Fuentes

MARTÍN G. BARBADILLO
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"La fuente con más encanto de la ciudad es una que ya no existe (...) Obra del paisajista uruguayo Leandro Silva, este espacio hacía al ciudadano protagonista y partícipe de una maravillosa locura. Si eras un niño, simplemente alucinabas"

Fuente-cascada de La Isla. - Foto: Ángel Ayala

¿Qué es? Una fuente, al menos de las que hablaremos aquí, es una obra de arquitectura hecha de fábrica, piedra, hierro, etc., que sirve para que salga el agua por uno o muchos caños dispuestos en ella, según dice la RAE.

Edad. Al parecer, la primera referencia a una fuente se encontró dibujada en una vasija italiota de mediados del siglo IV a. C. en la que puede observarse a una mujer junto a un pilón.

El otro día, cascadas; hoy, fuentes. Bueno, tiene sentido. Las fuentes de la ciudad no dejan de ser una recreación de las caídas de agua de la naturaleza, con usos parecidos tanto prácticos como de puro disfrute.

Sí, está bien ver y escuchar agua cuando uno va por la calle. O echar un traguito en las habilitadas para ese uso. Pero piensa en lo que significaban las fuentes hasta no hace relativamente tanto, cuando no existía agua corriente en las casas: eran vitales. De hecho, la traída de agua potable a la ciudad fue una epopeya que comenzó ya en la Edad Media.

¿De dónde llegaba? Burgos estaba llena de agua; la atravesaban el Arlanzón y el Vena, pero el aumento de población y actividad hizo que sus aguas no fuesen aconsejables para el consumo. Ya en el siglo XIII se trajo agua de la zona de Cortes y se establecieron fuentes en Santa Clara y en la plaza de Santa María. Otras, como la de San Esteban (frente a la iglesia), se abastecían de manantiales del Castillo o el cerro de San Miguel.

Una obra de ingeniería. Y con complicaciones, fugas y pérdidas de agua en los caños de plomo que la transportaban. Salía todo por un pico. Hay constancia, por ejemplo, de que en 1403 los judíos Ifrique de Briviesca y Samuel (hijo de Rrabiges), latoneros de Burgos, declaraban haber recibido 5.100 maravedíes del obispo por sus trabajos en el arreglo de la fuente de Santa María.

No sé a cuánto está el maravedí al cambio, pero parece un pastizal. Lo era. Muchas de las mencionadas fuentes, y otras como la de la Plaza de la Libertad o la de La Flora, ambas del siglo XVII, se fueron enriqueciendo con ornamentación. Esta última tiene una historia curiosa: en el año 1749, un fragmento de piedra (jaspe) procedente de Vizcaya y con destino a la capilla del Palacio Real, se cayó y rompió en Quintanavides. Ahí quedó hasta que fue adquirida para esculpir la diosa Flora sentada sobre un delfín que corona la mencionada fuente. Todo esto lo cuenta el historiador Teófilo López Mata.

Historia deslizándose al ritmo del agua. Sí. Estas fuentes son hoy ornamentales y hay muchas más, hasta un total de 43 en la ciudad puramente decorativas. Entre ellas, como siempre, las hay buenas, malas, regulares y algunas inexplicables.

¿Por cuál quieres empezar? Quizás por las que imitan a la naturaleza, como decíamos al principio, más claramente. Hay tres que son directamente cascadas, buscando esa paz y fascinación que los saltos de agua producen. Una preside el Parque Félix Rodríguez de la Fuente, otra se puede ver en San Amaro y, a mí entender, la mejor está en el paseo de La Isla. Es una cascada y un estanque construidos a finales del siglo XIX rodeados de piedras calizas agujereadas, colocadas irregularmente, que le dan un aspecto agreste que encaja a la perfección con el aire romántico del paseo. Te empuja a sentarte a la sombra un buen rato.

Parece que te gustan más las cascadas artificiales que las reales. No empecemos. Las tres tienen en común que "desembocan" con gracia en grandes superficies de agua, un elemento hermoso del que raras veces se puede disfrutar en la ciudad. No son la Fontana de Trevi, pero a cambio se puede estar más tranquilo.

Por dónde seguimos. Ya que estamos ahí, en La Isla, podemos acercarnos al Espolón, más concretamente al paseo Marceliano Santa María. Allí, al principio y al final, hay unas fuentes que encajan con la atmósfera 'afrancesada' de la zona. Quien más quien menos ha metido por accidente el pie, o algo más, en ellas cuando era pequeño. Y muy cerca de allí, en el paseo Sierra de Atapuerca, te toparás con una de las más interesantes de la ciudad. Se trata de una fuente muy discreta de apariencia; en realidad no es más que los propios chorros que están sincronizados en distintas secuencias y producen un sonido similar al de las olas del mar. Es una wave fountain (fuente de ondas), que apela a los sentidos más allá de la vista. De hecho, te recomiendo que la experimentes con los ojos cerrados.

Muy fino. Sí lo es, y no todas las fuentes de la ciudad pueden decir lo mismo. Es una cuestión de gustos pero, en mi opinión, hay otras que por obvias o directamente feas no pasaría nada si no estuviesen. En la plaza Alonso Martínez hay una escultura-fuente de una mujer con un paraguas del que cae agua y, cerca, al final de la calle Santander, un toro con unos chorricos enanos que a mí me recuerda a esa que hay en Wall Street. De estas esculturas hiperrealistas ya hablamos un día y dijimos lo que pensábamos. Pero a mucha gente le gustan y se hacen con ellas los inevitables selfies.

Todo es opinable. Entonces sigamos opinando. En este apartado de discutibles el podio lo ocupan, sin duda, tres fuentes que son grandes, o muy grandes, y están plantadas en medio de rotondas. Este país tiene un historial de horror en esos lugares insuperable a nivel mundial. La primera es una simplemente anodina en la calle Madrid. Le sigue la Fuente de los Delfines en la plaza de España: una piscina olímpica redonda con los susodichos mamíferos marinos (en bronce, supongo) saltando; es utilizada para remojar celebraciones deportivas. Y no hay que olvidar, por favor, la Fuente del Peregrino, en Capiscol, a la que no le falta de nada y le sobra casi todo. Pero acabemos con algo bueno de verdad.

Tú dirás. Pues la fuente con más encanto de la ciudad es una que ya no existe. En el parque de la Cruz Roja hubo durante años un conjunto de fuentes (más de 90 chorros a ras de suelo) que lo convertían? en una suerte de plaza de agua. Obra del paisajista uruguayo Leandro Silva, este espacio hacía al ciudadano protagonista y partícipe de una maravillosa locura. Si eras un niño, simplemente alucinabas. El conjunto se dejó degradar y recientemente se reformó tapando los chorros definitivamente. ¿Te lo puedes creer?

Una pena. Somos más de rotondas.

Si quieres parecer integrado. Mójate en la Fuente de los Delfines cuando tu equipo se alce con un título.

Nunca, nunca, nunca... Intentes caminar sobre las aguas de una fuente o estanque si está helado en invierno. De ahí no puede salir nada bueno ni gracioso. Lo de abajo sigue siendo agua.