Jesús de la Gándara

La columnita

Jesús de la Gándara


Les pedí que se lleven...

09/01/2023

A los Reyes este año no les pedí que me trajeran, les pedí que se llevaran. Ya que iban de vuelta a Oriente con sus inmensas alforjas vacías pensé que les cabrían algunas cosas, que sabrían qué hacer con ellas. Cosas que me sobran o que me estorban, como trastos viejos o trastornos molestos. Me explico.

Un par de camisas pasadas de moda pero en buen uso, dos pantalones viejos que se me han quedado chicos de cintura, una mesa de despacho que ya no tiene despacho, un par de taburetes de cocina que han quedado arrinconados, una flauta y un tambor que mi hijo nunca aprendió a tocar, varios enseres de cocina, platos, copas, tazas que han sobrevivido a otros de su misma estirpe, un móvil no tan antiguo pero que va mal de batería, una docena de cargadores que han perdido su cargo, una tele mediana que ya no es smart, una docena de libros que nunca leí pero da pena tirarlos, y otras menudencias que me da vergüenza reseñar, pero que no son lo que se dice basura. 

Llegado a este punto paré y pensé que quizá algo de lo que les estaba dejando podría ofenderlos, que tenía que diferenciar lo que me sobra de lo que estorba, lo que me desprendo de lo que desperdicio. Lo revisé todo, me arrepentí de casi todo y volví a dejarlo en su sitio. 

Entonces pensé, les dejaré una carta, les pediré que se lleven esta lumbalgia lenta, la pizca de colesterol que me sobra, los malos humos que a veces me gasto, el insomnio crónico, la próstata creciente, la melena menguante, las palabras que se escapan de mi boca, y esta sordera herencia de mi madre, bendita sea ella. 

Y en esas estaba, cuando por tercera vez se me iluminó el caletre, qué injusto, pensé, solo les dejo cosas malas, y entonces atiné con la misiva. 

Les pedí, por telepatía, que se lleven la pobreza, la malicia, la soledad, el miedo y la pena, y sobre todo esta guerra maldita que a todos nos sangra. Como me pareció mucho pedirles, les ofrecí un par de cosas íntimas, por si a alguien pudieran servirle: lo que sé de la vida, sin tener que sufrirlo, y lo que aprendí en los libros, sin tener que estudiarlo. Esto no pesa tanto, les dije en silencio, y quizá valga poco, pero no tiene precio. 

A cambio solo os pido una cosilla, que cuando volváis de aquí a un año, me encontréis aquí, sentado, en esta misma y vieja silla. 

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