La odisea de un flamenco burgalés en una Ucrania en guerra

R. PÉREZ BARREDO
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Hace ahora cien años, el bailaor burgalés Juan Martínez fue testigo de la guerra que enfrentó a bolcheviques y nacionalistas ucranianos. Durante su estancia en Kiev las pasó canutas para sobrevivir y salir indemne. Su historia la contó Chaves Nogales

Años más tarde, en Nueva York, con otra paraje de baile, Antoñita. - Foto: DB

Hace un poquito más de cien años Ucrania también era un polvorín: desde el inicio de la Revolución Rusa -1917- y hasta 1922, en que parte de este país quedó integrada en la Unión Soviética, corrió la sangre ucraniana, rusa y polaca. Y casi burgalesa: testigo a su pesar de aquel pandemónium fue un bailarín flamenco nacido en Burgos que tratando de buscar suerte con su arte en tan lejanas y frías latitudes se vio envuelto en uno de los conflictos bélicos más fabulosos del primer tercio del siglo XX. Se llamaba Juan Martínez, y su historia la recogió maravillosamente el gran periodista Manuel Chaves Nogales en una novela que se publicó por entregas en la revista Estampa: El maestro Juan Martínez que estaba allí narra magistralmente la epopeya del artista burgalés en plena revolución bolchevique, sobreviviendo a la guerra, al hambre y al frío entre faranduleros, aristócratas, estraperlustas, espías, bandoleros, chequistas, especuladores y toda la ralea imaginable e inimaginable.

De San Petersburgo a Moscú, de Moscú a Minsk, de Minsk a Kiev, el calvario de Juan Martínez y su compañera y pareja artística, la Sole, fue de aúpa. El dúo flamenco, que había conocido la bella capital de Ucrania antes de la revolución, trató de refugiarse en ella huyendo de la ira inmisericorde de los bolcheviques -"los bolcheviques, buenos o malos, sostenían que los artistas de cabaret no teníamos derecho a la vida y deseaban que nos muriésemos cuantos antes", pone Chaves Nogales en boca de Juan Martínez-. En mala hora: cuando llegaron, Kiev ya estaba dominada por aquellos. "Acostumbrados a ver aquella ciudad rica y aristocrática con sus comercios fastuosos, sus parques, sus palacios y su vida intensa, que era el orgullo de Rusia, nos encontramos de súbito con una población miserable, sin luz, sin escaparates, las grandes mansiones cerradas a piedra y lodo, las calles desiertas, los escasos transeúntes esquivándose los unos a los otros, todos mal vestidos, con un aire triste de mendigos".

Aunque contaban con documentación del Consulado español, su estancia en Kiev fue un infierno. "La vida se nos hacía imposible. Los bolcheviques le asfixiaban a uno. El que no era bolchevique o no estaba a su servicio era un paria, un perro, al que se trataba a patadas. En todo momento se estaba expuesto a ser víctima de cualquier atropello, con la seguridad de no encontrar jamás poder alguno que le amparase a uno en su derecho. El régimen soviético era muy bueno, pero para ellos solos. A los demás, que nos partiese un rayo". Encontraron Juan y Sole una salida para malvivir en aquel horror: se metieron en el Sindicato de Artistas del Circo de la mano de un compatriota, el clown Zerep. Quedaron alojados en el Hipo Palace, sala de espectáculos otrora lujosa de la que se habían apropiado los bolcheviques a su llegada. Pero aquello era una pura ruina: "Las incrustaciones de oro y nácar habían desaparecido, las pieles del tapizado estaban arrancadas en muchos sitios y los muebles de ricas maderas se resquebrajaban". Juan se ganó la vida como taquillero en las funciones que organizaban los bolcheviques. Duró poco: estos reclutaron a todo el artisteo para enfrentar las ofensivas de los nacionalistas ucranianos. Un sindios.

Juan Martínez, bailaor burgalés.Juan Martínez, bailaor burgalés. - Foto: Revista Estampa

En cierta ocasión, duranre una función, la guerra llegó al circo. La ofensiva de los ucraniano pilló en fuera de juego a los bolcheviques, que pusieron pies en polvorosa. "Cuando la gente de Kiev se dio cuenta de que los bolcheviques huídan río arriba, una muchedumbre jubilosa invadió las calles. ¡La tiranía roja se había terminado! Se acabaron como por ensalmo las caras tristes, las mandíbulas apretadas, el aire miserable y los disfraces de mendigo. la gente, contenta y esperanzada, formaba grupitos en los portales, se arracimaba en los balcones y poblaba las aceras, comunicándose la buena nueva de la liberación. ¡Los bolcheviques habían huido! Se abrían de nuevo los cafés y lucían otra vez los escaparates. La ciudad entera, con traje de fiesta, se echaba a la calle para recibir en triunfo a los libertadores". Pero a Juan Martínez no se le pasó el miedo, claro.

"Estaba expuesto a que una simple denuncia me costase la vida. La verdad es que yo me había limitado a meterme en el Sindicato de Artistas de Circo para poder comer; pero como los sindicatos obreros habían sido militarizados por los bolcheviques, a mí los blancos me podían fusilar en cualquier momento. Por mucho menos fusilaron a otros desdichados. Además, en aquellos días de pogromo, en los que el hecho de ser judío era lo bastante para que le matasen a uno como a un perro, mi cara, morena y larga de flamenco, no era precisamente una recomendación para aquellas bestias de cosacos. Me tomaban por judío en todas partes y me daban sustos terribles. Lo mejor era largarse de allí cuanto antes". Lo intentaron, e incluso llegaron a ocupar un vagón de un tren de mercancías, pero jamás arrancó la locomotora. Cinco días después, lo abandonaron. Y otra vez a ganarse la vida Juan Martínez con aquel ingenio tan suyo. Así, se empleó de croupier en una casa de juego clandestina en un sótano maloliente. Mal que bien, los que ganaban solían ser rumbosos "y sacaba diariamente de setecientos a ochocientos rublos en propinas".

Cuando, al cabo, los bolcheviques regresaron a las inmediaciones de Kiev con la intención de reconquistarla ya no tuvieron Juan y Sole duda alguna: había que largarse de allí. Tampoco lo lograron entonces, y regresó el miedo. Pero no consiguieron entrar y siguió la vida de croupier del flamenco burgalés. Y con buenos resultados. Cuando se acababa el dinero, se pagaba con joyas. "En aquella época mi casa era una joyería. Tenía de todo: bolsos de señora, relojes de oro, sortijas, pitilleras, pendientes, hasta un icono bizantino con incrustaciones de brillantes que se jugó un creyente. Todo esto lo íbamos escondiendo cuidadosamente, con la ilusión de marcharnos de Rusia algún día llevándonoslo. Era aquel un momento magnífico para hacerse millonario. Los aristócratas y los burgueses, arruinados, perseguidos, perdia la moral, salían a malbaratar sus joyas familiares, y con un poco de habilidad y algun dinero para especular se podía juntar un fortunón en oro y brillantes".

Antes de abandonar definitivamente Kiev, Juan Martínez siguió pasando las de Caín: hizo de contorsionista, a punto estuvo de ser carne de checa, hizo sabotajes, robó a manos llenas, regateó al hambre y al tifus. De Kieva pasaron a Odesa, también ciudad ucraniana. Y de allí, en barco, a Estambul. Recorrerían Grecia ganándose la vida de nuevo como bailarines; regresarían a París, de donde habían salido en 1916 hacia Moscú. Se sabe que Juan Martínez murió en Nueva York, en 1961. Parece que el maestro estuvo allí.