El miedo a la covid frena aún la recuperación de Alzhéimer

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Sus centros de día tienen plazas libres, una situación que nunca se había vivido desde que se abriera el primero, en la calle Loudun, en 1997. La asociación arrastra un déficit de 175.000 euros

Marielo acaricia a su marido, Luis, usuario del centro de día de alzhéimer de la calle Loudun. - Foto: Jesús J. Matías

A pesar de que han pasado ya dos años desde el inicio de la pandemia y de que la incidencia de la covid-19 ha bajado de forma importante después del susto provocado por la variante ómicron allá por el mes de diciembre, la Asociación de Familiares y Enfermos de Alzhéimer de Burgos (Afabur) no acaba de recuperar su normalidad. El miedo que las familias tienen a un contagio de sus mayores con demencia ha hecho que por primera vez desde que esta entidad pusiera en marcha su primer centro de día -el pasado mes de febrero se cumplieron 25 años- dispongan de plazas libres, tanto en aquel pionero, que está ubicado en la calle Loudun, como el que gestionan en la calle San Julián. "Esto no había pasado nunca, es una situación absolutamente inédita. Es más, siempre hemos tenido una gran lista de espera, a veces hasta de un año, para poder ofrecer una plaza y ahora tenemos seis libres, lo que tiene que ver con el miedo que siguen teniendo las familias a traer a sus mayores, algo que entendemos perfectamente, porque aún sigue habiendo muchos casos y fallecimientos por el coronavirus", se lamenta la presidenta, Marielo Bellostas.

Tener seis plazas libres supone, además, no recuperar la normalidad económica que tan importante es para la asociación, que da trabajo a una plantilla conformada por 41 personas, prácticamente todas mujeres. Bellostas explica que el año pasado se cerró con un déficit de 175.000 euros, precisamente por la falta de ingresos que supone no tener todo su aforo completo.

La principal fuente de financiación de Afabur son las cuotas que abonan sus usuarios por los servicios que reciben, seguida de los donativos de los casi 800 socios que tiene en toda la provincia y de otras personas que desean apoyar a la asociación. Además, reciben subvenciones del Ayuntamiento de Burgos y de Briviesca, de la Diputación, de la Junta de Castilla y León, del IRPF y de diferentes fundaciones y obras sociales vinculadas a entidades financieras. Esta semana que acaba, por ejemplo, la Fundación Caja Viva Caja Rural les ha donado 3.000 euros.

Soledad y su madre, Matilde, miran por la ventana en uno de los días que Burgos amaneció bajo la calima.Soledad y su madre, Matilde, miran por la ventana en uno de los días que Burgos amaneció bajo la calima. - Foto: Jesús J. Matías

A pesar de que la Consejería de Familia levantó todas las restricciones hace unos meses a los centros de día, en Afabur mantienen algunas normas de la pandemia. Las familias, por ejemplo, aún no pueden acceder al interior y permanecen en la puerta cuando van a buscar a los ancianos, y durante las horas de las comidas aún se realizan importantes separaciones entre personas. "El objetivo es evitar a toda costa que algún mayor se pueda contagiar de covid", indica Raquel Moreno, psicóloga y directora del centro de día de Loudun.

Esta profesional confía en que poco a poco se vaya recuperando la normalidad: "Lo deseamos no solo por la asociación, que también, sino por los mayores. La tristeza y el agotamiento que tenemos todos también se refleja en ellos". La voluntaria Blanca Lara, que desde 1999 colabora semanalmente con Afabur, coincide completamente con este diagnóstico: "Al centro le falta la alegría que tenía antes, que no era infrecuente que los pacientes se pusieran a cantar o que enseguida te dieran un beso y un abrazo. Tiene que ser muy difícil para ellos sobrellevar esta falta de contacto físico",

Lara afirma que ser voluntaria de la asociación le ha aportado siempre mucha satisfacción, le ha abierto la puerta a tener otros valores y le ha enseñado a ser más tolerante: "Siempre me voy de aquí con mucha alegría y ya después de más de veinte años soy como de la casa. Animo a que quien tenga alguna inquietud en este sentido se anime, seguro que no se arrepiente".

Como ella otras 25 personas componen el cuerpo del voluntariado de Afabur, que fue uno de los primeros servicios que tuvo el centro de día cuando se abrió y que ahora sigue en el aire por las especiales circunstancias que se viven. "No vemos el momento de que nos quitemos todos la mascarilla, que les podamos volver a abrazar y que nuestras voluntarias puedan volver", concluye Bellostas.


TESTIMONIOS:

María Eloísa Maté: "Me costó mucho traer a mi marido al centro de día pero ahora sé que es lo mejor para él"

Al poco de jubilarse, Luis Pérez Puente comenzó a tener algunos despistes y cambios en su forma de comportarse. María Eloísa Maté, su mujer, lógicamente preocupada, lo acompañó al médico que, al principio, le diagnosticó una afasia, un trastorno causado por lesiones en la zona del cerebro que controla el habla y que dificulta la lectura, la escritura y expresar lo que se desea decir. Pero las equivocaciones continuaron y enseguida se halló el alzhéimer. Al principio fueron Maté y sus hijas las que se ocuparon de su cuidado pero hace ya tres años y medio que es usuario del centro de día de Afabur de la calle Loudun: "Al principio nos costó mucho a las tres traerlo porque le veíamos nervioso y desorientado, lo que era lógico porque no conocía el entorno, pero ahora sé que es lo mejor para él". Y para ella. Porque María Eloísa ya no puede moverle. De hecho, en su casa también recibe ayuda para cuidarle. "Aunque siempre tengo apoyos la vida con una persona con alzhéimer hace que te sientas sola aunque esté en casa. Es muy duro, así que alivia mucho verle tan bien cuidado aquí".

Soledad Mata: "Aquí estuvo mi padre y ahora traigo a mi madre"

Soledad Mata nunca dejó de ser socia de Afabur después de la muerte de su padre, que estuvo muchos años con alzhéimer. El trato "magnífico" que él siempre recibió en aquel tiempo le hizo seguir en contacto con la entidad, sin saber que más tarde lo necesitaría su madre. Matilde Solórzano, que en enero cumplió 93 años, está aquejada de una demencia asociada a la edad y pasa toda la jornada en el centro de día, lo que a su hija le permite realizar sus actividades con mayor normalidad. "La traen a las diez de la mañana y aquí está hasta las siete de la tarde y yo me quedo muy tranquila porque sé que está muy bien cuidada", dice Soledad. Matilde, que está almorzando en el centro cuando llega su hija, sonríe en cuanto la ve. Esta anciana de pelo blanco y muy tranquila a la que cuidan con mimo, aún habla algo y le gusta mucho jugar a las cartas. "Solo quiero que ella esté lo mejor posible y que viva tranquila", dice Soledad.