta con gran espiritualidad. - Foto: David Palacín

Pese a la carga emocional de cada retrato, David Palacín asegura que fue todo muy sencillo. Colocó en el salón de entrada del albergue su icónico fondo marrón y se sentó en la entrada para ver pasar a los peregrinos. Cada vez que sentía «un pequeño flechazo» les proponía participar en el trabajo. En total 40, de los que ha seleccionado 24. Fueron sesiones cortas, «no más de 5 minutos por personas», auténticas descargas de energía en las que el artista absorbía toda esa sustancia para luego volcarla en la imagen. «El retrato son ellos pero soy yo también. Es muy especial», confiesa. «Era sencillo captar su esencia. Son gente con un relato interior» que contar.

Cuando Samuel Palacín se plantó, hace casi dos décadas, delante de la casa que hoy es De Sol a Sol, con el cartel de ‘se vende’ nadie más veía su sueño. Solo una cochera de adobe. «Yo lo vi». Aún hoy, con la casa vacía, esa imagen sigue fija en su retina. «Tengo que superar esto. El año que viene volverán», se dice a sí mismo. Es cuestión de tiempo.