Una catedral con ojos nuevos

A.G.
-

El senegalés Maissa Faye, que lleva tres años en Burgos prendado de la belleza del monumento, lo pudo visitar por dentro el pasado jueves gracias a la gentileza del Cabildo

Una catedral con ojos nuevos - Foto: Alberto Rodrigo

Tiene 29 años pero podría pasar fácilmente por un adolescente. Maissa Faye, nacido en Bou (Senegal), lleva desde 2017 en España y algo menos en Burgos, adonde llegó tras un trayecto lleno de vicisitudes, igual que el que hacen tantísimas personas africanas que vienen a la parte rica del mundo a intentar mejorar su vida. Y él lo ha conseguido. Está muy feliz porque tras un tiempo de vivir en la incertidumbre que da saberse ‘ilegal’ ahora muestra con orgullo su tarjeta de identificación, donde aparece que tiene permiso de trabajo y residencia. Pero esa felicidad se queda corta comparada con la emoción que expresan sus ojos al entrar en la Catedral. 

Era una cita que tenía postergada desde hacía mucho tiempo. «He pasado muchos días por delante y me parece una maravilla, tan antigua, tan alta... Burgos es una ciudad tan bonita y con tantos monumentos...», contó para este periódico en un artículo donde compartió con mucha generosidad aspectos muy duros de su vida. Maissa no fue al colegio, de pequeño trabajaba en el campo ayudando en su casa y por eso tiene muchas ansias de saber: «Quiero aprender español y más cosas», nos explicaba en diciembre este chico que se gastó todos sus ahorros en pagar un coche que le llevó desde Senegal a Marruecos, donde cogió una patera con otros tantos inmigrantes. Por suerte era verano y el mar estaba en calma, y por más suerte les avistó un barco de pesca que se puso en contacto con la activista Helena Maleno, gracias a cuyas gestiones se pusieron a salvo: «No pasé miedo porque conozco el mar pero recuerdo el dolor que sentía en las manos de tanto remar». En Cádiz le socorrió Cruz Roja y antes de llegar a Burgos pasó por Almería y Barcelona. Aquí, de momento, ha encontrado su lugar en el mundo.

Ni medio problema puso el Cabildo cuando se le planteó la posibilidad de que Maissa pudiera conocer por dentro el principal monumento de Burgos del que tan prendado está. Más bien al contrario, se volcaron con este joven, que fue recibido en la Puerta del Sarmental por la gerente de la Catedral, Idoia Larrea. No hay palabras para describir cómo era el brillo de los ojos de Maissa en el momento en el que subió las escaleras y descubrió que esto no era un castillo donde vivía un rey, que era lo que él suponía y que preguntó con toda su inocencia. «¡Es una iglesia, para rezar!», se asombró tras recibir las explicaciones pertinentes. Maissa, que es musulmán y un hombre de fe, se sintió absolutamente cómodo: «Dios es igual para todos».

Ojalá cada uno de los visitantes que recibe la Catedral estos días caminen por sus piedras centenarias con el respeto con el que lo hizo Maissa, que miren la luz que atraviesa el rosetón con su misma admiración, que sonrían como él lo hizo ante el Papamoscas y el Martinillos o que toquen los pliegues de los sepulcros con la delicadeza que él imprimió a sus caricias. Estaba impresionando y como conteniendo la respiración ante cada una de las maravillas que iba descubriendo y escuchaba atentamente las explicaciones de Idoia Larrea, preguntando las palabras que no conocía y pidiendo permiso para hacer fotos. 

Le divirtieron las anécdotas que iba escuchando. Se rió ante el conjunto escultórico en el que San José parece estar bebiendo una cerveza pero que es solo un efecto óptico porque lo que realmente hace es dar luz al Niño Jesús, y se maravilló de lo avanzada a su tiempo que resultó Mencía de Velasco, capaz de exigir que en su capilla apareciera también su escudo y no solo el de su marido, y en su precario español no dejaba de dar las gracias: «Ha sido precioso, una cosa que no voy a olvidar nunca».