Un futuro muy negro

Pilar Cernuda
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Muchos en la formación creen que el conflicto se podía haber evitado si no fuera por las ansias de Teodoro García Egea de imponer su criterio siempre creando problemas incluso donde no los hay

Un futuro muy negro - Foto: DAVID MUDARRA

El estupor, más que la indignación, se ha adueñado del PP, tanto en las filas casadistas como ayusistas, crecientes estas últimas porque, más allá de las filias y fobias hacia la presidenta madrileña, es generalizada la idea de que cualquier tipo de guerra se podría haber solucionado si no fuera por la actitud permanente de Teodoro García Egea de hacerse valer y mostrar su poderío, creando conflictos incluso donde no los había.

Es un argumento que esgrimen la mayoría de las personas del partido que no rehúyen las llamadas de los periodistas. Recuerdan que Alberto Núñez Feijóo tuvo que pedirle a Pablo Casado que no permitiera a Egea meter mano en Galicia en los días previos a las elecciones regionales, como pretendía; provocó serios problemas a Juanma Moreno y a Alfonso Fernández Mañueco al celebrar sus congresos regionales porque quería imponer su criterio en las nuevas directivas más allá de lo que se permite a la ejecutiva nacional de cualquier partido; y se le considera el principal impulsor del Ayuso no para la Presidencia madrileña del PP. 

Este último capítulo, la lucha a muerte de Casado y Egea contra Ayuso, la lucha a muerte de Génova contra Sol, es lo que ha provocado la crisis más grave de la historia del PP. Porque todo el mundo recuerda también lo que ocurrió con Antonio Hernández Mancha, pero en aquel momento hubo un hombre que ya no era su líder pero sí padre espiritual del partido, Manuel Fraga, que al advertir que la formación -entonces Alianza Popular- podía desaparecer por la ineficacia de su presidente, no dudó en plantarse en Madrid, abrir un despacho justo enfrente de la sede de Génova y, desde allí, con personas de gran trayectoria y experiencia política -Cascos, Trillo, Tocino, Aznar, Lucas, Rato- organizar un congreso extraordinario para elegir, casi por aclamación, a un nuevo candidato, José María Aznar.

Hoy no hay en el PP un referente aceptado unánimemente por el partido. Podría serlo Aznar, pero ya no tiene el peso que tuvo y además no parece que quiera intervenir en el conflicto, más allá de lanzar críticas a la gestión actual, muy claras pero prudentes. Tendrían que cambiar mucho las cosas estos días para que Aznar fuera hoy el Fraga de ayer, que puso en pie de guerra al partido contra un presidente que a todas luces conducía al abismo a los populares.

Apartada por la cúpula

No se sabe todavía hasta dónde va a llegar la guerra de Génova contra Ayuso, qué ocurrirá con las polémicas cantidades que recibió su hermano, si eran legales o no, si salpican a la presidenta o si hay datos que demuestren que la operación detectivesca en su contra fue contratada por Casado y Egea, o con su conocimiento. No es ningún secreto entre los populares que Ángel Carromero, que el pasado jueves se vio obligado a dimitir tras su reunión con José Luis Martínez Almeida -que se considera un cese encubierto- es un hombre de la máxima confianza de Casado, colaborador muy estrecho desde hace una veintena de años, y que trabajaba ahora como coordinador del Ayuntamiento madrileño, una especie de jefe de Gabinete del alcalde que tenía mucho poder porque todo el mundo sabía que era el ejecutor de los deseos del líder nacional. 

Almeida, por cierto, sale regular parado de la confrontación Casado-Ayuso, en la que nunca quiso entrar pero fue obligado a hacerlo cuando el primero dio a entender que podría ser un buen rival para disputar la Presidencia del PP madrileño a Ayuso. Nunca respondió Almeida a ese anuncio, pero se le ha considerado hasta ahora un hombre dispuesto a asumir cualquier tipo de responsabilidad que le encargue Casado. Que haya impulsado el cese-dimisión de Carromero indica la situación interna del PP, la lucha entre la lealtad a los dirigentes, los que sean, y la postura ante situaciones inesperadas que pueden rozar la ilegalidad.

