Cuando en el Titanic todo era felicidad

ALMUDENA SANZ
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La Residencia Militar se convierte en el famoso transatlántico antes de la tragedia con presencia del capitán Smith, el presidente de la naviera, los ilustres pasajeros... y hasta la orquesta

Parte de la tripulación y los músicos de la orquesta hicieron pasillo a todos los pasajeros que participaron en este viaje inaugural del buque. - Foto: Jesús J. Matías

Thomas Andrew (Iván Anaya), muy elegante, con su esmoquin, chistera y bastón, pasea ufano por el transatlántico convencido de que ha diseñado una pieza magistral y que ese viaje inaugural hasta Nueva York será «¡un éxito rotundo!». Comparte esta opinión Joseph Ismay (César Ceballos), presidente de la naviera White Star Line, impecablemente ataviado también. Los dos personajes no se separan, casi levitan, y llevan una sonrisa permanente mientras saludan a los ilustres pasajeros, que se sienten privilegiados por estrenar el fastuoso Titanic. En ese momento nadie imagina el fatal destino que aguarda al sumergible. Todo es felicidad. 

La Residencia Militar de Oficiales se convirtió en el decorado ideal para la recreación del último almuerzo en este buque, dentro del programa del Burefest. II Festival de Gastronomía e Historia, orquestado por la Federación de Hostelería de Burgos. 

La imponente arquitectura de este edificio facilitaba tanto la aventura de creerse en esa travesía desde Southampton a Nueva York que Jesús Ferreiro, presidente de la Fundación Titanic, se preguntaba si ese lugar había copiado al barco o había sido al revés. 

Una elegante biblioteca donde la Condesa de Rothes y su prima Gladys leían sobre una mesa, a la que su doncella, Roberta Maioini, acercaba solícita cada libro. Pasillos relucientes por los que se hacían confidencias Vera Dick, que tras el naufragio perdería todas sus joyas incluido un rubí en forma de corazón, y Ninette, amante del millonario Guggenheim. El bar con barra y sillones de cuero en los que todos apreciaban un cóctel antes de la gran comida. Un salón con unas fastuosas lámparas que iluminaban a los caballeros de tertulia y a las señoritas en la hora del té. Entre otras, la elegante Helen Margaret Walson (Raquel Rodríguez), que sería la primera en subirse a un bote salvavidas cuando empezara a hacer aguas. Había ascendido por la escalerilla pese a que una vidente en Egipto había pronosticado que la nave en la que embarcaría se hundiría, pero ella estaba de luna de miel, debía proseguir trayecto, y, además, le había vaticinado que sería una de las supervivientes. Y así fue. 

Las escenas se fueron recreando en las distintas estancias. Para ello colaboraron la Fundación Titanic, que expuso tres piezas originales, un anillo y una camisa de Millvina Dean -la pasajera más joven- y una caja de las bodegas Henri Abelé, champán servido en el restaurante; las asociaciones Desfile Bilbao 1900, Retrofuturista Nautilus y Acorebu (Cocineros y Reposteros de Burgos) y el María Madre Politecnos. 

Solo desentonaban los móviles, que retrataban hasta la última perla de las señoras de la alta sociedad neoyorquina. 

Damas y caballeros a los que saludaba presto el capitán Smith (Raúl Hierro), convencido de la seguridad de su transatlántico, que presidiría el almuerzo en el gran salón comedor, en unas fastuosas mesas, preparadas para unas 120 personas. 

El menú a degustar, ajustado a los desayunos que se daban en el Titanic, incluía un buen puñado de platos, como Salmón marinado con mostaza antigua y miel, Jamón asado a las hierbas provenzales, Lomo de rodaballo Maitre d`hotel, aroma de azafrán, tomate asado y su Florentina, Rosbif de ternera al horno aderezado con salsa Cumberland, cebollitas glaseadas, puré trufado y frutos rojos o Manzana asada con merengue dorado sobre natillas ligeras y polvo de frambuesa. Todo acompañado de buen vino tinto, blanco y espumoso. 

Una velada a la que puso banda sonora en directo la Orquesta del Titanic (ocho violines, violas y chelos de la Orquesta de la Universidad de Burgos, mismo número del conjunto de aquel fatídico viaje), dirigidos por Wallace Henry Hartley (Ignacio Nieto). Interpretaron obras que están documentadas que se escucharon en el Titanic, el intermedio de Cavalleria Rusticana, de Mascagni, y Cerca de ti, Señor, justo la que tocaban la noche del 14 al 15 de abril de 1912 cuando tras chocar con un iceberg el Titanic se hundía.