Primer mandamiento: dar de beber al sediento, pero con ritmo

I.M.L.
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Incontables cañas, ribercolas, aguas y copas pasan por las manos de este ejército azul que compone el equipo que atiende las cuatro inmensas barras del recinto festivalero del picón

Primer mandamiento: dar de beber al sediento, pero con ritmo - Foto: Valdivielso

En un festival, y más si se celebra en pleno mes de agosto en la dura meseta castellana, hay algo tanto o más importante que la música: poder hidratarse bien. Y más allá del resucitador vino de la DO Ribera del Duero, que es capaz de darte energía para saltar más alto y cantar con más fuerza en el siguiente directo, todas las alternativas para refrescarse el gaznate pasan por un ejército de camareros que, detrás de barras kilométricas, atienden lo más rápido que pueden a los sedientos sonorámicos.  

Estas huestes de la barra son más numerosas que la población de muchos pueblos del entorno en invierno. 270 camareros, «de batalla» como los define su responsable, Sonia Román, listos este año con su camiseta azul identificativa y con sus turnos y horarios marcados de antemano, para que nadie falte a su puesto en el momento preciso. «Cada chico ya sabe con qué encargado va y en qué barra está, tenemos las listas con su encargado, segundo y los turnos; pero muchos quieren doblar turno, más allá del dinero, que también, por que han estado bien. Hay gente de Mallorca que nos han pedido estar con tal encargada porque estuvieron el año anterior y estuvieron a gusto», explica Sonia.

La gran mayoría de estos camareros son de Aranda de Duero, menos medio centenar de Madrid, mucha gente joven que se saca un sueldo estos días, aunque algunos son profesionales de la hostelería, los menos. «Me gusta meter a dos o tres nuevos por barra cada año para irles enseñando, a nuestra manera, con nuestras normas, que son no invitar, no cristales en la barra, saber reponer, saber dónde van los cristales,... cosas básicas», especifica la responsable de este ejército, pendiente a la vez del móvil y de que nadie se salga de su sitio.

En los turnos, no todo es servir y servir a los sedientos sonorámicos, también hay ratos para el descanso y para tomarse un tentempié en forma de bocadillo, eso sí, en la parte de atrás de la barra que hace las veces de almacén para lo que se estima que se va a consumir en un día. «Depende del día y de los artistas, se bebe más cuando vienen los grandes artistas, porque hay más gente. Y luego los golpes de gente cuando acaba un concierto y empieza otro, el parón es cuando empieza a sonar la música, entre medias es una pasada, antes de que empiece C Tangana, por ejemplo, habrá una hora antes que es mortal», reconoce Beatriz Hernando, la mano derecha de Sonia Román en la organización de esta troup de saciadores de sed.

Los turnos son de ocho horas, a macha martillo, casi sin descanso, pero los que se ve detrás de la barra de Sonorama Ribera no se quejan. Uno de los más veteranos es Jonathan Herrera, que cuando no está aquí trabaja en Joluga, una tienda de piensos. «Llevo 12 años de camarero en el festival, cojo vacaciones para trabajar aquí, empecé con un amigo porque necesitaban gente y ya me quedé», relata. Mirando a su alrededor, destaca que «es el año que más gente joven hay, hay muchos que se han 'jubilado' del festival, que llevaban muchos más años que yo, y ahora me he quedado yo de veterano» pero recalca que el buen ambiente que se respira detrás de la barra es lo que le hace repetir año tras año. Eso sí, ya sabe detectar a los que van a funcionar mejor atendiendo a los sonorámicos. «Los que no tienen experiencia, siempre charlan, pero hay muchos que ponen la copa y siguiente cliente, siguiente cliente, siguiente cliente, eso ya se les nota», sentencia.

Lorena del Río repite este año después de estrenarse en la edición reducida del año pasado. «Tenemos muy buen rollo y se hace llevadero; aunque sea una paliza, no piensas cuantas horas llevo, me quiero ir ya», explica esta estudiante arandina de Farmacia, que ya sabe lo que es arrancar en un festival detrás de la barra. «El primer día se hace duro porque estoy acostumbrada a llevar una vida más sedentaria de estudiante, pero enseguida te acostumbras, además estamos siempre moviéndonos», reconoce sonriendo. Más allá del ambiente que se respira detrás de la barra, Lorena reconoce que «El dinero sirve para ganar independencia de los papis, para ayudar en el tema estudios».

Desde Palencia, llega viniendo cinco años Lidia Franco, después de que se pareja probase el año anterior y le animase a venir a ella también. «Al final, somos una familia, yo me cojo vacaciones de mi trabajo para venir aquí, porque no me supone un trabajo, acabas reventado porque son cinco días de muchísimas horas, pero como es como una casa, te apetece», confiesa esta empleada de una agencia de transportes, «nada que ver con lo de ser camarera, añade.

Otro de los más nuevos es Rubén Pérez, arandino, estudiante de un grado medio de Informática, que también se estrenó en 2021 en Sonorama Ribera como camarero y que este es su primer año de festival a lo grande. El destino de lo que gane estos días lo tiene muy claro, «para el carné de conducir y el coche», y sabe de sobra que estos días van a ser de duro trabajo. «No hay tiempo para disfrutar del festival, los que estamos aquí, a currar», sentencia, pero sin quejarse, porque se ve que hay buen ambiente entre los compañeros. 

Ellos son algunos de los buenos samaritanos que van a calmar la sed de los sonorámicos. Si se acercan a sus barras, por favor, sonrían a estos soldados azules.