«Burgos es una ciudad acogedora, pero queda mucho por mejorar»

B.D.
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El 8,2% de la población burgalesa es de origen extranjero. Migrantes residentes narran su experiencia. Han logrado una vida mejor, pero creen que aún quedan barreras por superra

Manuel Martínez, Hilda Vizarro, Mohamed Souahib y Carolina Ludueña, en la Casa de Acogida de Atalaya. - Foto: Alberto Rodrigo

Mohamed Souahib Conde salió de Guinea Conakry en 2017. Llegó a Italia y de ahí viajó a España porque era el país donde había soñado vivir. En Barcelona residió durante algunas semanas en la estación de tren, hasta que una mujer africana le ayudó y le acogió en su casa tres meses. Poco a poco fue conociendo la vida de otros migrantes que le hablaron de Lepe.

Hacía allí se desplazó en busca de un trabajo que nunca llegó. Malvivió en la ciudad onubense durante casi tres años, durmiendo bajo unas tablas y unos plásticos. Hasta que un día coincidió en la mezquita con un marroquí que le habló de Burgos, el lugar donde él trabajaba y donde vivían otros muchos guineanos. Y aquí se plantó.

Una vez en la ciudad recibió la ayuda de Cáritas y de Atalaya Intercultural. La casa que posee esta entidad en Fuentecillas permitió a Mohamed emprender por fin una «vida buena». Recibió clases de español, cursos de formación laboral, se sacó el carné de conducir y encontró trabajo en una empresa de reformas. «Burgos es mi segundo pulmón, ahora tengo una vida mejor. Tengo trabajo y cada mes puedo ayudar a mi familia. Estoy contento», dijo, tras agradecer a Atalaya su apoyo y a cuantos «se sacrifican por ayudar a los demás».

Su testimonio pudo escucharse durante la presentación por parte de la diócesis de los actos que bajo el lema 'Aquí construimos un futuro con migrantes y refugiados' ha organizado para conmemorar la jornada mundial del Migrante y Refugiado. En palabras de Hilda Vizarro, delegada diocesana de Pastoral de Migraciones, «Burgos es una ciudad acogedora, pero aún queda mucho por hacer». A su juicio, «somos acogedores al 80% pero aún hay que mejorar. Porque aunque nos veamos en la calle, en el supermercado o el autobús nos falta quitar estereotipos» para que los migrantes puedan acceder al trabajo o a una vivienda, principalmente. «Te piden tres pagos anticipados para un alquiler y esto es imposible. Y si te ven que eres negro o llevas velo, peor todavía», enfatizó.

Unas palabras que refrendó Carolina Ludueña, una joven argentina que llegó a Burgos hace 20 años junto a su madre huyendo de la crisis económica. Por fortuna, tuvo suerte para entrar (su abuelo era español), pero las mayores dificultades se plantearon a la hora de hallar vivienda. «Encontré trabajo y pude establecerme. No vinimos por placer sino a buscar empleo y ayudar a nuestra familia; entre todos tenemos que eliminar la barrera del idioma, el color o la vestimenta», explicó.

Desde Atalaya insisten en que «el trabajo de los migrantes, su capacidad de sacrificio, su juventud y  su entusiasmo enriquecen a las ciudades y a las sociedades que los acogen». Manuel Martínez, responsable de comunicación de la entidad, reiteró que podemos vivir juntos. «Se trata de un potencial que se manifiesta pronto si se les ofrecen oportunidades. Algunos ven en lo diverso una amenaza y buscan como soluciones reforzar identidades nacionales o fronteras. Otros vemos la diversidad como una oportunidad para nuestras sociedades plurales en las que el acento se centra en la acogida y la integración sentando las bases de una auténtica cohesión social», concluyó.