A pesar de los 600 kilómetros que separan la provincia de Kahramanmara, epicentro de los dos seísmos que se desencadenaron ayer Turquía, y Ankara, ciudad donde reside Alberto Cubero, el burgalés notó en primera persona la segunda de las sacudidas. «Estaba en casa viendo la televisión cuando la casa empezó a moverse, sobre todo las bombillas y las lámparas», asegura a este periódico. Este trabajador del sector ferroviario, que lleva 15 años viviendo en la nación otomana, reconoce la «terrible» situación que atraviesa el país.

El primero de los terremotos le pilló en la cama, ya que se produjo en plena madrugada. Sin embargo, el segundo ocurrió a las 12 de la mañana, a plena luz del sol y con todas las miradas puestas sobre el teléfono móvil. «Ankara está en el medio y sabemos que no es una zona con riesgo de sufrir terremotos», indica. Aunque ayer no tomó más precauciones, confiesa que desde hace tiempo «duermo con los pasaportes en la mesilla por si algún día hay que salir corriendo».

Llegó a Turquía hace años para trabajar en la construcción de una línea de alta velocidad ferroviaria, periodo en el que conoció a una chica que hoy es su mujer y con la que tiene dos hijas. «Hoy (por ayer) no había colegio por el temporal de nieve, pero el Gobierno ha decretado 7 días de luto oficial y suspendido las clases hasta el lunes que viene», apunta.

El burgalés destaca la enorme oleada de ayuda social que se ha desatado desde el primer movimiento de tierra (...).

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