Con todas las ediciones en la retina

I.M.L.
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Una tarde estaba tomando unas cervezas con amigos y, por aprovechar la nueva oferta musical, se fue al primer sonorama. Desde entonces, sólo se ha perdido uno

Sergio no pudo resistirse a hacerse una foto con Mikel Erentxun y Rozalén. - Foto: DB

En medio de un verano, cuando la alternativa cultural y de ocio distaba mucho de la actual en Aranda de Duero y la Ribera, cuándo la escena musical local miraba más al rock y al heavy, empezaba a hacerse un pequeño hueco una corriente más ligada al indie, aunque entonces ni siquiera se conocía esa denominación. En un bar, el Rastatoo, unos jóvenes Javier Ajenjo y Susana Vicario animaban a los parroquianos habituales a acudir a una noche de conciertos, con tres grupos inéditos en Aranda. «No había mucho más que hacer una noche de sábado veraniego, yo conocía algo a Dr. Explosion, pero de Chucho y Mercromina cero patatero», reconoce Sergio Martín, un arandino que puede presumir de haber estado en (casi) todas las ediciones de Sonorama Ribera. «Al de 2021 no fui porque no concibo el festival sentado y con mascarilla», lamenta.

Fueron 1.000 pesetas, lo que ahora serían 6 euros, y la intención no iba más allá de pasar una noche con amigos. «Nos daba igual ir al bar de siempre a tomar algo que acercarnos al concierto ese, íbamos a hacer lo mismo pero en otro lugar», confiesa restándole importancia a aquel primer Sonorama, que no era otra cosa que «echar una mano a Javier y Susana con la tienda de discos».

Cuando llegó con sus amigos a la antigua plaza de toros, donde se celebró el festival, la imagen era curiosa vista ahora con la perspectiva que dan los años. «En la puerta estaba Javier, él solo, cogiendo las entradas según llegábamos. Una vez dentro, caras conocidas, los mismos que solíamos coincidir en cuatro o cinco bares de Aranda; había una barra hecha con cámaras frigoríficas, un escenario muy rudimentario a la derecha y que suene la música», relata sobre aquella noche Sergio.

Intentando buscar un motivo para la escasa afluencia a este Sonorama inicial, Martín apela al cartel. «Los grupos no eran conocidos aquí, porque un año antes vino Skap, con la gira de El vals del obrero, o Los Rodríguez, o Nuevo Mester de Juglaría, y la plaza de toros estaba hasta la bandera», recuerda quien por aquel entonces era un joven veinteañero.

Pero la repetición hace la costumbre, y se apuntaron como público al segundo Sonorama. «La diferencia, que se notó en el público, venían Los Enemigos, que entonces eran palabras mayores y se pasó a más de 500 personas, ya se notaba otra cosa, y ayudó que, después de los directos, hubo Dj, y entonces estaba muy de moda la música tecno, fue otra vuelta de tuerca», apunta Martín, que reconoce que «siempre han sabido reinvertarse, estar un paso por delante y visualizar por dónde ir y cómo hacerlo».

Tirando de archivo emocional, este fiel sonorámico tiene muy claro cuál es el festival que recuerda con más simpatía: «El del año que se hicieron los concierto en el pueblo, en dos plazas, la del Rollo y la de la Ribera. De hecho, los pocos que vinieron de fuera acamparon en El Barriles». Corría el año 2003, no recuerda el cartel pero sí uno de sus integrantes, La Buena Vida, «uno de mis grupos favoritos» y un salto social importante. «Ahí se vio la sintonía entre el festival y el pueblo, aunque casi desaparece ese año, pero fue un punto y seguido destacado», valora Martín.

Desde entonces, han pasado muchos veranos, muchos agostos, muchos Sonoramas. Si hubiese guardado las pulseras, Sergio Martín podría presumir de la colección más completa. Mirando con perspectiva, su experiencia le hace echar algo en falta. «No soy de los que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor, todo es cuestión de adaptarse a los nuevos tiempos, pero para mí el festival ha perdido una parte de la esencia de lo que fue el pueblo, porque ahora es una macrofiesta y está eclipsando lo que es un festival de música», por ponerle alguna pega.

Aún así, y siempre que el cuerpo y las obligaciones familiares se lo permitan, volverá año tras año a lucir su pulsera y a camuflarse entre la marea de sonorámicos. Porque no todos puedes presumir de tener en su ciudad uno de los mejores festivales de España, y eso es razón de sobra para presumir.