Pedales a conciencia

P.C.P.
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La salense Alba Moreno y su pareja, el francés Thomas Millischer, han vivido durante casi 500 días por 22 países, desde Francia hasta Tailandia, con su bici. 10 euros al día; cero planes, cero emisiones. 22.552 kilómetros

Alba Moreno, en Salas de los Infantes. - Foto: F2 Estudio Rebeca Ruiz

Nada planificado, todo pensado. Ni metas, ni techo. Poco dinero, mucho tiempo. Peso limitado, posibilidades infinitas. 22 países, ninguna frontera. Entender sin juzgar, vivir encontrándose. Un gran viaje, una huella mínima.

La madre de Alba Moreno recuerda la primera vez que montó en bici.«Te solté y enseguida aprendiste». Nacida en Salas de los Infantes hace 27 años, nunca pensó que esas primeras pedaladas la llevarían tan lejos. Física y mentalmente. Hace tres años, viajó sola por India y Nepal durante 6 meses. En una pequeña localidad, a la que se accede por una carretera infernal, se cruzó con una chica suiza de la no sabe ni el nombre.Quedaron en cenar pero perdió su teléfono. «Busqué su bicicleta por todo Leh pero nunca más la volví a ver». Sin embargo, la semillita que sin saberlo plantó aquella ciclista ha germinado en algo grande.

El primer viaje que hizo sola en bici fue a Islandia, un mes. Después se lanzó a recorrer África en autostop con su pareja, el francés Thomas Millischer, pero la malaria atacó a Alba y les obligó a parar a los 7 meses y retornar de la que para ellos constituye la peor manera posible, en avión. «Mi vida cabe en 3 mochilas pero Thomas (carpintero) metió toda la suya en cajas y nos quedó la espinita de seguir un poco más, pues todavía podíamos permitírnoslo económicamente», explica Alba, que durante meses ahorró con trabajos temporeros y una vida sin consumismo. «¿Qué hacemos entonces?», se preguntaron. Surgió la idea de llegar a Mongolia y arrancaron desde Francia. Tenían claro que el medio era la bicicleta, un transporte que para ellos lo reúne todo, humilde por lo silencioso y poderoso porque permite reaprender a conectar con la naturaleza, «alucinar con los paisajes más puros» y ser coherente con su «conciencia medioambiental», tan importante en todo lo que hacen. «Un viaje así te hace sentir lo pequeños que somos. Si hace mucho viento, llueve o hace mucho sol, puedo tener el mejor teléfono del mundo pero no puedo pedalear, porque la naturaleza siempre es más fuerte», recalca.

490 días y 22.552 kilómetros después, la mirada de Alba ya no es la misma. Los 24,3 kilos de equipaje que ha cargado por medio mundo se antojan livianos en comparación con el peso de todo lo que ha visto y lo que ha comprendido en un año y cuatro meses. «Claro que eso pesa más que la bici. A veces, en muchísimos momentos del viaje, hablaba con Thomas y le decía: no sé si quiero seguir viendo lo que pasa o tener un terreno, vivir de acuerdo con mis ideales y estar tranquila y aislada del mundo, porque si me sale mi parte más pesimista, para mí la que se viene es... ¡Guauuu!», exclama. Se refiere a la deforestación en el este de Europa, a los desplazados por las catástrofes medioambientales, por las sabanas convertidas en desiertos, a la extracción salvaje de recursos, a las centrales hidroeléctricas que pervierten Tibet, al cemento que cubre China, a la sobreexplotación de terreno en el sureste asiático que impide encontrar siquiera un trozo de tierra libre para plantar la tienda... Todo ello «ahora me hace ser más responsable y sobre todo actuar de acuerdo con los ideales que me ha generado este viaje y los que tengo en la vida», apunta.

«No me gusta decir el país que menos me ha gustado pero... en el sudeste asiático cuesta encontrar a alguien que te trate de tú a tú sin pensar que eres una cartera andante», lamenta. En el lado opuesto están su tres preferidos: Irán, por su hospitalidad; Kirguistán y Tayikistán, por las increíbles montañas, y Mongolia, porque «no es fácil encontrar sitios así en el mundo».

El lado optimista de Alba no tarda en aflorar. En todo este tiempo, «nadie me ha excluido ni me ha torcido la cara por ser extranjera», asegura para ponerlo en comparación con la actitud de muchos en España, y en Europa, para con los inmigrantes. Esa hospitalidad con la que les han agasajado en tantos lugares «te hace sentir más que la arquitectura». El viaje «son los encuentros y las caras de la gente», repite, mientras se muestra algo crítica con la imagen limitada de las redes sociales.«Una foto es una vista superficial, es solo un encuadre» y, aunque decidieron dar señales de vida en Instagram con una foto por país- sobre todo para informar a la familia y a todos aquellos con los que compartieron algunas horas de su viaje-, prefieren explayarse en el blog Lespiedsobretierra.

(Más información, en la edición de papel de Diario de Burgos)