La genética y el oficio del arte

I.L.H.
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Teodoro A. Ruiz y su hijo Íñigo comparten 'Matices', donde el escultor combina obra tradicional con formas estilizadas y el joven pintor deja ver su precisión y la destreza con los colores

En el Consulado del Mar Teodoro A. Ruiz -con un busto hecho de su hijo- e Íñigo Ruiz -junto al lienzo ‘Objetivo y esfuerzo’- exponen hasta el 17 de julio. - Foto: Jesús J. Matías

El sudor del deportista hace brillar la zona del bigote y la frente. Con una cinta en la cabeza y una toalla sobre los hombros, el joven del óleo Objetivo y esfuerzo alza la mirada al terminar la prueba hacia un cielo de fondo negro. Con este cuadro Íñigo Ruiz ganó en 2021 la Bienal de Pintura y Escultura Deportiva. Y no es su único reconocimiento. Con otro de los cuadros que cuelgan en la sala del Consulado del Mar obtuvo el tercer premio del Concurso AXA de 2019.

Íñigo Ruiz expone su obra pictórica junto a las esculturas de su padre, Teodoro Antonio Ruiz, el autor del peregrino de la plaza del Rey San Fernando, los dulzaineros de San Lesmes, el danzante y el tetín de la plaza Alonso Martínez o los Gigantillos de San Juan. Desde sus 23 años, el joven Ruiz combina las pinturas rápidas sobre tabla de concursos en los que ha participado con estudios, trabajos a bolígrafo como el de Andrés Martínez Abelenda, retratos al óleo en el que se reconoce al aparejador de la diócesis, Víctor Ochotorena, y óleos de gran formato. 

Con cuadros compuestos con mucho aire en la parte superior, su obra deja ver la mano del artista y la genética familiar. Porque aunque lo suyo es la pintura, comparte con su progenitor el modelado de un busto de Miguel Delibes, una obra en la que hace sus pinitos en la disciplina que domina su padre y que se puede ver en la exposición. «Cada cual hicimos un poco lo que queríamos hasta llegar a un consenso, porque yo veo sus facciones algo más duras y él las prefería de otra manera», repasa Ruiz padre. «Amí siempre me ha interesado únicamente la pintura; la escultura se la dejo a él», sostiene Íñigo. «Me encantaría tener conocimientos para la pintura. Siempre he dibujado bien, pero no me sé manejar con el color», reconoce por su parte Teodoro, recordando que tanto él como su hijo han sido alumnos de la Academia de Dibujo que tiene su sede en el edificio donde ahora exponen.

En la parte en la que se presenta la pintura de Íñigo, Teodoro Antonio Ruiz muestra algunas de sus esculturas más tradicionales como los bustos de Antonio José y Alejandro Yagüe o la pieza en la que retrata a su hijo con seis años. En la zona de acceso a la exposición, en cambio, se exponen sus esculturas más artísticas, de formas estilizadas y hechas en bronce y acero inoxidable, donde el artista demuestra oficio con piezas que se sujetan en finísimas verticales.

Aquí se puede ver un cristo que comparte espacio con el diablo, bailarinas con tutús, princesas que recuerdan al protagonista de la novela de Saint-Exupéry, El Quijote reconvertido a pintor, músicos con sus instrumentos, gimnastas con aros o un toro que a la vez es torero. Formas creadas en apenas unos trazos que combinan entereza y fragilidad y que contrastan con las esculturas tradicionales de cuerpos redondeados y consistentes. 

En Matices, la exposición que comparten padre e hijo, hay un lenguaje común y párrafos diferentes que confluyen en la genética del arte. La muestra se puede visitar hasta el 17 de julio.