Joaquín Ureña traslada su estudio a la Sala Pedro Torrecilla

ALMUDENA SANZ
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El acuarelista leridano cuelga pinturas de gran y pequeño formato y juega con los volúmenes en un puñado de esculturas de papel

Vista del friso 'El cuadro para caminar', esta mañana durante su presentación. - Foto: Patricia González

El visitante avanza por el pasillo, que se vislumbra alicatado hasta el techo de libros. La puerta, entreabierta, invita a adentrarse en esa habitación. Un espacio que resulta ser el estudio del pintor. Él no está, no hay nadie trabajando, pero su universo se extiende sin secretos. Su mesa de trabajo, sus carpetas amarillas de los cursos de Lérida, el tablón con pósit, el balcón entornado permite ver que fuera anochece y puede que aún sea invierno, la colección de coches de miniatura, las caretas de los hermanos Marx tiradas en la cajonera, la pared con apuntes en vivo que se exhiben como hojas de un álbum de recuerdos, los volúmenes colocados en vertical y de canto... y otra vez la puerta. Joaquín Ureña deja que el espectador se cuele y transite por su taller a través de El cuadro para caminar, un imponente friso de 2x15 metros que domina la exposición homónima del acuarelista leridano en la Sala Pedro Torrecilla de la Fundación Círculo, donde estará hasta el 19 de junio (de martes a viernes de 18 a 21 horas y sábado y domingo de 12 a 14 y de 18 a 21 h.).

Sobre una de esas mesas, como sin querer la cosa, se encuentra la inspiración de la pieza, un ejemplar de El gran mensaje, de David Hockney, una larga conversación entre el artista y el crítico de arte Martin Gayford. Sus páginas recogen, entre otros muchos asuntos, la diferencia en la manera de pintar entre occidentales, que tienen en cuenta el punto de vista y respetan la perspectiva, y orientales, que trabajan sin reparar en esas distancias.

«Empecé a pintar acuarelas clásicas, de un tamaño asequible, de las que enseguida, con una mirada, ves el cuadro entero, pero tras esta lectura me planteé utilizar el formato como una herramienta más. Si pinto un cuadro de un tamaño mayor y lo miro a una distancia cercana tengo que mover los ojos o la cara para verlo y esto hace que el espectador entre en el cuadro. Estos 15 metros de acuarela son una etapa más», desarrolló Ureña.

«Para mí, el arte es un juego y tiene que ser divertido, que es lo contrario de aburrido, no de serio. Puedes poner todo tu interés y conocimiento para lograr una meta, intentarlo y, si no sale, pasar a otro tema», insistió este artista que empleó más de tres meses en la ejecución de este mural en el que, aunque no aparece, sí dice mucho de él, de su afición a la lectura, su costumbre de llevar un bloc encima y recoger apuntes del natural o su confesa pasión por el cine, con su colección de DVD, caretas guardadas de Harpo y Groucho Marx o la escena de El padrino que se asoma a una pequeña televisión y que, desveló el autor, pintó encima de un mapa del tiempo, su primera elección.

«Me agoté, pero al final lo logré», remachó ayer durante la presentación de esta muestra, acompañado por la directora general de Fundación Círculo, Laura Sebastián, que advirtió la vasta trayectoria del creador y lo encumbró como «uno de los artistas que han renovado el mundo de la acuarela en España, siendo un referente del realismo pictórico».

El cuadro para caminar se completa con otra cuarentena de obras de distintos formatos. Los grandes, por los que reconoce su querencia, ahondan en los espacios de trabajo, en su cotidianidad, y en lo que observa desde allí. Juega con las ventanas entreabiertas, que le permiten atisbar la calle, los neones de los comercios, alguna figura humana, el reflejo del interior en los cristales...

Cuando quiere descansar de estos tamaños grandes, se vuelca en los pequeños. Siempre lleva su bloc y sus acuarelas encima. Y en la mesa de cualquier bar se pone a pintar. Estas creaciones salpican toda la exposición con escenas de terrazas, con gente apenas sugerida, en actitud distendida, turistas en tardes luminosas... Un papel en acordeón a la entrada vuelca una reciente escena en Almería, donde pasa largas temporadas.

Y al puro divertimento y evocación infantil responden los personajes de papel a tamaño natural que pululan por la sala, realizados con las acuarelas estropeadas, que le llevan a aquellos años de la niñez en los que modelaba sus propios juguetes con papel y pegamento Imedio. 

 

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