Verticalidad y belleza enrocada

J.Á.G.
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Frías no está en la lista de Pueblos Bonitos por casualidad. Podría ser, a nada que se empeñe, Patrimonio de la Humanidad. No por conocida deja de sorprender al visitante que se acerca a esta pequeña ciudad

Verticalidad y belleza enrocada - Foto: Jesús J. Matías

Doscientos escalones, más o menos, separan el patio de armas de la almenada torre del homenaje del castillo roquero, es el techo urbano de Frías. L a pequeña y recogida ciudad a orillas del Ebro no es cualquier destino. Pueblo bonito a rabiar, es además la civitas más pequeña de España pero con mucha historia y un gran atractivo. Callejear por sus estrechas y empedradas rúas -especialmente por su arteria principal, la calle del Mercado- y su recortadas plazas es una experiencia que no importa repetir una y mil veces porque en cada visita siempre hay algo que llama la atención del visitante en ese viaje al medievo, a esas raíces de la Castilla milenaria que se forjó a los pies de los montes Obarenes. Es el toque verde a una abrupta y pétrea muela que da vértigo, pero también invita al paseo y la contemplación. El azul lo ponen esas aguas fridas ese río Molinar que antaño movía los batanes y las del caudaloso Ebro, que atravesar la comarca de Merindades y las tierras mirandesas.

La apuesta turística de Frías es firme, aún en estos tiempos covíricos en los que han tenido que replantearse las visitas guiadas masivas y aplicar las nuevas tecnologías con audioguías y los socorridos códigos qr. Hace tiempo que no arriban a la villa esos autobuses cargados de turistas, pero no han perdido comba. Ahí están sus guías -Edurne García y Mireia Quintana- y su alcalde, José Luis Gómez, para acompañarnos en una visita a los lugares de interés. Confían en que la nueva normalidad les permita relanzar la actividad promocional y recuperar la excursiones y el tiempo perdido. Hora y media, que es lo que duraba el tour largo monumental -el corto es de 45 minutos-, pero se antoja insuficiente. Se impone desandar el camino hecho y disfrutar, sin mirar el reloj, de esos bellos rincones y de las panorámicas que se abren desde la plaza del Castillo, desde la preciosa atalaya roquera, los cantiles de la iglesia y, por supuesto, desde esas casas colgadas, que desafían la gravedad. Siguen conservando una difícil verticalidad sobre la muela de toba y piedra, fuerte argamasa que las sostiene desde hace siglos más de ocho siglos.

El singular trazado medieval evidencia ya desde la misma calle del Mercado y otras que conforman ese cogollo viario central el carácter defensivo de Frías. Su estratégica situación hizo de la ciudad en la alto medievo un enclave de importancia bélica que relevó en la línea defensiva al desaparecido castillo de Petralata, que hasta entonces controlaba todo el valle de Tobalina y otros también rayanos. Navarra y luego castellana, el fuero real de Alfonso VIII hizo grande a Frías, no solo en lo militar sino también, en lo comercial, controlando nada menos que medio centenar de aldeas y lugares. Una de cal y otra de arena, el rey Juan II le concedió el título de ciudad, pero a renglón seguido la entregó, contra la voluntad de los fredenses y a cambio de Peñafiel, a los Fernández de Velasco, convirtiéndose en una pieza más del señorío de la poderosa familia. Los vecinos se rebelaron, pero de nada les sirvió porque las huestes del adelantado de Castilla acabaron con la revuelta. Con los Reyes Católicos pasaría a ser ducado, que hoy ostenta Francisco de Borja Soto y Moreno-Santa María, decimonoveno duque de Frías, que, según cuentan, reside en Huelva y nunca ha visitado la ciudad.

Entre el castillo y la ciudad se fue urdiendo con el tiempo ese tejido urbano que albergó a comerciantes, artesanos y una considerable comunidad judía -aún es visible la aljama- y que ha llegado, bastante bien conservado, a nuestros días. En esta tarea se ha implicado las sucesivas corporaciones y también los vecinos, que ha colaborado en la promoción turística y cultural a través de un dinámico tejido sociocomunitario, formado por una decena de asociaciones.