Una situación que afecta también a la teniente alcalde Andrea Levy, miembro de la dirección nacional y presidenta del Comité de Derechos y Garantías, que tendrá que dictaminar sobre el expediente que Génova ha abierto a Ayuso. El comité determinará si puede perder la militancia temporal o definitiva, o la inhabilitación para ocupar algún cargo. 

Si eso ocurriera, no podría continuar al frente del Gobierno autonómico como miembro del PP, ni tampoco podría presentar su candidatura a la Presidencia en el congreso regional, aun sin convocar porque Casado y Egea se resisten a marcar la fecha. Levy ha lanzado a través de las redes sociales su apoyo total al líder del PP. ¿Sincero? Los cargos populares, senadores y diputados fueron conminados a expresar así su respaldo a Casado, lo que en este caso pone la sinceridad en entredicho. 

Nombres clave

Lo que importa ahora es cómo se plantea el futuro, cómo se superará la complicada situación actual y quién puede comandar el PP. Son preguntas sin respuesta, porque hay incógnitas por desvelar, desde la situación de Ayuso cuando se resuelva su expediente hasta los datos sobre el dinero que recibió Tomás Díaz Ayuso, si es comisión como conseguidor del contrato por parte de una institución presidida por su hermana, lo que podría ser delito de tráfico de influencias o, por el contrario, como explicó Ayuso, todo fue absolutamente legal.

Segundo, habrá que ver también si Casado finalmente se aviene a celebrar el Congreso Nacional en el mes de julio, como corresponde según los estatutos , o pretende retrasarlo hasta un momento propicio alegando las circunstancias especiales que lo permitirían. Tercero: en el PP consideran impensable que Egea pueda dimitir o cesar. Su alianza con Casado es aparentemente indestructible, actúan como una sola voz, con una estrategia compartida y sin fisuras.

Sin embargo, desde que se produjo esta crisis, provocada por las informaciones filtradas a los periódicos, no hay dirigente nacional o regional que no admita abiertamente que la clave está en quién puede hacerse cargo del PP para superar esta crisis.

Podría continuar Casado, pero es una de las posibilidades que se consideran más lejanas. Los ojos miran hacia Galicia y Andalucía, donde tanto Núñez Feijóo como Moreno cuentan con un prestigio político que trasciende sus comunidades, son ya figuras nacionales. Como ocurre con Ayuso. En este momento el nombre que circula con más insistencia es el del dirigente gallego, por su amplia experiencia, su capacidad para generar confianza en una comunidad en la que le votan personas muy alejadas del PP y que ha conseguido sucesivas mayorías absolutas.

Ninguno de los tres se ha pronunciado sobre sus intenciones futuras, y se han guardado también de expresar su apoyo a Casado o a Ayuso. Hace tiempo que tanto Feijóo como Moreno, cuando les preguntaban, respondían su lealtad plena al partido y a su dirección. Punto.

Este fin de semana podría ser el de recuperación de la serenidad, pero el ambiente está tan enrarecido que no parece fácil. Entre otras razones porque, a través de las redes sociales, se ha convocado a militantes y votantes a pedir la dimisión de Casado ante las sedes del partido distribuidas por España, y es evidente que habrá respuesta de los afines a él si las concentraciones son masivas.

En el PP hay desazón, preocupación, tristeza y dolor. Las reticencias a Egea son muchas, y vienen de atrás, pero se mantiene el afecto a Casado. Aunque decrece a medida que se encona el enfrentamiento entre la dirección nacional y la madrileña y aparece el juego sucio. Lo que parece claro es que, si hasta ahora no se pronuncian ninguno de los que son conscientes de que los ojos están posados en su persona, si se envenenan las cosas, se pueden producir movimientos. No se sabe cuáles y con quienes, pero no van a quedarse de brazos cruzados si peligra la supervivencia del partido. Como decía un hombre con décadas de historia en el PP que asiste atónito y triste al espectáculo, «no vamos a permitir que nuestro partido desaparezca».