David Hortigüela

Tribuna Universitaria

David Hortigüela


Evaluar es mucho más que poner notas

09/03/2023

Suele ser habitual que ante la pregunta de «¿Cómo evalúas?», la respuesta esté enfocada a cómo se pone la nota. La confusión entre los términos de evaluación y de calificación, que ya viene de muy atrás, es todavía en la actualidad algo muy habitual. Y es que, mientras que la calificación supone poner una nota al finalizar un proceso, la evaluación es sinónimo de constatar el aprendizaje del estudiante, adaptando la tipología y exigencia de la tarea a sus características. De hecho, ya son varias las evidencias que demuestran que no siempre las calificaciones más altas correlacionan significativamente con un mayor aprendizaje perdurable en el tiempo, existiendo variables condicionantes como la exigencia del docente, la tipología de la prueba o el enfoque metodológico empleado. Por lo tanto, la clave parece encontrarse más en el cómo que en el qué.

Esta confusión entre evaluar y calificar proviene de una tradición académica en la que: 1) el docente explica, 2) el alumno memoriza, 3) el alumno hace un examen escrito individual sobre los contenidos impartidos, 4) el docente corrige y califica. Esta secuencia estructurada deja al estudiante en un segundo plano, utilizando la calificación como mecanismo de control y herramienta de poder por parte del profesorado. Lo verdaderamente importante es que, más allá de la terminología, la forma en la que el docente emplee la evaluación repercutirá directamente en el aprendizaje adquirido, ya no sólo del estudiante, sino también de su propia práctica. Ante esta situación, la evaluación formativa y compartida, cuya esencia es otorgar consciencia al estudiante, a través de la retroalimentación sobre lo que aprende, cómo lo aprende y la manera de reconducir los procesos en función de lo exigido, ha mostrado efectos positivos, en todas las etapas educativas, en variables como el rendimiento académico, la motivación del estudiante, la satisfacción en las experiencias, el aprendizaje percibido y la transferibilidad de lo aprendido a otros contextos. 

La evaluación ha de formar parte de la identidad profesional del docente, y, por lo tanto, ha de ser integrada, de forma intencionada, en la metodología aplicada. Para ello, es fundamental que, tanto desde la formación inicial como permanente del profesorado, se otorgue relevancia a la misma, ya que es un aspecto clave para que se produzca aprendizaje. Es imprescindible que la evaluación sea transparente, que el estudiante conozca desde el comienzo los criterios de evaluación, que se le permita utilizar los instrumentos con los que se calificará a lo largo del proceso, que pueda utilizarlos para autoevaluarse, coevaluar para los demás… ya que todo ello genera consciencia sobre lo que se aprende y sobre cómo poder mejorar, algo que no tiene nada que ver con poner un número final (con la presión externa que supone). Frases como dime cómo evalúas y te diré qué enseñas o todo lo calificable es evaluable pero no todo lo evaluable tiene por qué ser calificable, cobran gran relevancia. ¿Cuántas veces nos pusieron una nota en una prueba y no sabíamos muy bien de dónde provenía? ¿Sabíamos, por ejemplo, antes de hacer una exposición oral, lo que era un 3, un 5, un 7 o un 9? Seguro que muchos, como yo, recibieron una calificación que provenía del famoso ojímetro.

Por lo tanto, debería de quedar claro que evaluar es sinónimo de aprender, y que un enfoque evaluativo equitativo y basado en la retroalimentación para la mejora es aplicable independientemente de los contenidos que se aborden. La evaluación tiene un claro componente ético, que requiere de formación e intencionalidad, y que, por supuesto, es mucho más que poner notas. 

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