La fortaleza roquera es, junto a las casas colgadas sobre el cortado rocoso, marca de identidad de Frías. Ese castillo, del que sobresale la torre del homenaje, domina el conjunto fortificado urbano. Se accede por la plaza del mismo y a través del puente de madera -otrora elevadizo- que salva el foso, que nunca tuvo agua. Desde el patio, por unas empinada escaleras, se accede hasta las almenas del torreón y también el adarve, paseo de ronda interior. Por cierto, la fortaleza fue uno de los escenarios para la película El Lazarillo de Tormes (1959). El esfuerzo para el ascenso a la torre es considerable, pero merece la pena no solo por admirar esas primigenias arquerías y capiteles de estilo románico, con singulares arpías, grifos y centauros, sino también por esas impresionantes panorámicas que se abren al valle de Tobalina, el río Ebro y los montes Obarenes. La cartelería desvela no solo la historia sino también algunos de los secretos de la arquitectura militar defensiva, como la buhedera desde la que se lanzaba el aceite y la pez o las asaeteras abuzonadas para colocar piezas de artillería en el siglo XV.

La cancela está abierta en horario de visitas para quien quiera disfrutar de la experiencia de sentirse por un momento señor de Frías. Bajo el cantil, el paseo de ronda, que se inicia junto al aparcamiento, permite admirar los paños de muralla del siglo XIII que aun se conservan y que blindaban la villa, solo franqueable por tres puertas la de Medina, la de la Cadena y la del Postigo, por la única que podían entrar los carros cargados de uva con la que desde hace siglos se elaboró el chacolí por mucho que los vascos se quieran arrogar su exclusiva de estos recios caldos.

En la arbolada y espaciosa plaza de los Toriles, donde aún quedan bajo teja vestigios de antiguos apartaderos para los morlacos, se puede observar, bajo rejillas protectoras, dos tumbas antropomorfas escavadas en roca, se alza la iglesia de San Vicente, un templo que en su traza original, con una enorme torre almenada y con troneras, formaba parte de la estructura defensiva de la ciudad. En 1904, lamentablemente, se vino abajo la torre -se muestran algunos grabados con la firma de Bemar- y parte del templo. Con la venta del derruido pórtico románico -hoy, por desgracia, se muestra reconstruido en el Museo de Claustros de Nueva York- se pudo hacer frente al coste de la torre que hoy exhibe la iglesia. Aún esquilmado, el templo conserva un enorme atractivo, sobre todo en su interior, donde se pueden admirar cuatro destacados retablos. El mayor, de estilo neoclásico, en el que destaca sobre el sagrario la imagen de San Vicente, flanqueado por las de San José y San Sebastián. El segundo, del mismo estilo, es el de nuestra Señora de la Soledad y el tercero, barroco, es el de Santo Cristo de las Tentaciones. En la capilla de la Visitación, protegido por una rejería, se encuentra el más interesante artísticamente por sus tablas, pintadas por Juan de Borgoña, y además hay dos sepulcros de ornamentación plateresca. En las nave centra la iglesia hay una magnífica y rica colección de imaginería.

Junto a la iglesia, en el cortado, se abre el mirador de la casas colgadas, que no colgantes, porque tienen asiento unas obre otras y las 22 sobre las rocas. La viviendas, de adobe, entramado de madera y toba, fueron los primeros rascacielos del medievo. Presentan esa típica planta estrecha y alargada y cuentan con dos o tres alturas además de bodegas subterráneas excavadas en toba y piedra. En estos sótanos se aguardaban alimento, grano pero también el chacolí. Las balconadas a la solana añaden esa belleza al cantil pétreo sobre el que 'cuelgan' algunas de esas singulares viviendas, ocupadas por particulares aunque algunas de ellas acogen la Casa de Cultura, sedes de asociaciones, estudios y talleres de artesanos y artistas.

Bajo ellas discurre un asoportalado paseo, cuya mejora y acondicionamiento -pendiente desde hace años- forma parte de los planes de la actual corporación, junto con otras actuaciones que tratan de embellecer más aún esta ciudad, que conserva también en sus barrios de Quintanaseca y Tobera vestigios de un rico patrimonio y un bello entorno con el que completar también la visita a esta ciudad casi suspendida en el aire, pero con fuertes cimientos.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir el 19 de diciembre de 2020.